HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





domingo, 4 de julio de 2010

CONVOYS!


Se llamaba Edgardo pero le decían Egar, y era fanático de las series y películas de vaqueros. Dentro de los límites de sus dominios –una pequeña casa con patio y jardín en Lanús, a la vuelta del club Pampero– solía andar con un sombrero de cowboy, o “convóy”, como entonces se decía en los barrios suburbanos. A fines de la década del sesenta, él y su mejor amigo desplegaban día tras día un mapa-color de América del Sur sobre el piso de aquel patio inigualable. Marcaban y remarcaban dos cruces. Una en Buenos Aires y otra en Caracas, Venezuela. Entre ambos puntos trazaban rutas imaginarias con diferentes colores de “pinturitas” Faber. Los dos adolescentes soñaban con un viaje fantástico que los llevaría a través de ruinas incaicas y salvajes junglas, atravesando luego el mítico camino trans-amazónico para llegar finalmente a la capital venezolana. En el camino seguramente vivirían mil peligros e historias de amor. Si años antes unos audaces Ernesto Guevara y Alberto Granados lo habían intentado en una moto Norton 500, ¿por qué no habrían de lograrlo los dos intrépidos aventureros de la zona sur esta vez en un automóvil?
Primero pensaron que lo ideal sería hacerlo en un Jeep, pero luego decidieron que sería mejor algo con techo fijo, dada la larga travesía. Fue entonces muy difícil arribar a una decisión final en tal sentido, pero luego de tardes y tardes de debate, entre capítulos de Bonanza y canciones de los Beatles, ambos amigos pactaron que el mejor medio para llevar a cabo su periplo, sería el que surgiese de sus propios sueños de esa noche. “Hagamos algo”, sugirió Egar a su fiel amigo: “Hoy no decidamos nada. Fijate si esta noche cuando te vas a dormir soñás con un auto en particular. Un Peugeot, un Rambler, lo que sea. Y si soñaste con alguno en concreto y te lo acordás, anotate el nombre en un papel y traelo mañana a casa. Yo trataré de hacer lo mismo. Si nuestros sueños coinciden, ya sabemos cual será el coche para el viaje, y si no, tiramos una moneda a ver cuál gana”. Su amigo asintió con la cabeza y se fue a su casa muy serio mientras caía el sol suburbano y pensaba que aun durmiendo sus responsabilidades no terminaban.
A la mañana siguiente sonó el timbre de la casa de Egar, quien suspendió su Vascolet y, calzándose su sombrero texano, corrió atravesando el patio hacia la puerta con un papelito previamente plegado en forma muy prolija en su mano izquierda. Al abrir la puerta se encontró con su amigo que a su vez traía un bollito de papel madera en un puño cerrado y temblequeante. No se dijeron una palabra, se miraron y desplegaron sus enigmáticos papiros. En ambos se leía la misma categórica palabra mágica: Torino.
¿Con qué otra cosa hubiese soñado un adolescente de los años sesenta más que con ese motor Tornado de 4 bancadas y ese toro rampante en el frente? Con los ojos llenos de lágrimas se estrecharon la mano y corrieron a desplegar una vez más aquel garabateado mapa sudamericano.
Pero lo cierto es que tanto Egar como su compinche eran hijos de inmigrantes italianos laburantes de aquella Argentina industrial, y a sus jóvenes años estaban muy lejos de poder adquirir un auto tan magnífico, que siempre fue tan caro. Claro que eso no les impedía lo más importante: soñar.
Así pasaron unos meses dibujando líneas sobre su precaria cartografía, y haciendo listas del equipo necesario para el recorrido, hasta que Egar comenzó a sentirse mal. Y tan mal se sentía que con los días le pidió a su amigo que pospusiesen por un tiempo la eterna planificación de su aventura y, por lo tanto, también las visitas a su casa a trazar rutas y ver Bonanza. Dijo que necesitaba descansar y hacerse unos estudios médicos para ver realmente qué le estaba pasando. El semblante de sus padres había cambiado y se veían misteriosamente preocupados.
Dos semanas después, en una mañana de noviembre, víctima de una insuficiencia renal fulminante, Egar se fue sin avisar, buscando quién sabe que nuevos viajes y aventuras infinitas. Su amigo nunca lo superó.

