HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





viernes, 30 de diciembre de 2011

LOS INTEMPORALES


“Dragón: del latín Draco, y este del griego Drakon; animal fabuloso de figura de serpiente con pies y alas y que echa fuego por la boca y aparece en diversas formas en varias culturas de todo el mundo”


Existen personas vivas y otras muertas. Existen cosas que suceden en el presente y otras en el pasado. Existen edificios, bares y veredas tangibles, y otras que ya no existen más. Existen canciones nuevas que pasan en la radio y otras a las que ya casi nadie recuerda. Existen autos nuevos y otros cuyos restos se oxidan en desarmaderos al costado de los caminos. Existen animales reales y otros considerados mitológicos.
Existe todo eso. Y existen los Intemporales.
Los intemporales pueden ser seres que por algún designio mágico o divino han escapado a las limitadas reglas de la lógica y de las matemáticas. Se mueven en infinitos laberintos que por momentos se tocan en el espacio con aquello que llamamos “realidad”, es por eso que mucha gente afirma haber visto caminando por la calle a alguien a quien se da por muerto, o a un viejo amor saludando con la mano desde alguna esquina o vagón de subte que se aleja.
Alberto es un intemporal. El tiene una libertad infinita en comparación con los mortales. Cada noche sale a pasear en un Rambler Ambassador ’67 al que bautizó El Dragón Negro por Buenos Aires, aunque muchos atestiguan haberlo visto en otras ciudades como Mar del Plata, Rosario o hasta Río de Janeiro en horarios simultáneos, lo cual indicaría que estas entidades podrían desdoblarse y aparecer en distintos puntos geográficos a la vez. Hay quienes afirman haberlo visto en pueblos ruteros o estaciones de servicio en la Zona de Salto (Provincia de Buenos Aires) o en ese mágico pueblo llamado La Invencible, pasando Carmen de Areco, bebiendo solo o acompañado, o ajustando tuercas de su motor Tornado con el capot levantado.
Se sabe de muchas mujeres de distintos puntos del mapa que aseguran haber sido sus novias, amigas o amantes ocasionales en tiempos simultáneos, lo cual quizá indique que Alberto es un mujeriego crónico incorregible cuyo destino circular estaría marcado por la poligamia, convirtiéndolo en alguien poco indicado para una relación formal o duradera.
Dada la capacidad de Alberto de trascender los esquemas cronológicos ordinarios, hoy puede estar tomando algo en Plaza Serrano, y mañana estar bailando en Ave Porco de la avenida Corrientes –discoteca que cerró hace ya más de diez años y en cuyo emplazamiento hoy funciona un triste supermercado, sin siquiera una placa de bronce que recuerde aquel ícono de la noche de Buenos Aires-.
Hay personas de distintas generaciones que sostienen haber sido compañeras de ruta y aventuras de Alberto. Algunos de casi 50 años de edad, y otros que apenas superan los 20. Esto indicaría que los intemporales no envejecen y están de alguna manera condenados a vivir en una eterna juventud desenfrenada como si fuesen permanentes Rolling Stones de noches eternas. Era común, décadas atrás ver a Alberto en recitales de Sumo y Los Abuelos de la Nada, o hasta en uno de los Redondos cuando presentaron Oktubre en la calle Chacabuco en San Telmo. Pero tranquilamente puede estar esta noche tomando un Speed con vodka en la barra de Milion frente al cuadro del filipino apuñalado. Los intemporales eligen libremente en que época vivir, y cuando todo el mundo alza sus copas festejando el año nuevo 2012, ellos pueden estar dando la bienvenida a la década de los `90; o pueden incluso decidir cual fue el mejor año de sus vidas para vivirlo una y otra vez.
Los primigenios amigos humanos de Alberto han envejecido, han sentado cabeza, han engordado; algunos incluso ya son abuelos. Otros de esa misma generación magnifican negativamente el perfil depredador de su viejo amigo, y aconsejan a sus jóvenes hijas no subirse jamás a un Rambler Ambassador negro de motor rugiente, ya que su conductor podría ser un cazador despiadado y fuera de tiempo que podría destrozarles el corazón. Indudablemente estos viejos conocidos de Alberto, habrían madurado convirtiéndose en celosos padres de familia temerosos de la noche y de los intemporales que en ella habitan.
El Ambassador de Alberto puede llevarlo desde La Mula Plateada de Mar del Plata hasta El Living de Marcelo T. de Alvear en cuestión de segundos haciendo apenas una parada para un café en el Atalaya. Es un auto que superó todas las pruebas del tiempo y no se ajustó jamás a las reglas del mercado. Vio nacer y morir incontables generaciones de autos perecederos que nunca superaron la barrera del tiempo.
Cuando en la noche un intemporal se cruza con otro, ya sea en una ruta o avenida, se saludan con pulgares para arriba y siguen su camino. Ellos se reconocen fácilmente entre sí, manejan los mismos autos, escuchan canciones que los simples mortales han olvidado, y algunos incluso visten como personajes de viejas películas y series, o a veces como antiguas estrellas de rock. Es así como muchos de ellos aún van ataviados con aquellos sacos claros y remeras debajo al estilo de Don Johnson en División Miami, o usan patillas como Elvis Presley. Vaya como ejemplo el del famoso Chelo, un amigo intemporal de Alberto que viste todo de cuero con muñequeras casi hasta los codos y escucha todo el tiempo cassettes de Cinderella y Poison donde quiera que va. Cabe señalar que Chelo se hace visible a los ojos de los mortales siempre andando en bicicleta, pero ¡a no dejarse engañar!, que en planos de visión de otros intemporales, el se moviliza en una Harley con la estética de la de Lorenzo Lamas en la serie Renegado. Chelo nunca dejo de soñar con ser un rock star al estilo de Bret Michaels –los intemporales son incorregibles soñadores- y si alguien no lo percibe como tal, esto es solo un indicador de la falta de imaginación del observador. Es bien conocida la falta de fantasía del común de las personas que en lugar de ver un auto clásico ven solo un auto viejo y en lugar de ver una escultura solo ven una piedra (“estoy trabajando”, le dijo Michelangelo a su padre mientras observaba durante horas una roca).
Los intemporales ven películas intemporales como Blade Runner o el Nosferatu de Herzog. Escuchan canciones intemporales como “Princes of the Universe” de Queen o “Imágenes Paganas” de Virus. Manejan Torinos, Falcons de redondas ópticas, Chevrolets 400, o hasta autos salidos de sueños como el Kaiser Carabela. Los intemporales no solo no mueren de aquello que mataría a los hombres comunes, sino que ello los hace más fuertes y brillantes. Los intemporales son inmortales. Son infinitamente libres y han vencido a los límites del tiempo como ángeles románticos imbatibles.
Quizá Alberto sienta, cada vez que le da arranque a su Rambler, que en efecto esté montando un mítico dragón de oscuras alas capaz de llevarlo a sobrevolar cumbres rocosas y torres de castillos, o a donde su imaginación decida. Por todo ello, si alguna noche de borrachera ves la figura de un legendario animal alado cruzar la luna llena montado por un jinete de eterna juventud, quizá no estés alucinando; puede que sea la pura realidad. Muchos sostienen que aquello que imaginamos no es mera fantasía, sino una memoria de algo ya vivido que de tan perfecto resulta mágico a los estándares del sentido común. Los intemporales no tienen esta limitación perceptiva y simplemente viven aquello que deciden vivir.
Un saludo entonces desde aquí, a todos los intemporales que lean ahora las líneas de este mensaje encriptado en esta botella arrojada al océano de las eternas tempestades. Y que salgan a volar esos dragones.

Por CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH

miércoles, 14 de diciembre de 2011

TRAILER Proyecto La Maga V8 (anticipo)

Este es el trailer de anticipo de mi próximo VIDEO/DOCUMENTAL sobre la instalación en mi Chevy "LA MAGA" de un nuevo motor V8 350. Mi intención no es solo reflejar las tareas de mecánica, sino también dejar testimonio de un estilo de vida que sigue apostando a la pasión y la amistad en tiempos donde se venden autos como meros bienes de consumo. En definitiva, seguir en el camino de los que no nos ajustamos a las reglas del mercado y aún creemos que estos acorazados tienen alma y muchas historias para seguir siendo contadas.

martes, 15 de noviembre de 2011

CORONADO DE GLORIA


Con mi grupo de amigos habíamos recalado en una oscura discoteca del conurbano. Vaya uno a saber cómo llegamos allí. Creo que de zona sur, jamás recordaré su nombre. Mucho no nos quedamos. Año ’88 quizá ’89. Sonaba “Wonderful life”, de Black, y las parejas bailaban un estilo al que por aquel entonces llamaban “americano”. El boliche era uno de esos tugurios donde para salir a la pista había que saber bailar, y nosotros no sabíamos. Yo pensaba que eran todos unos grasas, con sus zapatos blancos y pantalones pinzados. En aquellos años aún existían esos locales nocturnos donde pasaban distintos ritmos, y había muchas mesas en torno de la pista, y había que tener la técnica para cada estilo musical. Nosotros éramos apenas cuatro pendejos que habíamos llegado hasta allí en el desvencijado Dodge Coronado blanco de mi amigo Rodi al que apodábamos El Dino (por dinosaurio, claro), en un raid que no terminaría allí, ni en el siguiente antro, buscando chicas fáciles. Era el lugar equivocado, las mujeres que allí bailaban americano se veían algo mayores que nosotros, y los tipos vestidos de Angelo Paolo que estaban con ellas realmente sabían bailar aquella “grasada” según mi percepción, pero eran –en definitiva- quienes detentaban a las presas de tacos altos y polleras cortas que nosotros hubiésemos deseado.
Nos fuimos en menos de una hora, justo cuando el DJ empezaba a pasar la infaltable seguidilla de Rick Astley, a quien por ese entonces yo detestaba.
Recuerdo que afuera de la disco había varios Torinos estacionados impecables que parecían mirarnos en silencio con sus inmóviles ojos redondos. No me llamaban mucho la atención en aquellos días donde la novedad eran las cupés Fuego y los 505.
La imagen borrosa de aquel oscuro boliche a veces me visita cuando escucho a Black o a Rick Astley en mi MP3 –es curioso como el tiempo hace que valoremos a los artistas a quienes antes rechazábamos-, pero la música de los ochentas nunca sonará igual que en los ochentas. El mundo que ahora me rodea no tiene la magia negra de aquel tugurio perdido en la bruma de los tiempos donde se bailaba americano y rock`n`roll, y nosotros nos sentíamos como Sonny Crocket, Rico Tubbs, Zwitec y Zito irrumpiendo en la mismísima guarida del líder narco Calderón, rodeado de sus mulatas.
Una primera lectura simplista podría consignar que, en noches como aquella, éramos solo un grupo de chicos de barrio saliendo a divertirse. Yo, a la distancia, por el contrario, me animo a sostener que éramos un puñado de intrépidos exploradores sumergiéndose en las profundidades de lo desconocido.
Alguien alguna vez escribió aquello de “atravesar el viento sin documentos”. Gran línea. Chapeau!, clap hands! como dice Tom Waits. Esa es una de las llaves doradas que abren las puertas de mundos donde la lógica de los horarios y la rutina pierden sus dominios. Una gavilla de desfachatados con el viento frío de la noche dándoles en la cara. Aún creen en el amor, en la velocidad y en el Heavy Metal. Solo miden el aceite, el agua y controlan que a un auto argentino de apellido americano, hecho de hierro y de casi dos toneladas no le falle el encendido: punto de partida para una noche que recordarán por siempre y de la que escucharán sus nietos.
En tiempos en que nuestro patrimonio estaba dado por nuestras colecciones de discos y cassettes, y no había facturas de gas ni resúmenes de tarjetas de crédito llegando a nuestro nombre, ¿Quién podría detenernos?
La carrocería del Dino nos volvió invencibles. Algo oxidado y con un techo vinílico con faltantes, ya era un auto viejo para fines de los ochentas y no cotizaba tanto como las XR4 que se nos ponían a la par, pero era nuestro pasaje a la libertad, o quizá una invitación a las más audaces aventuras de fin de semana después de medianoche en aquel mágico universo donde la vida social se daba en planos reales, bajo las estrellas, y no frente a un teclado usando un nombre falso. Con mis amigos a bordo de aquel Coronado nos habíamos convertido en los forajidos del Far West y hasta recuerdo cuando una noche rescatamos al hermano de uno de los muchachos que venía corriendo a pié perseguido por la Federal, y lo cargamos en el Dino para perdernos en el horizonte de la Avenida del Libertador levantando polvo como si fuésemos Billy the Kid y su pandilla.
En el piso de aquel Coronado, podían encontrarse desde cajas de pizza hasta botellas de cerveza, y menos la bocina, todo hacía ruido en aquel auto, por eso subíamos al máximo el volumen del pasacassette donde sonaba Maiden, a veces Zeppelin. Allí teníamos apasionados debates de temática cinematográfica, donde cada uno exponía sus sólidos fundamentos tratando de respaldar su posición en referencia a si Rambo I había sido o no mejor que Rambo II. Nos poníamos a la par de las chicas más lindas que pasaban, para piropearlas, y ellas nos ignoraban con una frialdad que cortaba el aire, lo cual actuaba como disparador para que Rodi, tras el volante comenzara a proferirles las más atroces guarangadas. Nadie se fijaría en cuatro atorrantes con sus miradas de fuego y de visible mala posición económica (dado el auto destartalado en el cual se desplazaban).
Pero teníamos la inocencia de aquellos que se sienten felices de la vida sin temer a la muerte, cuyo rostro despiadado aún no conocíamos de cerca.
Y luego pasaron los años, y las décadas; y ya no fuimos adolescentes. Y el país se cayó varias veces, y las sucesivas crisis económicas hicieron que la familia de mi amigo Rodi descuidara y dejara caer al mítico Dino, el cual quedó arrumbado junto al cordón de la vereda en la calle Pinzón en La Boca. Un día, dado su abandono, se lo llevó una grúa de la Municipalidad. Esa grúa se llevó nuestros años de inocencia juvenil mientras se marchaba. Me gustaría algún día encontrarla para rescatar al vaqueteado Dodge y a nuestras ilusiones doradas.
De vez en cuando en sueños persigo en vano a ese remolque, mientras se aleja con el Dino perdiéndose en la niebla.
Se solicita a la ciudadanía cualquier dato referente a un móvil de arrastre de la vieja Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires acarreando los restos traqueteantes de un Dodge Coronado blanco con mucho óxido y en aparente estado de abandono. El valor sentimental de ese auto resulta incalculable.

