HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





jueves, 30 de octubre de 2014

EL VESUVIO


“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y como el aire.”  (Jorge Luis Borges –Fervor de Buenos Aires-)
No tiene lógica que ese tipo que vende mochilas, bolsos y camperas militares en el pasaje subterráneo que va por debajo del obelisco siga allí, con su mismo puesto con su misma mercadería sin haber envejecido luego de tantas décadas.
A comienzos de mi secundaria, allá por el ’82, recuerdo que veía a los pibes más grandes y cancheros que yo, en mi colegio, el Pueyrredón de San Telmo, que en lugar de llevar sus libros y carpetas en la mano o en algún  portafolios, llevaban “morrales”  colgando de un hombro en forma vertical (y no como los malditos posers palermitanos de hoy, que lo llevan cruzado). Por lo general eran de color verde oliva, y cuanto más gastados y garabateados con nombres de bandas de rock, escritos en birome, mejor. Así que no tuve mucho que pensar, y para no ser menos, decidí obviamente que yo debería tener mi propio morral, y me lo fui a comprar a la galería subterránea de la 9 de Julio donde el vendedor era justamente este sujeto de aspecto tan extraño. El tipo parecía una versión siniestra de Larry, aquel de los tres chiflados, semicalvo y con dos matas de rulos a los costados de la cabeza como payaso psycho  killer. No sonreía ni tenía expresión en los ojos, y para hablar movía su boca pequeña sin gesticular, con la mirada perdida como si estuviese repitiendo un libreto de venta de su mercadería, pero con sus pensamientos en otro lado. Todo eso nos llamó la atención a mí y  también a mi compañero de banco del cole, el gordo Fernando, que me acompañó y se compró también su propio morral. Era fácil imaginar a aquel puestero con su cara pintarrajeada como un clown decadente y blandiendo un cuchillo o algún otro elemento punzocortante. Pero, en fin, tomamos nuestros nuevos morrales vacíos y salimos de la galería bajo el asfalto, subiendo por la escalera de Carlos Pellegrini, en cuya desembocadura en aquel entonces se encontraba el inolvidable Supermercado del Disco, un fantástico megalocal donde vendían vinilos y casetes, y tenían todas las novedades de aquello que alguna vez se llamó “industria discográfica”.
Luego caminamos por Lavalle, y con las pocas monedas que nos quedaban hicimos una vaquita para comprar unas “frenys” en Pumper Nic, mientras discutíamos acerca de si Queen era o no, mejor que Kiss, y viceversa. No nos pusimos de acuerdo (los fans de Kiss nunca aprenderán). Éramos libres y felices. Y teníamos nuestros morrales.
Desde entonces y a través de los años, camino a diario por esa zona de la ciudad, pasando siempre por la vieja galería subterránea que conecta Pellegrini con Cerrito, y el mismo tipo sigue allí, inmutable e inalterable al tiempo con su rostro inexpresivo y su mirada en la eternidad. Con los años comencé a descubrir, en mi andar de rata de microcentro, que ese no era el único personaje inmune al paso del tiempo que circundaba el área del obelisco, también está el mozo de cara redonda del bar “La Estrella” de Maipú esquina Lavalle, o los viejos expertos lustrabotas de la casa de lustre “Argento” de la calle 25 de mayo (que siempre fueron viejos). Ellos y algunos más, todos con sus ojos en el vacío, quizá de alguna época en la cual se quedaron para no cambiar jamás.
  De todos estos extraños seres, quizá el más llamativo y accesible al diálogo, es ese al que apodan “El Mago”, un tipo con todo su cuerpo y cara tatuados, de contextura pequeña y pelado, lleno de piercings y cuanta modificación corporal uno pueda imaginarse que trabaja justamente y según siempre dijo, de tatuador, y a quien se puede ver a menudo por las galerías de Lavalle en su tramo peatonal. En una época hablábamos seguido, incluso cuando viví en Mar de Plata en los noventas, el tipo también estuvo un tiempo allá en La Feliz, escapando de algo que oportunamente me contó y no viene al caso revelar ahora. Meses atrás, yo volvía de una cena un jueves a la noche –casi medianoche- y me lo encontré caminando solo por Carlos Pellegrini, desde Viamonte y en dirección al obelisco, la vereda estaba desierta, y las luces de neón destellaban en la avenida. Me le puse a la par y le dije: “Hey, Mago”, y el tipo se dio vuelta. No sé si me reconoció o si me saludó de compromiso atento a que lo llamé por su apodo, y me dice: “Hola, ¿Cómo andás?”, “Todo bien”, le contesto, “volviendo a casa”.  “Y si, mañana hay que laburar” me agrega, “Pero estoy apurado”, dice acelerando el paso, como queriendo despegarse. Percibí que mi presencia lo incomodaba, así que me despedí de él y fingí que doblaba por Tucumán a la izquierda.
Luego retomé unos pasos, y al asegurarme de que no miraba para atrás, lo seguí, pero a una distancia en la que él no pudiera verme, y así amparado en la noche,  fui tras sus pasos. Cruzó la 9 de Julio, y caminó media cuadra por Corrientes hasta el bar “El Vesuvio”. Entró. Tras él, entré yo. Como siempre el Vesuvio estaba abierto e iluminado, vi como los mozos lo saludaban con la cabeza y le daban paso para que subiera al piso de arriba. Conmigo no fue igual, cuando yo entré los camareros me miraron como para que me siente en alguna de las mesas de la planta baja (es sabido que ese bar solo tiene mesas abajo dando a la calle, y arriba solo están los baños y un gran salón vacío). “Paso al baño y ya vuelvo. Te encargo un café en jarrito” le dije al mozo que se me acercó. Con un gesto desconfiado, el mozo, aceptó. Subí rápido y llegué a ver que el Mago en el primer piso se metía por una puertita al costado de los baños. Todo lo que hay en esa planta son mesas y sillas arrumbadas y una orquesta inmóvil de muñecos que representan a figuras emblemáticas del tango como Gardel o Troilo con su bandoneón. Sin dudarlo esperé unos segundos y atrás me metí yo por la misma entradita por donde mi perseguido acababa de pasar. Solo había un pasillo oscurísimo y estrecho. Nada se veía, ni el Mago, ni el final del corredor. Solo oscuridad. Cerré la puerta a mis espaldas. Tengo mi experiencia en lugares oscuros y me sé esa técnica de cerrar los ojos y contar hasta diez. Lo hice, y al abrirlos pude ver algo mejor pero en penumbras. Caminé y caminé con las yemas de mis dedos  tocando las paredes a mis costados, hasta que de repente del lado derecho percibí que la larga textura del corredor se interrumpía por la madera de una puerta. Tanteé en la oscuridad y al encontrar el picaporte lo giré y entré. Allí, había una escalera descendente algo más iluminada que me llevó hasta otra puerta, a la cual a medida que me acercaba iba escuchando ya los sonidos de la avenida. Al llegar a esa puerta pasé y salí a la 9 de Julio nuevamente. Llegué a la vereda y allí parado vi que algo había cambiado, o todo.
En el medio de la avenida no estaba el amarillo Metrobús, sino que por el contrario había frondosos árboles que daban un halo de misterio a la noche. Miré al obelisco y no tenía rejas que lo rodeasen, y agudizando la vista en dirección a Corrientes logré ver las marquesinas de los teatros que anunciaban el estreno de una puesta en escena rutilante con el Negro Olmedo en el rol central: “El Manosanta está cargado”. Algunos taxis eran Falcon, otros eran Peugeot 404, y se podía escuchar que al acelerar sonaban como autos verdaderos. Caminé unos metros hasta la entrada del Hotel República por Cerrito, y allí lo vi al Mago nuevamente, mirándome fijo con una sonrisa burlona. “Sabía que me venías siguiendo”, me dijo. “Y te dejé llegar hasta aquí. Sabía que no me defraudarías”, agregó. “Hay una Buenos Aires que viviste, y otra que imaginaste o quizá soñaste. Bienvenido. Este lugar no es para cualquiera”. El mago hablaba y los tatuajes de su cara parecían cobrar vida. Y siguió: “Un amigo tiene algo para vos”. Desde el Hotel República, salió entonces aquel vendedor de bolsos del pasaje subterráneo, quien se me acercó con gesto cómplice con un paquete de papel envolviendo algo. Vi sonreír a ese tipo por primera vez en mi vida. “Esto es para vos” me dijo con su cara de Larry. Y me entregó un misterioso regalo, cuyo envoltorio de papel rompí en cuestión de segundos. Allí había un morral idéntico a aquel que tuve en mis años de secundaria. Al agarrar mi presente escuché que algo tintineaba allí dentro. Lo abrí, y había un juego de llaves de un auto. Me quedé perplejo, y vi como el Mago y el vendedor de morrales me saludaron con la mano y se alejaron por la avenida perdiéndose en la oscuridad.