Año 2010. Arden las cafeterías de Buenos Aires en el viernes a la tarde. Los planes de fin de semana parecen inagotables. Todas las grandes esperanzas deberán materializarse dentro de las próximas 48 horas. El lunes es como la muerte que sabemos inexorable pero lo sentimos tan lejano que ni pensamos en él. Los subterráneos realizan su frenético delivery humano, transportando almas apiñadas con sus ojos en blanco pensando en alguna quimera de weekend. Ese fin de semana que representa un desafío como si fuese una hoja en blanco.
En un repleto vagón del Subte C, viaja Víctor, un repartidor de productos La Virginia rumbo a la estación Constitución. Desde hace décadas recorre a pie las áreas que le asignan con muestras de productos que lleva en una valijita. Hoy le ha tocado Zona Norte y pudo terminar su pedestre recorrida en cinco horas. Todo un récord teniendo en cuenta los tiempos que hace en otros circuitos. El martes le tocó Moreno, el miércoles: Isla Maciel, y el Jueves: las temibles torres del Docke. Víctor tiene más de 60 años y todo el pelo blanco. Aparenta más edad inclusive, porque camina algo encorvado y usa sweaters de abuelo y mocasines. Pero a no dejarse engañar, su famoso paso ligero es difícil de acompañar, y su cambio de marcha puede ser mas rápido que la vista, como varios chorros y salteadores podrían atestiguar. Víctor es un sobreviviente, le robaron treinta y siete veces. Las contó. Pero él está entrenado para sobrevivir en zonas bravas y seguir su recorrido de repartidor heroico de infantería. Siempre lleva un vuelto de 10 mangos en el bolsillo trasero de su pantalón Chemea, por si los delincuentes se pasan de nerviosos. Este hincha de El Porvenir no usa billetera ni alianza, y porta su DNI en el bolsillo izquierdo de su camisa a la altura del corazón.
Desde Constitución, Víctor viaja luego hasta su casa donde lo espera su mujer Anita y su vieja perra cocker cuya medalla identificatoria reza: Magui (y no Maggie). Anita no sonríe pero tiene hoy una mirada comprensiva. Le ceba unos mates a su marido mientras Magui se acurruca a sus pies bajo una mesita de piedra en medio de uno de los últimos jardines de patio de zona sur, donde aún se pueden escuchar zorzales.
“¿No te olvidás de nada?”, le pregunta ella. “Creo que no, tengo todo en el baulsito”, le responde él, en alusión al nombre doméstico que ambos le dan a una pequeña valija que la pareja suele usar para sus veraneos en San Clemente. Víctor toma unos mates y se dirige a la puerta entonces, diciendo: “En un rato vuelvo, voy a ponerle al auto la calcamonía” –que es su forma de decir plotter-. “Si serás chiquilín”, llega a escuchar que su mujer le dice cuando ya llega a la vereda, a lo que él le contesta a la distancia: “La dedicatoria no puede faltar”.
La mañana siguiente anticipaba un sábado fresco y nublado. Los vecinos habían salido a la vereda y murmuraban observando. A través de las miradas mediocres, Anita abrazó a su hombre y se despidió de él diciéndole al oído: “Dicen que estás loco”, a la vez que le daba, en forma encubierta, una estampita de San Jorge. Víctor con mirada tranquila le contestó: “Nos vemos a la vuelta”.
Al entrar a su auto, el aventurero besó la estampita que depositó en la guantera cuidadosamente junto a otro de sus tesoros: un viejo y desgastado trozo de papel madera que rezaba: Torino.
El bólido rampante de Industrias Kaiser Argentina salió quemando cubiertas y se perdió en el horizonte de la avenida Pavón.
Tiempo más tarde tribus de aborígenes aymaras, jíbaros, kayapós, desde el Altiplano hasta el Amazonas, ya contaban historias y leyendas respecto de un misterioso auto de faros redondos conducido por un hombre de cabello blanco, que surcaba selvas y caminos como un rayo y en su luneta trasera llevaba un plotter de letras grandes con la leyenda EGAR.
Algunos nativos y lugareños de diversas regiones de Sudamérica juraban inclusive haber visto a un copiloto joven y con sombrero de cowboy riendo como loco.