Por CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH

domingo, 9 de octubre de 2011

FOTO junto a mis amigos de Chivopasión



La mayoría de mis cuentos y videos (desde "Viajar en el Tiempo" hasta la saga de las "Cruzadas", y muchos más) hacen referencia a la amistad. Simplemente elegí esta foto junto a mis amigos de Chivopasión para simbolizar más allá de un texto, el espíritu que a veces pretendo reflejar en mis relatos. Al mismo tiempo quisiera que todos aquellos que siguen mis cuentos a través de este blog se sientan incluidos en la imagen. Gracias por seguir junto a "La noche de la Chevy". CESAR.-

miércoles, 7 de septiembre de 2011

FANTASMAS OXIDADOS



El antiguo casco oxidado de un auto clásico de fabricación nacional, hecho en los sesentas, te mira en silencio bajo capas de polvo y espera escuchando a tu corazón.

En los shows televisivos mas bizarros de un pasado inocente, el viejo mago Tusam se acomodaba su peluquín y antes de comenzar sus increíbles pruebas decía: “¡puede fallar!” Filosofía pura.
El quijotezco ilusionista crepuscular solía salir airoso de sus peligrosas proezas. A veces no. Pero se planteaba a sí mismo los desafíos más descabellados, y se arrojaba al vacío de la televisión en vivo y sus consecuencias cuando algo salía mal, que era, claro, lo que todos esperábamos.
Pero allí estaba el veterano prestidigitador de bajo presupuesto intentando lo imposible para sorprendernos, luchando contra sus molinos de viento en la convicción de que triunfaría ante aquello que nadie se atrevería a intentar. Tusam saltaba desde el trampolín de los valientes, a la vez que nos recordaba su condición humana al grito de: ¡puede fallar! Toda una lección.
Se dice que un héroe es una persona ordinaria que logra proezas extraordinarias. Claro que podemos fracasar en el camino de los sueños, ¡pero que triste sería ni siquiera buscarlos!
Aquellos tiempos parecen a veces tan lejanos, pero están cargados de pequeñas cosas que hacen a lo que hoy somos.
Fantasmas del cine Luxor, y del Concorde y del Paramount, con sus programas continuados de películas de acción y sus maníes con chocolate en cajitas amarillas. Fantasmas de las chicas más lindas de Karim, y del Montecarlo, y de Affaire, que detrás de la barra de tragos escondían sus mochilas con libros universitarios y papelitos de cocaína. Fantasmas de Ave Porco, y del Morocco y del Club Caniche, donde la noche podía ser la mas dulce aventura con perfume de sahumerio canábico y el sonido de aquello que llamábamos “tecno-dark”. Fantasmas de aquel bar Quijote de Avenida de Mayo donde la noche se transformaba en día para aquellos que decidíamos no dormir en las nacientes mañanas de domingo. Fantasmas de aquel Abasto al que Luca le cantaba y que no era un Shopping. Fantasmas de verdes hipopótamos de comidas rápidas con frenys y mobures, y de carreteantes montañas rusas en Libertador y Callao. Fantasmas de las viejas cúpulas del edificio de Córdoba y Esmeralda que nos observan como gárgolas de Notre Dame.
Sabemos que están allí. Y que nos miran en silencio. De a momentos codeándose y susurrando entre ustedes en forma burlona, lo aburrida que se ha puesto Buenos Aires.
Las líneas paralelas jamás se tocan. Y la realidad es un derecho trazo gris que corre a la par de la raya en la cual ustedes nos miran desde las cornisas como los ángeles germánicos de Las Alas del Deseo, o como Brandon Lee en El Cuervo. La “realidad” es una recta que corre paralela a la línea de los espectros con oscuras alas como ustedes. Pero a mi no me engañan. Sé muy bien que están ahí mirándome y señalándome a veces con el dedo, comentando si es que me veo algo cambiado al cabo de todos estos años. El cielo sabe cuanto extraño a veces aquel vagabundeo, acelerando por avenidas nocturnas casi desiertas a la hora en la que salíamos los lobos y dormían las ovejas, escuchando al locutor de radio Horizonte decir a cada hora: “mientras tanto aquí, en Buenos Aires…una nueva hora comienza”.
Sé muy bien que sus espectrales sombras saltan de cornisa en cornisa y me vigilan expectantes, quizá para ver mi próxima jugada. Puedo vivir perfectamente bajo la mirada de todos esos fantasmas de poetas de café y santos bebedores.
En algún momento Jack Kerouac escribió sus famosas 30 máximas de la prosa moderna, y justamente la número 4 –mi favorita- dice: “enamórate de tu propia vida”. Por su parte, D.H. Lawrence sostenía que ni a través del cielo o el paraíso o el amor es que el alma se complace, sino a través del “camino abierto”.

En tanto, aquel viejo casco de majestuosas líneas fabricado en la antigua era del hierro bajo la influencia de los dioses de Detroit, sigue aguardando en ese garage o granero polvoriento. Quizá esté tratando de decirte todo esto con su muda parrilla de metal. Muchos jamás podrán escuchar su clamor, su grito silencioso. Es que ciertos autos no han sido creados para los mediocres. La armadura del templario o la del samurai no estaba reservada para cualquiera, había que ganársela, y no estaba precisamente destinada a los débiles.
Si apoyas tu oído en sus capots, en sus guardabarros, ¿quién puede asegurarte que no escuches alguna de sus épicas historias de nocturnas avenidas, romances apasionados o rutas infinitas? Si, rutas infinitas, quizá los caminos abiertos de Lawrence.
Un auto clásico, pesado caballo de indomable corazón, es en definitiva al igual que vos y yo la suma de sus historias, cicatrices y fantasmas; y ante todo tiene un mensaje para transmitir: “no voy a morir arrumbado. Solo la carretera podrá salvarnos”.
El viejo Sly Stallone –tan denostado por pseudointelectuales enclenques que jamás se calzaron los guantes ni cruzaron un golpe- expresó en su sexta parte de Rocky aquello de que “no se trata de que tan fuerte pegues, sino de que te levantes cuando te golpeen”. Idéntico mensaje al del poeta Almafuerte más de un siglo antes en estas tierras.
Hay un Torino, un Impala, un 400 esperando en tu destino, es el camino del guerrero, el sendero del templario.
Los fantasmas de tu ciudad, de tus noches, de tus rutas y de tus garages te miran atentos, ansiosos por verte acelerar ese carro de combate y rugir una vez más. Nadie tiene la victoria ni la paz garantizada al final del recorrido, pero solo los bravos se levantan y lo intentan, quizá como aquel viejo mago de bajo presupuesto que nos robaba una sonrisa al encarar sus pruebas demenciales. ¡Puede fallar!
Mientras tanto, aquí, en Buenos Aires…una nueva hora comienza.

CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH

domingo, 14 de agosto de 2011

LA TERCERA CRUZADA (CUENTO) -Primera parte-


PRIMERA PARTE DE MI NUEVO VIDE/CUENTO "LA TERCERA CRUZADA".-

LA TERCERA CRUZADA (CUENTO) Segunda parte-FINAL-


SEGUNDA PARTE DE MI NUEVO VIDEO/CUENTO "LA TERCERA CRUZADA".

martes, 2 de agosto de 2011

INVITACION estreno de LA TERCERA CRUZADA


El SÁBADO 13 de AGOSTO a las 19:30 hs. estaré presentando mi nuevo video LA TERCERA CRUZADA que corresponde al cuento ya publicado en esta blog, en un local de San Telmo, con pantalla grande, buen sonido y algo para tomar para aquellos que asistan. Los cupos son limitados, ya que lo hago todo por mi cuenta, por lo que es importante que aquellos que vengan me hagan sus reservas para entrar en la lista que estoy armando y darme la certeza de que van a venir. Asimismo deberán indicarme en su reserva su nombre y apellido y si van a venir con algún acompañante, mas el blog de referencia (Ej: Juan Pérez, mas 1 acompañante, Blog la noche de la chevy). Tomo reservas hasta el viernes 5 de agosto inclusive si es que da el espacio.
Desde ya la invitación corre por mi cuenta, siendo la entrada gratuita para los que entren en la lista. Por ello la capacidad es limitada.
En el evento además se encontrará a la venta un dvd con la recopilación de mis cuatro video/cuentos (MANIFIESTO-LA SEGUNDA CRUZADA-EL ESCRITO DE TOLEDO-LA TERCERA CRUZADA).
Para hacer sus reservas, escribir un mail con los datos que detallé mas arriba a cesartrex@gmail.com
DIA Y HORA: SABADO 13 DE AGOSTO, 19:30 HS.
En la confirmación de la reserva les daré la dirección exacta. Espero que nos veamos.CESAR.-

sábado, 28 de mayo de 2011

LA TERCERA CRUZADA


“Fuiste silvestre una vez. No te dejes domesticar.”
(Isadora Duncan)