Allí estaba yo, parado junto al cordón de la vereda de una extraña avenida 9 de Julio con un morral colgado del hombro y unas llaves en la mano, cuando escuché el sonido de un motor americano a mis espaldas y enseguida una frenada justo al lado mío. Me di vuelta para ver que sucedía, y pegado a mí en la entrada para autos del Hotel, acababa de estacionar una cupé Chevrolet ’51 color negra con todos sus cromados intactos. Del auto se bajaron dos viejos personajes conocidos para mí: los lustrabotas de la casa Argento. El que estaba del lado del conductor dejó su puerta abierta, diciéndome: “Esta es tu noche pibe”, y también se alejaron entre las luces de la avenida. Inmediatamente y con las llaves que tenía en mi mano derecha, entré al auto, y en efecto, las llaves eran las indicadas: medio giro de tambor, una acelerada en punto muerto y arrancó como coche nuevo.
Esa noche recorrí Buenos Aires en una cupé Chevrolet 1951. Pasé por el Gran Rex y se anunciaba un show de Soda Stereo presentando “Sueño Stereo”, bajé hasta Barracas y vi a los compadritos en la vereda de sus patios tangueros mirarme desafiantes, retomé por la Manzana de las Luces y vi elegantes damas con vestidos largos subirse a carruajes tirados por caballos de crines impecables, doblé por Arroyo y lo vi a Ringo Bonavena en la puerta de Mau Mau, paré a tomar un trago en la barra del Morocco y finalmente, al salir el sol me fui a desayunar al Open Plaza.
Luego ya con la luz del día, volví con mi cupé 51, esa que muchas veces había soñado,  y la estacioné de nuevo en la puerta misma del hotel República. Allí la dejé cerrada, pero me quedé con mi morral y con las llaves de ese auto con el que me habían honrado aquellos ciudadanos ilustres fuera de tiempo. Y me volví caminando hasta esa pequeña puerta que, a través de pasillos oscuros me devolvió al primer piso del bar El Vesuvio. Allí seguía la inmóvil orquesta fantasma y, escaleras abajo, era una mañana común y corriente. Los mozos me saludaron, y mientras salía uno de ellos me dijo: “Queda pendiente el café en jarrito”. Detrás de la barra de esa cafetería, vi una foto-collage en blanco y negro en la cual entre infinitos rostros me sonreían Pepitito, Tita Merello y Minguito. Al salir a la calle, todo era normal, con taxis Voyage silenciosos, Metrobús y sin carteles de espectáculos que valiesen la pena.
Conozco un pasaje clandestino, que me conecta con otra Buenos Aires. De vez en cuando en noches de luna llena, suelo escaparme por esa puerta oculta por la que pasan algunos personajes urbanos fuera de tiempo. A pocos metros de allí me espera un auto legendario en el cual puedo pasear por una ciudad eterna.
Recomiendo de tanto en tanto, darse una vuelta por el bar El Vesuvio para tomarse un café comprendiendo ahora, los códigos que encierran su mural de fotos y sus músicos inmóviles. Y claro, disimuladamente, escaparse un rato por la puerta secreta subiendo las escaleras. No teman a la oscuridad.

                                                                                              CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH

miércoles, 22 de octubre de 2014

PRESENTACIÓN EN LA FERIA DEL LIBRO HEAVY

El 1 de noviembre estaré en la FERIA DEL LIBRO HEAVY METAL, en 33 Orientales 1150 Capital, desde las 16 hs. presentando mi libro para el público rocker, por la relación de mis historias de fierros con la filosofía del metal y la cultura rock en general. Allí venderé ejemplares de LA RUTA DE LOS INMORTALES, y hablaré en el escenario alrededor de las 20 30hs. Los espero.

sábado, 18 de octubre de 2014

AUDIO COMPLETO DE LA ENTREVISTA POR FM PURA

https://soundcloud.com/radiopura/cesar-patrick