* Basado en una historia real y dedicado a todos los cowboys que aún creen en la amistad.

12 comentarios:

  1. SOS UN GENIO!!!! Y sin amistad no hay nada, el nombre del auto era: TORINO!!! Es un fierrazo como todos los viejos!!! Los amigos siempre estan, como ese " copiloto joven y con sombrero de cowboy riendo como loco"
    Segui escribiendo asi! Un abrazo!

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  2. Tremendo, otra vez.
    Yecas de Buenos Aires y alrededores + Carlitos Bukowski + nostalgia + fierros + rebeldía = no puede salir mal.

    Te felicito.

    Kaji

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  3. Este cuento me hizo emocionar. Con llanto y todo!!!! Es increible como podes, a traves de las palabras, mostrar sentimientos tan cotidianos, tan sublimes y tan únicos. Mil gracias por este texto TAN BELLO. Saludos, Luciana desde el frío de Tandil.

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  4. Gracias. Y gracias Kaji, por la interpretación de la "fórmula", ja. Un abrazo! CESAR.-

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  5. excelente historia, llega hondo y los que amamos estos fierros seguro sentimos todos algo en la panza como inquietante!! siga asi tocayo! abrazo.cesar
    chivos_del68

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  6. Un relato que llega al corazón, con el "espíritu del sur", viejas callecitas , casas con jardines humildes, donde "todavía cantan los zorzales", y la verdadera amistad engendrándose en ese clima de patios antiguos , sueños jóvenes , el olor del Vascolet llenando el pequeño comedor donde la tele (blanco y negro) nos muestra un episodio de Bonanza, y por supuesto el inmenso sueño, "el gran Torino".
    Un homenaje a esos amigos que lo son por siempre , cruzando todas las fronteras. Genial. Esperamos el próximo.

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  7. Un relato que conmueve, con ese aire del sur con sus viejos patios y jardines , que invitan a soñar, y con ese canto a la amistad que desconoce límites cuando es de verdad, y sobrevolando todo esto , la ilusión del "gran Torino" de aquellos chicos de barrio, haciendo maravillosos planes entre el cálido aroma del Vascolet y la música de "bonanza".Una Elegía a puro corazón.

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  8. Magnífico relato, sos la voz de los que amamos a nuestros fierros, les hablamos, vivimos historias con ellos, los soñamos . Un himno gigante a la amistad. Muy grande!! Me emocionó.
    Dale , seguí dándonos estos lujos!.

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  9. Queremos más de tus cuentos, una emoción tras otra, todas representan lo que sentimos, pero vos sabés decirlo , y que llegue.Para la sonrisa, la lágrima, la evocación, los recuerdos, todo. Un abrazo TRex.Hasta tu próximo cuento, lo espero con pasión fierrera.

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  10. qué emoción sentirme comprendido por alguien que sabe decir lo que siento, yo tambien hice planes con un amigo de la infancia, y ...bueno, no sé, quedaron como ilusiones colgando del cosmos, nunca lo pudimos hacer, despues la vida nos separó y al leer tu historia me trajo eso a la memoria, nuestras ilusiones de chicos de barrio pobre, con esos fierrazos que veíamos en las revistas y pleneábamos cosas, despues la vida te desbarata los planes , pero vos me lo hiciste revivir, gracias amigo, por tus cuentos tan cercanos a nuestros sentimientos,...eso si hoy soy el feliz propietario de un viejo fierrazo como lo soñé de pibe.Gracias por reavivar los recuerdos .Te abrazo, amigo.

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  11. hola cesar mi nombre es diego me gusto mucho la historia k publicastes en la tcurbano soy fanatico de torino y estoy armando el mio pronto lo voy a terminar ,espero mas historias y te felicito.gracias

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  12. Gracias una vez mas, a Diego y a todos quienes dejaron sus comentarios. Es realmente gratificante saber que captaron todo lo que quise transmitir con este cuento que tiene tanto que ver con la amistad y con los verdaderos códigos de barrio. Me pone muy bien que se hayan metido en la historia y se hayan emocionado. Un saludo.-CESAR R. BIERWERTH.-

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