PRIMERA PARTE
Año 2030. Luego de la denominada Segunda Cruzada, aquella violenta movilización de autos clásicos nacionales que dejó como saldo la destrucción de varios móviles policiales y la imagen grabada en las retinas de una caravana de cientos de vehículos de 6 y 8 cilindros del pasado siglo XX desfilando por la ciudad, las autoridades gubernamentales conjuntamente con el sector empresarial tuvieron varias reuniones tendientes a decidir el camino político a seguir frente a una realidad que los sorprendió y que parecía superarlos: a pesar de las prohibiciones, grupos de fanáticos de todo el país, en forma clandestina, se dedicaban a preservar un tipo de autos aparentemente indestructibles. Estas agrupaciones no se hallaban sujetas a controles de afiliación, y sus integrantes no pagaban cuotas de membresía. Dichas personas asimismo, no obtenían ganancia alguna por desarrollar tal actividad de restauración de automóviles, e incluso gastaban importantes porcentajes de sus salarios en dicha tarea. Pero lo que más sorprendió a la clase dirigente fue que estas agrupaciones contraculturales parecían estar unidas por extraños lazos basados solo en la amistad.
Para el 2030 no había lugar para esa clase de códigos que en definitiva, solo atentaban contra la comercialización de unidades cero kilómetro de las filiales argentinas de las grandes firmas extranjeras.
El titular de la Cámara Argentina de Comercio en forma conjunta con el de Unión industrial propusieron entonces al poder ejecutivo impulsar una norma conducente a que los dueños de autos clásicos, entreguen sus coches como parte de pago de vehículos cero kilómetro, obteniendo así, importantes descuentos en los precios finales. La finalidad de esta medida se vería traducida en un doble efecto: por un lado se incrementarían las ventas de nuevos vehículos, y por el otro, se irían eliminando gradualmente los autos nafteros de hierro –ahora considerados peligrosos- los cuales serían convertidos en chatarra. El “stablishment” consideró de tal manera que la tentación de poseer un auto nuevo con mejoras en su precio haría que los restauradores se desprendiesen de sus coches antiguos, y así poco a poco se iría eliminando y destruyendo el parque automotor clásico en forma legal en grandes plantas compactadoras habilitadas a tal efecto. Para ello se tomó como modelo y antecedente al llamado “Plan Canje” de fines del pasado siglo. Al mismo tiempo el proyecto de ley incluiría en su articulado disposiciones tales como la prohibición absoluta de cualquier tipo de operación de compraventa de piezas de carrocería y/o mecánica perteneciente a todo auto fabricado en el siglo veinte. La norma también obligaría a las estaciones de servicio de todo el país, a vender naftas solo a vehículos oficiales, o de transporte comercial, previa presentación de una credencial de habilitación especial. Así, los vehículos nafteros particulares desaparecerían por completo de las calles y rutas. Por último y a modo de prevención general y ejemplificadora, la nueva ley imponía penas de cárcel a aquellos que en forma grupal y violenta, ostenten vehículos “peligrosos” tal como había ocurrido en “La Segunda Cruzada” de meses atrás.
El Gobierno aceptó la propuesta empresarial, y con la anuencia del corrupto Poder Legislativo, la ley conocida como de “Renovación Vehicular” fue aprobada por ambas Cámaras en tiempo record.
Para el 2030, ya no existía la industria automotriz nacional, y la mayor parte del parque automotor circulante provenía del Brasil y de países asiáticos, siendo casi en su totalidad rodados de compuestos plásticos livianos y de propulsión eléctrica. La mayoría de las nuevas unidades además, poseían ya sistemas de “autoconducción” con los cuales el usuario al subir al auto, solo debía programar en la computadora del mismo, el lugar de destino, y ésta gracias a su conexión satelital y de tránsito hacía todo el trabajo de dirigir el auto por las calles menos transitadas y el camino mas rápido, acelerando y deteniéndose sin margen de errores por sus sensores de obstáculos. De tal manera, pisar un acelerador o meter un cambio de velocidades en forma manual, comenzaba a ser cosa del pasado.
Conjuntamente con la sanción de la “Ley de Renovación Vehicular” las tandas publicitarias de los “prime times” televisivos se inundaron de spots difundiendo los beneficios de la entrega de un auto viejo a cambio de “calidad de vida a bordo” y hasta “mayor seguridad” brindada por los mas modernos airbags y carrocerías deformables para “mayor absorción de impactos”.
Para el lanzamiento nacional de la Ley de Renovación Vehicular, las autoridades decidieron montar un gigantesco Show en el Parque Comercial Pilar al costado del Acceso Norte, donde se contaría con la presencia de los representantes de las grandes firmas automotrices, y autoridades del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Habría stands de exposición con los más recientes modelos de esas marcas, para todos los segmentos: medianos, camionetas y alta gama. El evento sería una buena oportunidad de negocios a la vez que una demostración a la opinión pública de que el sistema apoyaba la comercialización de nuevos vehículos eléctricos de fabricación plástica, y duración limitada. El empresariado por lo tanto buscaba un perfil de nuevo hombre de consumo, que debería vivir endeudado en extensos planes de pago que durarían más que los propios autos descartables que se vendían.
En ese contexto los viejos talleres mecánicos de barrio debían ser eliminados para dar lugar a los modernos centros de reprogramación automotor donde se actualizaba el software de cada unidad. Lo último que necesitaba ese sistema eran precisamente autos que durasen para siempre, autos de materiales nobles, que puedan repararse y seguir andando. Por ello, todos los representantes de esa vieja cultura debían ser denigrados y estigmatizados. Y con ese objetivo los asesores gubernamentales tuvieron una idea maquiavélica: en el gran acto de lanzamiento de la nueva ley conjuntamente con los nuevos modelos de todas las marcas, a un costado del escenario principal se debería ver a los representantes de la llamada “Segunda Cruzada” detenidos y custodiados por agentes del Servicio Penitenciario. Se buscaba que esa imagen de los rebeldes capturados, reproducida en todos los medios, sea una alegoría del pasado automotriz derrotado.
Así fue como en una inconstitucional aplicación retroactiva de la ley, se dictó la orden de detención para el ahora famoso Thiago, quien poco tiempo atrás había sido rescatado en la avenida 9 de Julio por autos emblemáticos del pasado de cada marca. Pero para que la advertencia sea más impactante aun, también se impartieron órdenes de captura para los líderes de los 3 grandes grupos que lo habían liberado. Dichos rebeldes eran conocidos como Mariano, Nahuel y Marcelo, orgullosos propietarios de un Dodge Coronado, un Falcon Futura y un Torino 380 W respectivamente.
Una vez detenidos, los cuatro amigos fueron alojados en un pequeño calabozo de una prisión de máxima seguridad, desde donde una semana mas tarde serían trasladados para ser exhibidos en el blasfemo acto del Centro Comercial Pilar como si fuesen peligrosos delincuentes capturados.
Dentro de la celda, los cuatro prisioneros mataban el tiempo hojeando una y otra vez un álbum que Thiago había llevado que recopilaba fotos de los autos que lo habían rescatado en La Segunda Cruzada. “¡El álbum de los valientes!” exclamó Marcelo mientras miraba una por una las imágenes de los poderosos 6 cilindros con sus dueños. Hasta que al llegar a la página final, notó un detalle que le llamó la atención, una inscripción manuscrita en otro idioma cerraba el pesado bibliorato: “all`alba vinceró”. Entonces el Torinero le preguntó a Thiago: “¿y esto que significa?”. A lo que el dueño de la famosa Chevy contestó: “quiere decir: al alba venceré. En italiano. Era la parte favorita de una ópera que siempre mi abuelo escuchaba cantada por Pavarotti. Me gusta como suena esa frase, su poder; y me pareció buena la idea de cerrar el álbum con esas palabras que además me recuerdan a un ser querido”. Marcelo asintió con la cabeza con el gesto de los que entienden. Y cerró el grueso cuaderno.
Mientras tanto el estado de indignación y malestar de la comunidad fierrera del país era total. La privación de libertad de los cuatro disidentes era un insulto al pasado glorioso de la industria automotriz argentina, cuyo recuerdo ahora se pretendía borrar por la fuerza, tratando de eliminar hasta el último vestigio de la famosa Segunda Cruzada. Así fue como a lo largo y ancho de toda la nación se fue generando un nuevo llamado clandestino que se multiplicó hasta el infinito por todos los foros, redes y teléfonos móviles de los amantes de los autos de la edad dorada nuestra industria. La convocatoria procedente de un misterioso número identificado en las pantallas como Víctor, decía textualmente: “Llamando a todos los héroes, a los que nunca se rindieron, a los románticos luchadores que aun creen en la amistad, a los guerreros de la vieja escuela a lo largo y ancho de la patria. Preparen sus motores y refuercen sus chasis para la Tercera Cruzada”. El mensaje de texto finalizaba dando las coordenadas exactas del Centro Comercial Pilar, donde en pocos días se celebraría el lanzamiento de la nueva Ley de Renovación Automotor, para efectuar allí en ese momento, un nuevo rescate de Thiago y sus amigos.
Los Servicios de Inteligencia del Estado interceptaron el llamado revolucionario y de inmediato dieron cuenta de ello a las autoridades, las cuales comenzaron a tomar las medidas preventivas del caso. El gobierno no quería dar una imagen represiva frente a la población, y aún estaba fresco el recuerdo de los plásticos patrulleros destrozados por los metálicos autos retro. Así que para esta oportunidad se había decidido implementar una técnica defensiva mucho mas evolucionada. Detrás del tablado donde se celebraría la ceremonia de lanzamiento de la nueva ley en Pilar, para evitar un eventual intento de rescate de los detenidos que allí estarían, se había instalado un novedoso dispositivo militar conocido como “emisora de doble cerco” utilizado en escenarios bélicos terrestres para detener el avance de blindados. El sistema irradiaba alrededor de su punto central un círculo exterior invisible que constituía una barrera decodificadora que al ser traspuesta desactivaba cualquier sistema de computadora de a bordo instalada en el móvil que fuere, provocando un corte eléctrico instantáneo en el vehículo. El dispositivo, emanaba además un cerco o anillo más pequeño interior concéntrico, de color rojo brillante, que literalmente electrocutaba a todo objeto que lo traspasase y a sus ocupantes. De este modo, si alguien lograba traspasar el primer aro de decodificación informática, indudablemente no atravesaría con vida el segundo anillo, capaz de freír hasta un tanque de guerra.
Mientras tanto y lejos de tanta sofisticación, en oscuras calles suburbanas, en talleres clandestinos, y en galpones ruteros, miles de rebeldes ajustaban tuercas, reforzaban carrocerías, paragolpes y chasis metálicos, regulaban motores y carburadores, en definitiva, aprestaban sus corceles de hierro que relinchaban una vez mas como si se tratase de la vuelta de los Granaderos a Caballo listos a cargar una vez más contra las tropas del Rey. Había que estar preparados para cuando llegue el momento, cuando aparezca el mensaje clave de ataque.
Los defensores de los autos clásicos estaban organizados ya como un verdadero ejército que respondía al enigmático comando de una línea de telefonía celular que provenía de la Chevy del encarcelado Thiago, la cual aguardaba inmóvil en el garage de su casa que ahora parecía desierta. El nombre clave que figuraba en los identificadores de llamadas y que provenía de ese móvil era: “Víctor”, y todos los ex integrantes de la Segunda Cruzada sabían que ese número era confiable, así se los había hecho saber Thiago en su momento, y así se habían organizado desde aquella gloriosa jornada en la 9 de Julio. La comunidad fierrera sabía muy bien que a quien quiera que el hombre de la Chevy le haya delegado su señal, sería alguien de confianza, quizá el mejor amigo de Thiago.
Hasta que llegó el día de la ceremonia de lanzamiento de la nueva Ley de automotores en el lujoso polo comercial de Pilar, la cual estaba prevista para horas de la tarde con presencia de todos los medios periodísticos, que efectuarían una amplia cobertura. Esa mañana al alba un mensaje apareció en simultáneo en las pantallas de celulares y computadoras portátiles de los dueños de autos clásicos de todo el país, el texto decía con mayúsculas “LLEGÓ LA HORA. CUESTIÓN DE CÓDIGOS”.

PARTE FINAL
Con las primeras luces del día estallaron los sonidos de los escapes más furiosos de la historia. Eran la resistencia al plan de renovación vehicular y sus autos perecederos, eran la reacción opuesta al cautiverio forzoso de los amigos, eran la voz de la industria argentina volviendo a través de la historia, era: La Tercera Cruzada. Esta vez el malón de justicieros de metal fue gigantesco y llegó desde todas las rutas de país.
Eran muchos más ahora que en la vez anterior. Autos de otros tiempos acudían al llamado del espíritu único de los guerreros del camino. Todos rumbo a la batalla de Pilar. Desde el norte llegaban los míticos Torinos argentinos, incontables como sus carburadores. Los chivos, como bravos apaches Super Sport, arrasaban desde la avenida Pavón, desde General Paz, desde ruta 9. Junto a ellos se podía ver a sus primos halcones que volvían al ataque con sus alas de metal envenenadas y sus corazones 188 y 221; del 62, de 74 , del 81, si los cobardes ejecutivos del óvalo hubiesen tenido agallas, quizá aún se seguirían fabricando. Esos mismos fríos ejecutivos, de una u otra marca eran quienes ahora en pleno 2030 habían decidido la erradicación de los viejos autos argentinos de la era del hierro, ellos eran…el enemigo. En tanto los dodgeros dibujaban sus siluetas diabólicas al pasar por cada pueblo haciendo que los lugareños no terminen de entender si estaban viviendo un sueño o una pesadilla musicalizada por motores de de 6 y 8 cilindros. Aquel día las carreteras y caminos volvieron a perfumarse con ese inigualable olor a nafta del pasado.
Pero esta vez el llamado al combate no terminaba allí, y aparecieron en el horizonte los nuevos aliados: 404`s, Taunus, Opels, y hasta algunos aventureros que saltaban charcos y levantaban polvaredas en misteriosos “coches rana” de 2 cilindros…
El ejército de soñadores dementes se completaba con un grupo de bandidos enmascarados que llegaban desde la costa por ruta 11 con improvisados jeeps y vehículos areneros equipados con motores 221 y 250. Eran los mamuts que emergían de las arenas. Estos forajidos tenían la misión de tomar por asalto camiones tanque de combustible, y abastecer a los autos clásicos multimarcas que junto a ellos avanzaban hacia Pilar para el rescate de Thiago y los suyos.
Al paso de la incontenible armada de autos retro, se registraban incendios con bombas molotov en las agencias de automotores 0 km afectadas al plan de renovación vehicular, donde en medio de nubes de humo y olor a plástico quemado se derretían infames carteles que rezaban: “Tomamos tu usado como parte de pago”.
Las rutas del país se habían transformado en el escenario de un histórico desfile de autos de otros tiempos que eran saludados por familias enteras a su paso, como si se tratase de un nuevo ejército libertador.
Pero todos estos movimientos eran prolijamente monitoreados por las autoridades a través de un exhaustivo seguimiento satelital, de modo tal que al acercarse la hora de inicio del evento -y habiendo llegado las autoridades, los líderes empresariales, e inclusive encontrándose los 4 prisioneros en posición contigua al escenario- los encargados de seguridad dieron la orden de activar el sistema defensivo de “emisora de doble cerco”, que dibujó de inmediato un aro rojo luminoso en torno al predio principal, en tanto otro anillo invisible esperaba a los legionarios a un kilómetro a la redonda.
Pero a medida que desde todas las rutas fueron llegando las columnas de viejos autos, todos iban trasponiendo sin dificultades el primer círculo decodificador de protección, como si éste no existiese. Cuando los asesores en sistemas vieron esto en las pantallas satelitales, cruzaron miradas de vergüenza y confusión, el anillo desactivaría la computadora de a bordo de cualquier vehículo, a no ser que el mismo…no tenga computadora. Así, los acorazados retro, sin saberlo, habían ganado el primer round de la pelea por el rescate de Pilar, pero aun quedaba lo peor: el círculo rojo electrificado.
El escenario principal del centro comercial era gigantesco y con banderas de todas las marcas automotrices. Allí departían el Gobernador de la Provincia, y el Jefe de Gabinete con altos funcionarios y líderes del mundo empresarial. En enormes pantallas se alternaban spots publicitarios de dichas compañías con propaganda gubernamental a favor de la nueva ley automotriz. Alrededor de la plataforma central se veían stands con los autos más recientes de cada empresa con bonitas promotoras y mozos de blancas camisas ofreciendo bebidas en finas copas a los concurrentes al encuentro, entre los que se encontraban empresarios llegados desde Brasil y países asiáticos. Y finalmente hacia un costado del escenario, se encontraban Thiago, Mariano, Nahuel y Marcelo esposados y custodiados por uniformados. Estos detenidos parecían ser una parte más del infame show montado para la ocasión, y eran fotografiados como si se tratase del salvaje King Kong en aquel teatro de Nueva York.
Pero los autos de metal fueron llegando. Y la Chevy de Thiago con sus vidrios polarizados conducida por el enigmático Víctor, se detuvo en las afueras del centro comercial Pilar junto a las primeras filas de autos clásicos donde se mezclaban Valiants, Ramblers y chatas Apache. Allí el líder se encontró frente al anillo rojo que rodeaba el predio, y en forma preventiva por su teléfono móvil impartió la directiva de rodear el objetivo a todas las demás columnas que fueron llegando y sitiando el lugar del evento. De esta manera en medio de una tensa calma, en cuestión de minutos el lugar del acto circundado por el eléctrico cerco, se vio rodeado por miles de autos del pasado arribados desde todo el país, tal como una capital imperial acechada por bárbaros.
Desde el epicentro del polo comercial, el Jefe de Gabinete de Ministros, llegado especialmente para el evento, tomó un micrófono instando a los rebeldes a que se replieguen de inmediato, ya que todo aquel que traspusiere el anillo rojo, moriría en el acto. Lejos de retirarse, los autos clásicos permanecieron en el lugar sitiando el centro comercial, y exigiendo la inmediata liberación de Thiago y sus amigos. Un frío sudor comenzó a correr por las frentes de muchos de los ilustres invitados al evento, a la vez que el ruido de los motores acelerando en el lugar se hacía ensordecedor.
Fue en ese momento cuando el Gobernador de la Provincia, sabiendo que todo era transmitido en directo por los canales de televisión a todo el país, pidió la palabra y tomando el micrófono improvisó un breve discurso exhortando a los dueños de autos clásicos a deponer su absurda actitud dado que era imposible luchar contra el paso del tiempo y las nuevas tecnologías. Pero al ver que ninguno de los rebeldes se movía de su lugar desató la furia general de los blindados rescatistas cuando expresó textualmente: “Los invito a que reflexionen y mañana pasen junto a sus familias por una agencia oficial de sus marcas favoritas, entregando esos viejos vehículos como parte de pago para acceder a beneficios en la adquisición de un auto cero kilómetro mucho mas seguro y confortable”.
Esas palabras aumentaron el grado de ira al otro lado del rojo círculo, entre los metálicos cascos que rodeaban el centro comercial. Fue entonces cuando alguien sintió que había llegado el momento de actuar en forma individual. Las ruedas traseras de la Chevy de Thiago conducida por el tal Víctor, comenzaron a quemar caucho en el lugar y en cuestión de segundos ante el asombro de todo el mundo la cupé se lanzo en línea recta suicida contra la eléctrica muralla roja.
Tanto desde los altavoces del escenario, como desde los propios acorazados, surgieron voces desesperadas pidiéndole al conductor que frene y se detenga. Pero ya era demasiado tarde, el viejo caballo criollo de tracción trasera ya iba derecho hacia el anillo mortal como valiente misil exocet rumbo a un navío de Su Majestad. El Chevrolet kamikaze, centímetros antes de la línea fatal, pareció saltar al vacío de la muerte –o quizá de la vida eterna– y con su poderosa figura cruzó como una flecha el círculo prohibido recibiendo miles de voltios sobe su antiguo casco de metal que provocaron un estallido de destellos y chispas que dieron un aura gloriosa al misterioso suicida Víctor, que heroicamente indicó el camino a seguir.
La descarga de energía eléctrica sobre la carrocería fue tan brutal que una vez que la cupé traspuso el cerco y quedó inmóvil y humeante frente al escenario principal, el círculo rojo destelló un par de veces y se apagó. El sistema no era infalible, solo hacía falta alguien capaz de dar su vida para producir el colapso y la falla eléctrica necesaria para abrir la brecha.
Por un instante el tiempo pareció detenerse ante la imagen heroica del chamuscado chivo temerario que yacía frente los burócratas que lo miraban boquiabiertos, ya sin su cobarde anillo de protección.
Con el camino ya liberado entonces, el ejército acorazado de autos clásicos salió a la carga sobre el objetivo destruyendo todo a su paso. Los modernos autos cero kilómetro de los stands fueron lo primero en estallar en pedazos ante el brutal impacto de los metálicos paragolpes de la vieja guardia. Políticos y empresarios saltaron del escenario antes de que las chatas Apaches y C/10 embistieran contra los parantes de la plataforma y todo cayera desplomado. El Gobernador, el Jefe de Gabinete y otros políticos rastreros lograron escapar en helicóptero de aquel caos total, trayendo a la memoria tristes imágenes del pasado.
En medio de la violenta confusión, los guardias uniformados abandonaron sus puestos y así, los cuatro prisioneros rebeldes quedaron libres y lograron subirse a los autos de sus queridas marcas que habían llegado a rescatarlos, donde sus amigos cortaron las cadenas que los esposaban.
En ese marco, en medio de los ruidos de los impactos de las carrocerías metálicas contra los stands de las automotrices, Thiago levantó de entre los restos del caído escenario, el micrófono usado minutos antes por el cobarde Gobernador y se subió a la oxidada caja de una Sapo que rugía orgullosa. Entonces desde allí con su puño derecho en alto dio la orden que se escuchó amplificada por todos los parlantes del centro comercial: “¡Liberen las banderas!”. Inmediatamente y mientras terminaban de aplastar a los sintéticos restos crujientes de los puestos esponsoreados, varios de los heroicos conductores de la Cruzada, tomaron las flameantes insignias que las automotrices habían instalado en sus ya destruidos puestos. Así por fin, y después de décadas la bandera del óvalo azul volvió a ondear agitada por el copiloto de un majestuoso Falcon en tanto a la del moño rojo de los chivos la blandía una orgullosa familia que se había acercado en una chata Chevrolet de los 60’s negra mate.
El país entero a través de la TV y las computadoras portátiles derramaba lágrimas de emoción ante las imágenes victoriosas de autos que parecían salidos de un fantástico sueño, que hacían trompos y parecían dar vueltas olímpicas con las banderas rescatadas luego de muchos años de plásticas vergüenzas de esas marcas. Esos estandartes liberados de su forzoso cautiverio, habían recuperando su dignidad, ondeando en autos que los merecían.
Finalmente y ya con la misión cumplida se produjo la desconcentración de autos clásicos que retornaron a sus ciudades y pueblos de origen por los mismos caminos por los cuales habían llegado. Thiago, Mariano, Nahuel y Marcelo, se despidieron con un abrazo diciéndose “hasta luego”.
Cuando ya casi nadie quedaba en el devastado campo de batalla, Thiago se acercó paso a paso al chamuscado casco de su querida Chevy que yacía inmóvil rodeada de placas de plástico rotas en pedazos, así como yace el cuerpo de un bravo caballero en su mortuoria armadura rodeado de los restos de sus enemigos a quienes cobró cara su muerte. Miró en silencio al auto que tanto había soñado desde pequeño y que por esas cosas del destino, se había inmolado bajo las descargas eléctricas para rescatar a su dueño. Se aproximó más y más hasta llegar a la ventanilla del conductor para poder ver finalmente a quien había sido el valiente que dio su vida por devolverle a él la libertad y a los autos clásicos la dignidad. Pero ningún cuerpo se encontraba en el habitáculo de la cupé, estaba vacía. Sobre la quemada cuerina de la butaca del conductor solo había una hoja de papel manuscrita con una letra que le resultaba “familiar”. La nota solo decía: “¡All’alba vincerò!”.
Thiago entonces supo de quien se trataba, y miró al cielo guiñando un ojo. En voz baja susurró: “Sabía que volverías para manejar un poco la Chevy. La voy a restaurar, abuelo. Como bien me enseñaste: estos autos son inmortales”.
Como consecuencia de la Tercera Cruzada, la infame Ley de Renovación Vehicular fue derogada y las banderas del moño y el óvalo tomadas en combate volvieron a ser emblema de autos que las merecieran al aparecer al día siguiente a la batalla en todos los diarios del país, junto a las fotos de aquellos que desde todas las rutas acudieron en rescate de amigos y de sueños. Esas mismas fotografías de los nuevos cruzados engrosarían el “álbum de los valientes” de Thiago.
La amistad y el corazón habían vencido una vez más a los negocios, pero la hermandad de los guerreros del hierro, jamás bajó la guardia ni se dejó engañar por el discurso de la dictadura del plástico. Se desconoce cuando puedan volver a reagruparse y atacar una vez más.
Se dice de una raza de inmortales, de salvajes románticos que por su naturaleza siempre se negó a desaparecer. Cuando mires dibujarse sus fantasmales figuras en alguna ruta, cuando los veas agrupados al costado de algún camino perdido, o cuando escuches sus motores en algún taller de barrio, deberás recordar que para ellos está reservado el destino de los indomables, de los que al alba vencerán.

CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH

domingo, 24 de abril de 2011

El abuelo Vittorio

Ayer a la tarde falleció el Abuelo Vittorio, uno de los principales inspiradores del personaje del "abuelo" que suele aparecer en varios de mis cuentos y videos tales como Caravana de Chevys y La Segunda Cruzada. Uno de los últimos inmigrantes italianos laburantes y honestos de la vieja escuela. La peleó hasta el final y nunca se rindió.


Nunca tuvo auto ni aprendió a manejar, pero le encantaba pedirme que ponga en marcha mi Chevy para escuchar el sonido del motor. El día en que le presenté a la cupé, preparó un asado para festejar y nos sacamos una foto para recordar siempre ese momento de alegría.


Le gustaba leer mis cuentos en la revista TC Urbano y estaba orgulloso de su personaje.


Amaba y disfrutaba la vida. Desde ayer pasó al plano de los inmortales. Hoy lo extraña el barrio de Lanús y algunos bares.


Seguirás apareciendo seguramente en mis historias. ¡Hasta siempre, abuelo Vittorio!




CESAR.-

martes, 19 de abril de 2011

Avances de PROXIMOS VIDEOS

Este es el trailer de anticipo de mis próximos cuentos en formato de cortometrajes en los que estoy trabajando. Las historias son EL ESCRITO DE TOLEDO, mi último cuento, y la continuación de uno de mis primeros relatos que también tuvo su video -ya publicado en este blog y en la revista TCU- . César.-

domingo, 3 de abril de 2011

Agradecimiento


El replicante Roy Batty de la película Blade Runner, en su memorable monólogo final, luego de hablar de sus mágicos recuerdos culmina diciendo que todas esas cosas se perderían “como lágrimas en la lluvia”. Debo haber visto esa película unas 50 veces, y la veré seguro otras tantas, porque cada vez que la veo me identifico más con ella, a la vez que le descubro nuevos detalles y matices increíbles.

Muchas veces tuve esa misma sensación de Batty. Volvían a mi memoria bares, calles, ciudades, Pubs, discotecas, cabarets, autos, rutas, amigos, mujeres, noches, viajes e incontables situaciones vividas que de cierta manera nunca me abandonaron, pero que alguna vez, se perderían “como lágrimas en la lluvia”.

Una tarde de 2009, sentado en un Café Martínez se me ocurrió escribir una crónica de la caravana conmemorativa de los 40 años de la Chevy, la cual tuve el honor de integrar. Pero ese reporte imaginé que debería ser en tono épico, y no periodístico. Luego pensé que agregándole dos personajes –para el caso un abuelo y su nieto- la historia se vería enriquecida y hasta dejaría de ser quizá una crónica para así parecerse mucho a un cuento. Con una birome que tenía en el bolsillo comencé a bosquejar ese texto en las servilletas de papel que había en mi mesa. Al otro día, el manuscrito de las servilletas, continuó en un anotador, en otro bar. Y a la tarde siguiente, me di cuenta de que tenía algo escrito que quizá sería bueno compartir. Le puse un nombre simple: “Caravana de Chevys”. Me animé a mostrárselo a algunos de mis amigos y éstos me dijeron que les encantaba. Eso me dio coraje y entonces envié el texto al suplemento cultural de Clarín, desde donde luego de leerlo me contestaron que si bien les gustaba como estaba escrito, no lo publicarían porque no comprendían la conexión entre cultura y autos de los años 70…

Quizá por mi instinto natural de combatir, no bajé los brazos y envié mi escrito a la página de Cultura del Gobierno de la Ciudad y a la Revista TC Urbano. Pocos días mas tarde me contactaron de ambos medios para felicitarme, y decirme que estaban sorprendidos, ya que nunca habían leído algo en ese estilo y que lo publicarían de inmediato. Ese fue el comienzo de todo.

Luego llegarían muchas otras historias, y cada lector va teniendo sus favoritas, “Charla con un Puma” sigue siendo la más comentada por ejemplo, seguida de cerca por “El Valiant y el Molino”. Incluso acabo de publicar mi primer cuento dividido en tres actos (El Escrito de Toledo).

Hoy en día tengo mi sección fija de cuentos en la TC Urbano y cada tanto me llaman de Gobierno de la Ciudad para que les mande un nuevo cuento para Publicar.

Así, sin darme cuenta me había reinventado a mí mismo. Todos podemos reinventarnos.

Como un amigo me comentó hace poco, en este Blog de algún modo, encontré un lugar en el mundo donde hacer que aquellos recuerdos, lugares, canciones, y personajes no se pierdan “como lágrimas en la lluvia”. Hoy todo eso se mezcla con elementos de ficción y da cuerpo a mis cuentos. No se si esto sea un destino, solo se que quizá ya no puedo parar de escribir estas historias, y hacer videos a veces para ilustrarlas. Humildemente, todo es escrito con el corazón y créanme que se siente fantástico.

Con el tiempo ya llegará mi primer libro de compilación de estos cuentos, y a su presentación estarán todos invitados.

Hubo gente que me dijo que mis historias les dan fuerzas para cumplir algún sueño, alguien me comentó que le lee mis cuentos a su hijo antes de dormir, también otros me escribieron que a través de mis textos recuerdan a algún ser querido, algún lugar, o algún momento especial de sus vidas. Y hasta un club de autos clásicos del interior va a poner una frase mía en su escudo (“se dice de una raza de inmortales”). Todo eso y mucho más. Si a través de lo que hago logro ese tipo de cosas, siento que mi labor es apasionante, y me llena de orgullo.

Como escribí en “Los Posters del Tiempo”: la vida debe ser una gran aventura…o nada.

Solo quiero agradecer a los casi doce mil visitantes (hasta la fecha), a los seguidores tanto de los cuentos como de los videos aquí y en Youtube, a quienes comentan mis historias y dan sus opiniones, y a los muchos amigos reales que hice a través de este Blog. Espero hacer muchos amigos más. Todo ese apoyo hace que yo siga escribiendo y haciendo cortometrajes. Manténgase cerca. Un abrazo desde el alma. BIENVENIDOS A LA NOCHE DE LA CHEVY.


CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH (Facebook: cesar trexss)

jueves, 24 de marzo de 2011

EL ESCRITO DE TOLEDO


Primera Parte: LAS CALLES SERPENTEANTES

“Por antiguas calles serpenteantes, los dos caballeros te indicarán el camino hacia la torre sangrienta, donde el oscuro dragón de la justicia te llevará con sus alas hacia donde la cruz de tus hermanos brilló sobre la luna, y allí desde lo alto verás los caminos infinitos de los inmortales en sus corceles de hierro”. El misterioso párrafo fue tallado por el monje Santiago de Arrúa en el siglo dieciocho en la pared de su calabozo de Toledo donde había sido encerrado por loco, antes de quitarse la vida. Existen registros que confirman que en efecto, el sacerdote había sido expulsado de su Orden luego de que perdiera la razón y de que comenzara a escribir y pronunciar textos y palabras inconexas y sin aparente sentido. No existen mayores precisiones históricas acerca de tan misterioso personaje. La pista de su figura se pierde en el tiempo. Pero su enigmático texto siempre me intrigó, al grado de despertarme luego de repetirlo en sueños o pesadillas.
Arrúa nunca llegó a ser considerado un visionario por la historia, dado que los pocos escritos que de él se conservan resultan breves y en apariencia incoherentes. Por ello, la teoría de que el monje hubiere perdido la razón pareciera ser la mayoritaria.
Aun así, y luego de haberlo pensado vagamente durante años, decidí hacer mi propia investigación acerca de su mensaje críptico, y para eso debía viajar al lugar donde Arrúa había pasado y terminado sus días: la medieval ciudad de Toledo, en el centro geográfico de España. Así que preparé mi mochila y todo el equipo que necesito para este tipo de travesías: mi anotador y mi cámara de video de bolsillo, cosas que jamás olvido, ya sea que viaje a Europa en un vuelo de doce horas, o a Mar del Plata con mi Chevy. Cada ruta puede ser una futura historia, una crónica, una lección o una herida. Pero de algo estoy seguro: jamás hay que quedarse quieto, viajar quizá no sea una elección, es un destino.
Hace poco leía que viajar es ser un extraño en otras latitudes donde nadie espera nada de nosotros, y que la geografía se aprende con los pies; para averiguar en definitiva quiénes somos en realidad, lejos de nuestro universo de objetos y afectos cotidianos.
El vuelo a España no pudo ser peor: el aire demasiado fuerte, mala comida, y encima nos pasaron una película de Jackie Chan. Llegué sin dormir a Madrid y dejé mi mochila en un hotel céntrico donde me alojaría unos días. En tren desde allí, en menos de una hora, estuve en el lugar donde Santiago de Arrúa había pasado sus atormentadas horas hacía ya tres siglos.
Toledo es una misteriosa ciudad de la edad media donde convergen rastros de un pasado que congrega rastros musulmanes, cristianos y judíos entre murallas y puentes que permanecen inalterables a pesar del paso de los siglos, y que guardan ecos de combates que van desde luchas de moros y cristianos hasta batallas de la Guerra Civil en la década del 30. Según pude averiguar cuando llegué, allí existía un viejo bibliotecario, poseedor de una de las colecciones de libros más grandes de España relativas a temática medieval, al que se conocía como Don Alfonso, quien era considerado además, el mejor historiador de la ciudad. Según me dijeron, nadie conocía como él, la historia de Toledo, sus personajes y sus mitos.
Mientras caminaba hacia la biblioteca donde mi futuro entrevistado vivía recluido entre antiguos textos polvorientos, en el centro histórico de la ciudad amurallada, no dejaba de pensar en las líneas iniciales del fragmento del monje: “Por antiguas calles estrechas y serpenteantes…” dado que de hecho, así eran las callejuelas de piedra sobre las que caminaba yo en ese momento. El archivo de libros y textos varios que servía de hogar al viejo Don Alfonso se encontraba tal como me habían dicho, con su puerta abierta para aquel que decidiera visitarlo; algo que intuía, no ocurría con mucha frecuencia.
El anciano me recibió en lo que parecía ser el comedor de su morada, cuya puerta de salida estaba flanqueada por dos armaduras completas de soldados de los siglos doce o trece, una a cada lado de las pesadas puertas, y en las paredes se apreciaban algunos escudos de la misma época. Me invitó a sentarme frente a él y me convidó con una copa de jerez. Por mi acento, enseguida supo que yo venía de Argentina. Sentados en unas sillas de madera hablamos de Toledo y también de Buenos Aires. Él me contó historias de monarcas árabes y acerca del acero toledano, y me preguntó sobre la Avenida de Mayo y su arquitectura hispánica. Por último, cuando le pregunté acerca del significado del texto de Santiago de Arrúa –lo cual motivaba mi visita–, el viejo hizo una pausa y mirándome como queriendo ver a través de mí, me dijo que no existía una explicación universal para esas líneas, pero que leyéndolas bien, cada persona debería tener la suya. Advirtiendo mi gesto de decepción, quizá por esperar una respuesta mas categórica, me dijo con tono seguro: “Deberías orgulloso de venir desde tan lejos buscando esas respuestas”, a lo que agregó: “te contaré: hubo épocas en las cuales los hombres daban sus vidas terrenales, sacrificándose en la certeza de que los esperaba la eternidad, entonces… ¿qué mejor manera de entrar a otra vida que muriendo por aquello que nos apasiona y que habita en nuestro corazón?”. Don Alfonso terminó su jerez de un trago y mirándome fijo me preguntó: “¿Alguna vez supiste de alguien que muriese haciendo algo que lo apasionara profundamente?”.
La primera imagen que vino a mi mente como respuesta fue la de mi amigo Fernando, compañero de ruta desde los años del secundario, con quien crecimos juntos a pesar de tomar luego caminos laborales diferentes. Aún cuando me mudé de barrio, jamás dejamos de vernos cada tanto en alguna pizzería de Montes de Oca. O hasta a veces el pasaba a buscarme por casa con su auto que se oía a la distancia. Recuerdo que escuchábamos a The Cult y hasta fuimos a verlos cuando vinieron a la cancha de River y tocaron bajo la lluvia con un Ian Astbury afónico. En el colegio Fernando, mientras los profesores daban clase, se dedicaba a dibujar autos sobrenaturales, bien bajos, con gigantescas ruedas y cruces de malta pintadas en sus puertas al estilo Custom. Él era un fanático del Chevrolet 400 tanto como yo de las Chevys. Cuando Fernando pudo tener su propio Rally Sport, fueron inseparables y recorrieron juntos toda la Argentina; lo bautizó el “Rayo de Barracas” y llevaba una cruz de malta cromada colgada del espejito retrovisor interno porque decía que lo protegía en todas las rutas del país. Siempre me decía que nuestros autos eran de una estirpe superior, “los guerreros del camino” repetía riéndose a carcajadas mientras hacía roncar aquel trombón libre bajo la puerta. “¡No tenemos carrocería, tenemos coraza!” les gritaba a veces al pasar a los conductores de autos mas nuevos que lo miraban como si estuviera loco. Con aquel 400 ruidoso, no dejó autovía ni camino polvoriento sin recorrer, buscando alguna princesa quizá en algún pueblo perdido del interior. Una tarde de verano, volviendo desde Jujuy tomó una curva cerrada demasiado rápido en un camino de tierra bajando un cerro, y se desbarrancó por un acantilado de piedras. Según los peritos murió en el acto. Entre lo poco que pudo recuperarse de su “Rayo de Barracas” estaba su querida cruz de malta que hoy descansa junto a él. Cuando Fernando, el “guerrero del camino”, se fue, sentí lo que debe sentir un soldado cuando ve caer a un compañero en combate.
Le conté a Don Alfonso la historia de mi amigo, y el viejo bibliotecario con tono de voz tranquilo volvió a preguntarme: “y donde crees que está la respuesta al significado del texto del monje de Arrúa?, a lo que yo respondí: “Aquí, en Toledo donde el vivió y murió”. Entonces el anciano meneando la cabeza en gesto negativo, se llevó la mano al pecho indicando el corazón y me dijo: “la explicación está aquí. Auque hayas viajado tantos kilómetros, la respuesta está dentro tuyo”. Tomó lo que quedaba de su jerez y se retiró diciendo: “ahora estoy muy cansado, debo irme. Así que se retiró a su habitación y me dejó solo en aquel comedor mirando a la puerta de salida que parecía custodiada por las dos armaduras que la flanqueaban. Fue entonces en la soledad de ese espacio que me quedé mirando fijamente ese detalle: las dos corazas con sus cascos y sus espadas, y recordé la parte del texto que decía “…los dos caballeros te indicarán el camino…”. ¿Acaso esas plateadas y mudas figuras medievales serían una señal?
Salí nuevamente a la calle y mientras me alejaba una vez mas por las calles serpenteantes, creí escuchar la voz burlona de Don Alfonso gritándome desde alguna ventana oculta: “¡Tu amigo Fernando ya encontró la respuesta!”.
De vuelta en Madrid, no pude dejar de visitar el Museo del Prado, el más famoso de España, donde hubo una pintura que llamó mi atención de manera siniestra. Se trataba de “Las Edades y la Muerte” de Hans Baldung Grien, una obra de 1539 en la cual la propia muerte lleva del brazo a una mujer anciana, y ésta a su vez trata de llamar la atención de otra mujer –en este caso joven y bella–. Así la anciana, cercana a lo inevitable, no deja de recordarle a la joven que ella es la siguiente a largo plazo. Pero sentí que lo más aterrador de esa obra de arte, era que la figura de la muerte llevaba en su mano derecha un reloj de arena como símbolo de que el tiempo estaba de su lado.
Al caer el sol me perdí en la noche madrileña, sus bares de tapas, sus sótanos y sus personajes; algo para lo cual siempre tuve particular facilidad. Recuerdo en especial un bar de paredes amarillas cerca del barrio Lavapiés donde me quedé hasta que cerrara, luego de lo cual salí a la vereda y me quedé hablando con unos inmigrantes africanos que habían llegado ilegalmente a España en la bodega de un barco carguero y apenas hablaban castellano. Ellos me contaron que previamente habían intentado entrar a Inglaterra, desde donde fueron deportados. No tenían nada que perder, sus vidas eran aventuras constantes.
Esa noche en mi habitación de hotel en la Gran Vía, miré las líneas escritas por aquel monje supuestamente loco de adelante hacia atrás, en forma vertical y transversal como si fuese un crucigrama, y así decidí que la siguiente etapa de mi viaje sería en busca del “oscuro dragón de la justicia”, el cual habitaría cerca de una supuesta “torre sangrienta” según el propio texto. Estaba decidido a desentrañar el misterio de aquellas líneas talladas en piedra. Para ello entonces, debía ir a la tierra de los dragones por excelencia, y solo había un lugar en el cual encontrar dragones oscuros.

Segunda parte: OSCURO DRAGÓN INGLÉS

Un día mas tarde llegué a Londres en un vuelo de EasyJet en clase turista. La tierra de Jack el Destripador, de Los Beatles, y de los dragones más famosos de la mitología universal me recibió como corresponde, con un día frío y húmedo. Caminé por sus puentes sobre el Támesis, por Westminster, Notting Hill, Covent Garden, Bloomsbury. Hice mi circuito nocturno por Picadilly, West End y el Soho, dentro del cual está Chinatown, pero los dragones chinos eran demasiado coloridos, y el que yo buscaba era oscuro.
Finalmente, y extenuado de tanto caminar hice una parada en el Pub “The George”, cerca de la Catedral de Saint Paul, donde se pueden tomar las mejores cervezas del mundo, y desde allí dentro a través de la ventana vi algo que me dejó paralizado: sobre la mitad de esa calle, se erigía una enorme columna sobre la cual reposaba la estatua de un dragón de color negro, con sus alas abiertas. Salí de nuevo a la calle, y entonces observé una enorme construcción frente a la estatua con forma de castillo, custodiada por un uniformado. El edificio tenía en su fachada un gran escudo con una inscripción. Al acercarme a leer lo que allí decía, finalmente estimé que había encontrado lo que buscaba: ahí se leía “The Royal Court of Justice”. Sentí entonces que quizá me hallaba frente a aquel oscuro dragón de la justicia. ¿Dónde estaría entonces la famosa torre sangrienta de la que hablaba el monje prisionero? Sin miedo al ridículo, me acerqué a aquel guardia uniformado desplegando mi mapa de turista, y le pregunté si en Londres existía algún lugar bajo esa denominación, a lo que el custodio me contestó en un inglés victoriano, con total cortesía y naturalidad apoyando su dedo índice en el medio de mi cartografía londinense: “Todo el mundo conoce La Torre Sangrienta, se encuentra en el castillo mas famoso de Inglaterra: La Torre de Londres”.
A la mañana siguiente, un taxista fanático del Arsenal me dejó en la entrada misma de la Torre de Londres, frente al Tower Bridge (puente de la torre), una de las postales más famosas del mundo. En ese enorme castillo donde se cometieron parte de las más atroces ejecuciones de Gran Bretaña, como las de las esposas de Enrique VIII o Santo Tomás Moro, me adentré en el lugar que buscaba: La Torre Sangrienta, que debe su nombre según cuenta la historia al misterioso crimen de dos niños herederos al trono en 1483.
Afuera, en los jardines del palacio, los cuervos mas célebres del reino graznaban orgullosos de su estirpe, eran parte de la iconografía más pura del imperio. Otras historias cuentan que esos cuervos son almas que volvieron a vengar una muerte injusta, sería por eso que había tantos.
Volví a mi hotel de Russel Square, donde sentí que habiendo completado casi todo el rompecabezas aún no encontraba sentido a los misteriosos vocablos del monje encarcelado. Solo me quedaba encontrar el lugar acorde a las palabras finales del texto, esas que hablaban de “allí donde la cruz de tus hermanos brilló sobre la luna…”, ¡para terminar mencionando “caminos infinitos”, “inmortales”, “corceles de hierro”! Todo eso empezaba a parecerme demasiado. Mi loco viaje siguiendo la pista de otro loco. Y aún sin comprender nada. Pero estaba embarcado en eso, y no era hora de bajarme. Así que volví a sacar mis libros y folletos de España donde se contaba la historia de las luchas medievales de moros contra cristianos. El símbolo de los musulmanes era la media luna, en tanto los cristianos enarbolaban sus cruces… y fue en Granada donde finalmente los moros fueron derrotados por los reyes católicos, luego de siglos de guerras. Allí sería entonces pensé, donde la cruz brilló sobre la luna… o sobre la media luna.

Final: CORCELES DE HIERRO

Hablar de la ciudad de Granada es hablar de un lugar a mitad de camino entre la realidad y el ensueño, donde un sol irreal brilla en tranquilas plazas, y donde las guitarras flamencas de los gitanos se mezclan con tradiciones entre lo europeo y lo árabe, entre lo cristiano y lo musulmán. Antiguo escenario de cruentas batallas militares y religiosas. Si alguna vez estuviste en Granada, nunca sabrás si lo viviste o lo soñaste.
Cuando desde Londres, llegué a esa ciudad dentro de Andalucía, al sur de España, sabía que inequívocamente debía adentrarme en un lugar si quería encontrar respuestas: La Alhambra, sede de los más lujosos palacios de los monarcas nazaríes, último bastión musulmán en la península ibérica.
Cuando entré en ese increíble complejo palaciego, recorrí sus jardines, fuentes, cascadas y enigmáticos salones que parecían salidos de una historia de “Las Mil y Una Noches”. Si los moros quisieron crear allí el paraíso musulmán, seguro que estuvieron muy cerca de lograrlo. Pero yo necesitaba ver el lugar clave para encontrar sentido a mi maldito texto. Así que decidí subir al punto más alto del Alcazábar –nombre que se da a la muralla defensiva de la Alhambra–, el sitio panorámico más elevado desde el cual se puede observar toda la ciudad de Granada. Desde allí, las últimas defensas moras, vieron avanzar a los guerreros cristianos en el siglo quince.
Subí a la cima del Alcazábar amurallado entonces, donde la cruz habría brillado sobre la luna.
El escrito de Santiago de Arrúa culminaba diciendo en su tramo final: “allí desde lo alto verás los caminos infinitos de los inmortales en sus corceles de hierro”. Entonces en ese punto, recordé la voz del viejo bibliotecario Don Alfonso cuando me comentó que hubo épocas en que los hombres sacrificaban sus vidas terrenales buscando la eternidad, y también cuando desde su habitación de Toledo me gritó que mi amigo Fernando ya tenía la respuesta a mi gran acertijo, acaso la forma de vencer al maldito reloj de la muerte de aquel cuadro del museo del Prado.
Aquello que nos apasiona nos vuelve inmortales. Esa es la clave de todo, ahora, en la edad media, y siempre.
En lo alto de la muralla cerré los ojos y juro que entonces te vi, mi viejo amigo Fernando, “guerrero del camino”, a bordo de tu “Rayo de Barracas” con tu cruz de malta en el pecho, levantando el polvo en los infinitos senderos del cielo, entre los soldados cristianos avanzando una vez más sobre Granada, con sus armaduras gloriosas y brillantes al lado de la coraza de tu 400 invencible, y vi sus caballos resoplando junto a tu corcel de hierro. Eras ya parte de ese ejército eternamente victorioso que nunca dejó de ir a la carga en la ruta de los sueños; ya veo tus banderas triunfales ondear bajo el sol de Andalucía o acaso el de la avenida Montes de Oca. Escucho el rugido de tu 250 y a The Cult en ese estéreo haciendo estremecer a tus enemigos. ¿Encontraste ya a tu princesa en ese pueblo perdido que no aparece en los mapas? El reloj de arena de la muerte se hizo trizas aplastado por las ruedas de tu Rally Sport que nunca detuvo su motor. Aguárdame con esa caballería invencible para el asalto final de los soldados de la pasión. Y que tu cruz brille siempre sobre la luna.

CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH

lunes, 14 de febrero de 2011

EL VALIANT Y EL MOLINO


La historia de Luis tiene mucho que ver con esos mágicos lugares que guardan emociones en el aire que quizá no desparezcan con el paso del tiempo. Esos lugares donde amamos la vida.
Luis era un mecánico de zona oeste que tenía un ritual que cumplía cada tanto, después de medianoche. Pasaba una y otra vez por lo que fuera la famosa Confitería del Molino de Callao y Rivadavia, en la esquina misma de enfrente del Congreso. Estacionaba su auto bajo las estrellas sobre la vereda impar de Callao, y se cruzaba a contemplar en silencio y soledad la imponente fachada de la confitería ya cerrada desde hacía muchos años. En contraste con las luces de las avenidas, la oscura esquina se veía fantasmagórica. Grandes placas de madera y chapa cubiertas de desprolijas pegatinas de carteles y afiches con caras de corruptos políticos, cubrían los otrora elegantes ventanales de la que supo ser una de las más elegantes y europeas casas de té de Buenos Aires. En lo alto de la esquina elevándose indiferente y como ignorando el paso de los cartoneros de abajo, las grises aspas del inmóvil molino parecían aguardar silenciosas el tiempo de revivir e iluminarse nuevamente, y –¿por que no?– empezar a girar. Pero mientras tanto, el viejo molino de la “belle epoque” porteña era un gigantesco espectro dueño de un pasado lleno de días y noches de gloria en su memoria, cuando las familias de la ciudad y alrededores tomaban el té por las tardes, y los gobernantes y artistas mas destacados brindaban por las noches de una Argentina que se sentía ese “pedacito” de Europa en Sudamérica. Lo cierto es que Luis, ya de adulto, cuando de tanto en tanto pasaba por la esquina de Callao y Rivadavia solo veía la inmóvil escenografía espectral de la vieja confitería ya cerrada y silenciosa.
Y no era casualidad que en forma recurrente el volviese allí a contemplar esa muda y oscura postal. En su niñez, allá por la década del setenta, su madre solía llevarlo en las tardes de los domingos a tomar un submarino a esa confitería –“el mejor submarino de Buenos Aires”- como solía decirle ella para que el niño sintiera que estaba en un lugar importante. Para ello viajaban desde el oeste, hasta la Estación Once, y desde allí hasta congreso, todo para ese evento tan especial.
Aquellos habían sido días felices, llenos de luz y de ilusiones tan infinitas como las ilusiones de un niño pueden ser. Entre las gruesas columnas marmoladas del salón principal, en medio de humeantes submarinos y tostados de jamón y queso fue que con su madre, Luis había tenido tardes enteras de debate acerca de temas tan importantes como por ejemplo, si el personaje de Disney conocido como Goofy, o Dippy, o Tribilín, era en realidad un perro, dado que en las películas Pluto ladraba, pero él hablaba fluidamente con otros personajes como Mickey –no por casualidad recurrente dueño del mismo Pluto-, por ende: Tribilín no podría ser un perro, porque podía hablar, usaba ropa y no era mascota de nadie. Ello así, si en el universo de las películas e historietas de Disney, todos los animales hablaban –patos, ratones, loros, etc.– menos los perros, y Goofy hablaba como todos los demás, ¿Qué clase de animal sería? Aún así, por sus largas orejas caídas y su hocico, se veía muy parecido a un perro…
Y esa temática tan apasionante, llevaba a Luis y su madre que se llamaba Leticia, a otro campo de grandes enigmas de similares características, pero ya del ámbito local: si Carozo era un perro… ¿qué animal vendría a ser Narizota? Recordemos que en aquellas tardes en blanco y negro, las meriendas infantiles tenían como grandes protagonistas a esos personajes en su inolvidable programa donde eran acompañados por el Profesor Gabinete y una curiosa tortuga real que caminaba anárquicamente por todo el estudio de TV con una voz en off que supuestamente salía de su interior: Quelonio Galápagos. De un modo u otro, aquellas maravillosas tardes de debate de Luis y su mamá en El Molino solían terminar con el niño y su mamá cantando a dúo aquella canción en la cual Carozo y Narizota salían a pasear en mateo (¡por toda la ciudad!).
Con el tiempo aquel chico fue creciendo y ya de adolescente comenzó a trabajar en talleres mecánicos de la zona oeste apasionado por los autos, sobre todo por aquellos que le recordaban a los clásicos americanos que veía en las películas.
Leticia murió cuando Luis era aun muy joven y nunca llegó a ver a su hijo como dueño de su propio taller.
Pero pasaron los años, y Luis, alquiló un viejo galpón, donde se instaló por su cuenta para desarrollar su actividad en la zona de Moreno, donde si bien se trabajaba en todo tipo de autos, se daba preferencia a la especialidad de la casa: los Valiants II, III y IV y sus motores Slant Six. Su obsesión personal era armar un Valiant III con un motor V8 Hemi 5.7, el mismo que traía el Chrysler 300C, con nada menos que 340 cv. Para ello, luego de años de mucho trabajo y sacrificio, mas algún préstamo personal con una tasa medianamente accesible, logró traerse desde Estados Unidos a semejante monstruo de 8 cilindros, para instalar nada menos que en un Valiant III de 1965, al cual se lo reformó para crear un pura sangre bestial, cambiando desde el tablero e instrumental, hasta el sistema de escape. Cuando llegó la caja embalada al taller conteniendo al dragón de 8 cilindros envuelto en nylon, todos sus amigos se reunieron y lo festejaron con un asado en la terraza del tallercito del oeste, imaginando increíbles aventuras con el engendro salvaje que se estaba gestando. Con sus ópticas redondas como ojos de tiburón asombrado, el blanco Chrysler sesentista parecía agradecido cuando Luis y sus amigos del taller presentaron el motor americano colgado de cadenas para instalarlo haciendo las adaptaciones que fueron necesarias, y hasta hubo que meter mano en todo lo referente a caja y diferencial, para que la feroz potencia del 5.7 se aproveche sin romper nada. Todo ello sin mencionar los trabajos de suspensión y chasis que le dieron al bólido, la firmeza necesaria para ser un verdadero misil que resumía el espíritu naftero que conjugaba la mística del legendario fierro argento con la potencia al más puro estilo Detroit. Para ello tanto Luis como su fiel banda de amigos trabajaron durante muchos fines de semana, mate y facturas de por medio… bueno, digamos que Luis y alguno mas trabajaban mientras el resto tomaba mate y comía facturas.
Hasta que un domingo por la tarde, luego de semanas y semanas, la gavilla de dementes de zona oeste, finalizó la colosal tarea. Una vez que el auto tuvo instalado el motor con todas las reformas incluidas, el grupo de amigos brindó hasta la noche con cervezas varias, algunas botellas de new age, un tinto y Fernet más gaseosas. Entre brindis y brindis, alguno le pedía las llaves a Luis para acelerar un poco en el lugar al Valiant que rugía eufórico con su nuevo corazón de más de 300 burros. Hasta los vecinos se acercaban a mirar y pedían que lo pongan un poco en marcha. A medianoche, poco a poco los muchachos comenzaron a irse cada uno para su casa, tratando de no pensar que al día siguiente había que levantarse temprano para ir a trabajar; abrazando y felicitando a su dueño, con el sentimiento de que el auto con el nuevo motor si bien era la locura de Luis, era también un poco de todos. Y así, en un momento el mecánico que muchos años antes tomara submarinos con su mamá en El Molino, en un momento se quedó solo en su taller. Miró de frente al Valiant 65 con una mirada cómplice, y se dirigió a un cajón de madera en la parte de atrás del taller, del cual sacó un calco que especialmente había mandado a hacer a una casa de plotters, que con letras negras cursivas decía “Leticia”. El pequeño homenaje a su madre fallecida hacía años quedó estampado en el casco del Chrysler a la altura del guardabarros delantero izquierdo entre la puerta y la rueda.
Durante minutos y minutos, solitariamente Luis miró a su blanco caballo de corazón renovado, dando vueltas alrededor de él a paso lento con una mano sujetándose la pera pensativo, entre los vasos de plástico y botellas vacías que habían quedado en el piso junto a las herramientas dispersas; hasta que se detuvo frente a la parrilla del Valiant que le mostraba sus dientes desafiantes. Allí y lo miró y le dijo como si el auto tuviese vida propia: “ok, dale. Me convenciste, hay un lugar que te tengo que mostrar. ¡La autopista nos espera!”.
A eso de la 1 de la mañana ya del lunes en una calma oscuridad, bajo las estrellas, el mecánico de Moreno abrió el portón de chapa de su taller y le dio arranque al Hemi V8, bajo el capot de su corcel. Metió primera y salió haciendo vibrar las ventanas de los vecinos encarando la calle que lo llevaría al Acceso Oeste. Allí subió en cuestión de segundos y con autopista despejada dio rienda suelta a la potencia del 5.7, que hacía girar las patas traseras de la bestia a una velocidad sobrenatural y con un agarre de la hostia. Pasó el primer peaje, y enseguida volvió a acelerar, haciendo que suban las agujas de cuanto Autometer tuviese el habitáculo. El Valiant por fin rugía libre por el Acceso rumbo a Capital para tomar la autopista 25 de Mayo con un destino bien claro: la Confitería del Molino.
Los autos que aparecían en el horizonte duraban solo un instante antes de quedar atrás y los sorprendidos conductores solo sentían que sus cascos temblaban ante el paso de algo que parecía ser…un Valiant que los superaba como postes. “¡200 km/h con un clásico de los sesentas!” gritaba Luis dentro del misil blanco a la vez que un Bora 1.8 T se hacía a un lado aterrorizado por la bestia que lo aventajaba rugiendo.
De repente fue el turno de probar el sistema de dirección. Ya en la 25 de Mayo a la altura de cancha de Vélez, al frente se veían tres autos casi en paralelo con el espacio justo como para calcular un pase bien finito entre dos de ellos. Enseguida Luis apuntó y pasó justo por el medio de una Eco Sport y un Corsa por cuestión de centímetros, pero al sobrepasarlos, se vio encarando una cerrada curva. Pisó el freno, el auto derrapó chirriante con su tracción trasera haciendo que las ruedas giren en falso a altísimas RPM quemando caucho y se desplazó por varios metros patinando en forma lateral mas violentamente que un coche de drift hasta quedarse detenido atravesado en la autopista entre una nube de humo de gomas quemadas. Allí, se vio venir de frente hacia su lateral a los 3 autos que acababa de sobrepasar como si fuesen la misma muerte que lo estaba por arrollar. Fueron apenas unas fracciones de segundo, lo que le tomó volver a poner punto muerto y enseguida primera para salir de esa posición, y rápidamente enderezó la trompa del Valiant blanco que salió despedido hacia delante frente a la mirada aterrada de los conductores de los otros autos que pensaban que se lo comían.
Una vez encaminado de nuevo, Luis trató de tranquilizarse después del tenso momento vivido, y en cuanto pudo descendió de la autopista y se encaminó por avenida Entre Ríos lentamente hacia Rivadavia mientras se secaba la transpiración de la frente y trataba de que bajen sus pulsaciones. La ciudad se ve tan calma y silenciosa a esas horas de la madrugada, ese tiempo posterior a la medianoche y anterior al amanecer, donde las calles y avenidas no tienen tránsito y los carteles de neón nos miran pasar antes de que los mortales despierten.
Así llegó hasta el congreso, y ni bien pasó, estacionó el auto frente a la confitería del Molino, en la vereda impar, justo cuando Entre Ríos comienza a llamarse Callao. Salió del Valiant y se apoyó en el largo guardabarros delantero izquierdo mientras el aire fresco le pegaba en la cara. Cerró los ojos y se preguntó una vez mas por qué en forma recurrente volvía una y otra vez a ese lugar sagrado simplemente a mirar la fachada del viejo bar cerrado hacía tiempo. Entonces fue cuando le pareció escuchar una música que retumbaba lejanamente desde la vereda de la confitería y contrastaba con el silencio de la calle. Lleno de curiosidad, cruzó la avenida caminando a paso rápido y se acercó a las placas de chapa y madera que tapiaban los viejos ventanales de El Molino, con sus sucios afiches arrancados. La música era indudablemente tocada por una banda en vivo, sonaba al estilo de las viejas orquestas de jazz y tango que animaban los bailes de principios del siglo veinte, y se escuchaba cada vez mas cerca. Cuando Luis estuvo en la esquina de la confitería apoyó su oreja en uno de los carteles que cubrían las ventanas que daban a Callao, y pudo escuchar que allí adentro indudablemente estaban realizando una gran fiesta, no solo se escuchaba la banda, sino también el bullicio de la gente y el ruido de los cristales de las copas y los metales de los cubiertos. Luis entonces, se sintió fascinado y pensó que seguramente por más que la confitería ya no funcione, debían alquilarla como salón para algún evento. De todos modos no había ninguna puerta visible para entrar a la celebración o preguntar que tipo de reunión se estaba desarrollando.
Su curiosidad fue más fuerte que él, y comenzó a buscar un espacio entre las grandes placas para poder ver algo o eventualmente…colarse y entrar. Así fue recorriendo chapa tras chapa para buscar una rendija que le permitiese pasar, hasta que finalmente sobre la vereda de Rivadavia, encontró una pequeña grieta que dejaban dos de las hojas de madera. La música se escuchaba más fuerte aún en el espacio que dejaban las grandes placas entre sí. Por allí pudo espiar que el salón estaba iluminado y la gente bailaba y brindaba en lo que parecía ser una gran fiesta privada. Luis entonces no lo pensó dos veces, y tomó aire como para hacerse más flaquito, y así muy despacio logró pasar para el lado de adentro de la confitería a la cual no entraba desde hacía más de veinte años.
Una vez adentro pudo ver las hermosas arañas que iluminaban el techo del salón, las majestuosas columnas y los mostradores tan brillantes como en los buenos tiempos; habían corrido además las mesas centrales armando una gran pista de baile que estaba repleta de gente vestida de etiqueta bailando alegremente temas de Glenn Miller. Un mozo se le acercó con una bandeja de copas de Champagne, y Luis pensó que lo invitarían a retirarse habiendo advertido que el no había sido invitado. Pero por el contrario el camarero muy amablemente le ofreció una de las copas burbujeantes que el mecánico de zona oeste, aceptó para disimular.
El estado de fascinación de Luis con su fina copa en la mano frente a toda esa escena de plenitud, era absoluto. Fue entonces que sintió que alguien ponía una mano suave y liviana en su hombro y desde atrás escuchó una dulce voz familiar que le traía los más tiernos recuerdos a través del tiempo, cantándole al oído la canción de un viejo e inolvidable programa de TV de su infancia: “Carozo y Narizota se fueron a pasear, se fueron en mateo por toda la ciudad…”. Con los ojos llenos de lágrimas Luis solo tomó la mano que se apoyaba sobre él y simplemente dijo: “Te extrañé”.
Antes de que salga el sol en la madrugada del lunes, los restos de un Valiant III blanco con motor V8 fueron removidos por las grúas del gobierno de la Ciudad de la autopista 25 de Mayo a la altura de la cancha de Vélez. Por la mañana, los canales de noticias pusieron al aire sus respectivos informes acerca del fatal accidente donde había perdido la vida un conductor aparentemente alcoholizado.


CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH

viernes, 11 de febrero de 2011

LA MAGA EN TC URBANO


En el número 163 de la revista TC Urbano, que publica mis cuentos, apareció una nota a cuatro páginas con fotos en color sobre mi Chevy "La Maga" con un texto mío donde describo todo sus detalles y proceso de restauración. Además aparece en este número (163) mi cuento "Los Posters del Tiempo", ya publicado en este Blog.

viernes, 21 de enero de 2011

LOS POSTERS DEL TIEMPO


“Todas las historias que escribí son verdaderas…porque creo en lo que vi”
(Jack Kerouac)

En una tarde de Avellaneda de los años setenta, un niño de menos de cuatro años corretea de una punta a la otra de un viejo patio que vio crecer a las generaciones que lo precedieron. Intenta entonar la canción de su serie televisiva favorita: El Zorro. Un delantal de cocina de su madre anudado a su cuello hace las veces de capa, al tiempo que la desmechada gorra de su bisabuelo representa el sombrero del héroe en blanco y negro. Monta una escoba a la que llama Tornado, aquel brioso caballo azabache. Una vara de madera que enarbola con su mano derecha da la idea clara de que lleva su espada desenfundada y lista para luchar contra los malvados en esa esgrima solitaria y nocturna de los verdaderos justicieros. Porque Diego de la Vega da lugar a su razón de ser, solo “cuando sale la luna”. Y lo hace “en su corcel”. Nunca tuvo ni tendrá juguetes caros, no los hay en Piñeiro –Avellaneda-. La escoba, la gorra, el delantal y la vara de madera no son tales cosas en ese mundo imaginario. Son el equipo de Zorro (mas tarde le comprarían la careta). Nada en el mundo podría convencer a ese niño de que no es él, el verdadero justiciero enmascarado de la “Z” o de que esa escoba no es Tornado. Cualquiera insinuase tales afirmaciones blasfemas pecaría de mentiroso. Porque aquello que imaginamos y amamos con pasión es la realidad mas palpable del mundo.
El está allí en ese patio –o quizá solitaria llanura- para recorrer los caminos bajo la luna … y hacer justicia.
O al menos así lo recuerdo lejanamente.
Casi diez años mas tarde el mismo chico, ya a punto de comenzar el secundario, entra con su madre a uno de esos lugares mágicos ya desaparecidos en el tiempo tales como Pumper Nic o el Italpark. El chico y su mamá entran a instancias del insistente pibe, a un local sobre la calle Florida que se llama “Los Pósters del Tiempo”. Y de repente el se queda paralizado frente a una gigantesca lámina que ocupa buena porción de una de las paredes del local. Se trata de una inmensa foto de unos vehículos “areneros” saltando entre las dunas, y al pié de la imagen una frase que reza: “la vida debe ser una gran aventura…o nada”. No fueron los motores ni las grandes ruedas de los vehículos tubulares del desierto lo que más impactó a aquel preadolescente, sino la fuerza de esas palabras.
El chico jamás olvidará esa tarde. Jamás olvidará ese póster que nunca compró por ser quizá muy grande para su pared, o acaso para el bolsillo de su madre. Y jamás olvidará esas palabras impresas sobre las arenas de la foto. De hecho hoy, con más de 40 años las recuerda cada mañana al levantarse. Sin saberlo aquel muchachito sale con su mamá de “Los Pósters del Tiempo” con esa cita en su cabeza. Su vida ha cambiado para siempre.
Muchos años mas pasarían, y aquel chico crecería, y se recibiría de abogado y como tal, hasta trabajaría para una fundación de estudios criminalísticos que colaboraba con el Poder Judicial en determinados casos en distintas jurisdicciones del país. Una de sus primeras misiones, teniendo aún veintipico de años sería la de radicarse por un tiempo indeterminado en la ciudad de Mar del Plata para tomar intervención en algunos asuntos penales que se estaban dando en esa ciudad a 400 kilómetros de Buenos Aires. El novel letrado daba el perfil perfecto para ser el enviado a trabajar allá sin fecha cierta de retorno: no tenía mayores compromisos, era el mas joven del staff jurídico, el de menor antigüedad en la fundación, era soltero, y se sabía que una ciudad como Mar del Plata con sus playas y su vida nocturna, para él sería siempre una tentación, un desafío irrechazable.
Una vez en “la feliz” uno de los primeros casos que le toca investigar es del de una misteriosa serie de suicidios que se habían venido dando en los últimos meses en distintos puntos de la ciudad: un sujeto que se había volado la cabeza con una escopeta en un espigón portuario una noche de agosto; una mujer que había saltado desde un 9º piso de un edificio de la Avenida Colón; y otro tipo que se había disparado en la sien con un revólver sentado en las escaleras que bajan desde la rambla a las playas del centro.
Es sabido que el índice de suicidios en la ciudad de Mar del Plata es de los más altos del país, y muchas veces aquel abogado devenido en investigador se había preguntado por qué. Los manuales de técnica investigativa básica sostienen que el “modus operandi” del hombre que decide quitarse la vida es por lo general a través del uso de un arma de fuego, en tanto las mujeres suelen optar por saltar al vacío o la sobredosis de pastillas. Todo encajaba, pero el elemento esclarecedor de los casos vino por otro lado. Ninguno de los suicidas era marplatense. Todos habían puesto fin a sus vidas fuera de la temporada de veraneo.
El de la escopeta en el espigón era de Mendoza, y conforme consignaba el boleto de micro de ida encontrado en su bolsillo, había llegado a la ciudad unas horas antes de disparase a sí mismo.
La mujer era una viuda de Lomas de Zamora y desde hacía décadas tenía ese departamento de dos ambientes desde el cual saltó, que en enero ponía en alquiler y en el que vacacionaba todos los febreros con su marido, cuando éste aún vivía. Su cuerpo fue encontrado a una distancia intermedia de la base de la torre de departamentos, y en tal sentido es sabido que los peritos sostienen que si el cuerpo aparece a una distancia corta: fue accidente –se tropezó-, si aparece a una distancia larga: fue homicidio –lo tiraron- y por último, si el cuerpo se encuentra en la distancia media como el caso de marras, es que la persona saltó.
Por su parte, el de las escaleras del centro tenía fijado su domicilio en Ciudadela y se había disparado en la cabeza durante la noche.
Ningún marplatense, ni residente de esa ciudad.
Investigando las historias de vida de los protagonistas de los tres casos, en el informe final del joven abogado a quien se asignó el caso, las conclusiones fueron las siguientes: Mar del Plata es una ciudad asociada a los momentos mas felices de las vidas de las personas, ya que allí se va de vacaciones, se veranea, se va a la playa, la gente se enamora fugazmente, hay sol (cuando sale), mar y tiempo libre. Ese lugar está asociado a los recuerdos más alegres e intensos de mucha gente. Los tres suicidas eligieron Mar del Plata porque ese era precisamente el último lugar donde habían sido felices. Para despedirte de este mundo: ¿Qué mejor lugar que ese donde fuiste feliz? ¿que imagen te llevarías a la eternidad? ¿a quienes habrán visto los dos hombres al momento de apoyarse los caños de sus armas en sus puntos vitales? No por casualidad ambos miraban al mar en ese momento. Y la señora del noveno piso, seguramente no se sintió sola al momento de saltar ¿habrá tomado imaginariamente la mano de su difunto esposo al momento de encarar el vacío?
Los tres protagonistas de los casos bajo análisis eligieron el lugar asociado con sus mejores recuerdos, hacia allí viajaron por última vez, y de seguro en los instantes finales cerraron los ojos y vieron a sus seres amados entre la brisa fría del mar para llevárselos con ellos para siempre. Caso cerrado.
Aquello que imaginamos y deseamos con intensidad: ¿es acaso tan irreal?
“La vida debe ser una gran aventura…o nada” decía aquel viejo póster. Supongo que en algún momento los tres suicidas de Mar del Plata sintieron que la aventura había terminado. ¿Cómo vivir sin ella?
Y pasaron los años y según dicen, aquel abogado que antes de serlo fue cautivado por una lámina de pared, y aún antes de ello fuese el mismo Zorro, hoy aprieta las tuercas de un 6 cilindros salido de la GM de la Argentina industrial de los años 70. Con cada acelerada hace que las cáscaras de plástico de los móviles que lo rodean en la calle se estremezcan. Cuentan que a veces sale a la ruta y al cruzarse con otros acorazados de la época, se saludan con toques de bocina y pulgares para arriba como si fuesen conocidos de toda la vida. Y hasta dicen que tiene un grupo de amigos que crece cada día como una hermandad templaria. ¿Qué ven esos tipos cuando se sientan en sus butacas , se aferran al volante y antes de dar arranque cierran los ojos previo a encarar alguna ruta? Seguramente algo tan real como lo que veía el niño que jugaba a ser el Zorro, o como lo que vieron en su salto infinito los tres viajeros de Mar del Plata. Aquello que ven es lo que lleva cada uno en el corazón a contramano de la sociedad. El sistema no fabrica ni incentiva la compra de los autos que ellos manejan. Ellos los vuelven a la vida para seguir haciendo historia y alcanzar más sueños. Son los artífices y creadores de su propia odisea, los domadores de sus “corceles”.
Porque en definitiva todos ellos creen que la vida debe ser una gran aventura…o nada.


CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH