HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





jueves, 12 de agosto de 2010

MUTANTES Y GLADIADORES


“Había visitado en una ocasión anterior esta ciudad sin nombre
entre las arenas, y sabía algo de sus misterios, pero no todo, por lo que estaba ansioso por sondear estos enigmas hasta lo mas profundo” (Lin Carter “El Necronomicón-La traducción de Dee”)

Pasaron quince o dieciséis años ya, pero aún recuerdo haber visto pelear a un tipo de una sola pierna usando sus muletas como armas mortales en un pool de Constitución. Daba saltitos en la punta de su único pié como boxeador a la mitad, y a la vez que apoyaba una muleta, pegaba con la otra, y así iba alternando sus brazos de madera para hacer base y golpear a la cabeza, al torso, a las piernas. Mientras combatía sonreía todo el tiempo, quizá para desanimar a su contrincante. El sujeto se veía como indigente y tenía esa edad incalculable de quienes viven en la calle. Quizá veintipico, quizá cuarenta. Supongo que durante el día pediría limosnas en la estación fingiendo una minusvalía que no tenía a pesar de su pierna faltante. Pero en la noche era todo un artista marcial cuyo sensei fue la puta vida que lo hizo duro para no morir.
No ganó ni perdió aquella pelea. Dio y recibió, como suele suceder, pero cuando todo terminó se dirigió hacia la barra de aquel tugurio donde yo estaba apoyado, y quizá advirtiendo mi mirada de admiración cuando pasó a mi lado me saludó serio con la cabeza. Con su cercanía advertí que el tipo tenía ese olor inconfundible de quien duerme en la calle, el olor de la pobreza. En silencio le devolví el saludo del mismo modo levantando un poco mi lata de cerveza a su paso. Cuando pasó y quedó de espaldas a mí se detuvo, giró y me pidió que lo invite una ficha de pool. Le dije que no, que ya me iba. Asintió haciendo una especie de reverencia de bufón y siguió con sus muletas un paso mas, y volvió a detenerse y girar su cabeza de búho: “¿… Y una birra?”. Miré al orangután que atendía la barra y le dije: “Una lata mas de cerveza para él”.
Mientras me iba de aquel antro, vi al gladiador de las muletas gastadas saludarme con su flamante lata de Quilmes desde la barra. Se la había ganado.
Cuando salí de aquel reducto perdido en lo más oscuro de la ciudad, y ya del tiempo, caminé en la noche fría unos metros entre los subseres que poblaban ese arrumbado pasaje de Constitución cerca de la calle Brasil. Y entre los borrachos, los proxenetas, los tarjeteros de “saunas” y los rateros de poca monta, llegué hasta la avenida Garay donde pegado al cordón me esperaba mi lugar en el mundo: mi Fairlane LTD que me miraba con sus duales ojos soñadores. Ese auto tenía nombre como corresponde a todo ser viviente, y se llamaba Mark, quien había sido uno de mis personajes de historieta favoritos de la infancia. Mark era un aventurero solitario de un futuro post-nuclear, ideado por el genial Robin Wood y que aparecía en la revista El Tony, que vivía en un mundo destruido y apocalíptico, y luchaba contra tribus de “mutantes” y de “destructores”. Así me sentía yo cuando manejaba en las noches irrepetibles de aquellos mágicos años.
Justamente en aquellos primeros noventas un auto así no llamaba mucho la atención, mientras todo un país vendía su alma al diablo y se embarcaba en absurdos planes en cuotas para comprar un Duna que luego no serviría ni para chatarra. Pero mi enamoramiento con el Fairlane sobrepasaba los límites explicables desde la semántica. Sus líneas rectas e interminables que se extendían mas allá de la parrilla parecían diseñadas por algún aventurero loco que trató de imaginar la cuarta carabela de Colón para descubrir nuevos continentes. Y esos nuevos continentes o nuevos mundos eran los que yo pensaba explorar con mi LTD de pintura gastada. Quien así no lo hiciese estaría traicionando al espíritu y la imaginación creativa de aquellos maravillosos dementes de Detroit que idearon semejante carruaje celestial.
Entré al Fairlane y cerré su puerta sólida como escudo. Entonces respiré tranquilo, le dí arranque y salí por Garay derecho en dirección a la avenida Entre Riós. La noche era espectral y la gente “como la gente” a esa hora dormía entre las tristes paredes de sus hogares. Pero como ya dijera, mi hogar se llamaba Ford Fairlane LTD, o Mark, para hablar con propiedad. Era una noche de domingo, lunes ya, las 2 de la mañana, las oficinas estaban cerradas y los cabarets abiertos. Los hombres de familia dormían y yo no. Yo manejaba como vagabundo sin destino fijo entre mutantes y destructores imposibles de ver de día. Y era feliz como gato en los tejados buscando acción. Como diría la canción de Sade: hambriento por la vida y sediento por la distancia. Tenía 25 años y la inocencia de quien se siente inmortal.
Solo faltaba que me afeite la cabeza al estilo mohicano del Travis interpretado por De Niro en “Taxi Driver”. En ese tiempo mis horas parecían dirigidas por el Scorsese de aquella pieza fundamental (are you talking to me?).
Así manejé por desiertas avenidas mientras en el pasacassette sonaba una y otra vez mi compilado de The Cure con Robert Smith aullándole a la luna “the hanging gaaarden!”. Siempre tratando de encontrar el lugar más oscuro entre los neones donde quizá pudiese rescatar alguna princesa de las garras de los mutantes.
Serenidad espacial con caja de tercera al volante.
Una hora más tarde me encontraba en una pseudo-discoteca que si mal no recuerdo quedaba en la calle Esmeralda casi Viamonte en pleno microcentro. No creo que ese lugar exista más, lo cual sería muy triste. Y tengo la casi certeza de que se llamaba “Mi Club”, como su popular homónimo de zona sur conocido por generaciones, al cual sus habitués en algún momento llegaron a llamar “el Registro Civil” porque según se decía, estaba lleno de buenas chicas de barrio que iban a buscar novios con intenciones serias, lo cual -desde ya- lo hacía un lugar desaconsejable para mí. Pero lo cierto es que el “Mi Club” capitalino era un engendro al cual se accedía por una escalera descendente -¿Cómo si no?- como la mayoría de los inolvidables sótanos céntricos de Buenos Aires, donde pasaban mayoritariamente cumbia y música latina, cosa que me convertía en un notable sapo de otro pozo, acostumbrado a los lugares que yo frecuentaba donde pasaban música electrónica, a la que en aquellos años llamábamos “tecno” o “marcha”.
De lo que se trataba, era de descubrir nuevos submundos, o como diría Lin Carter en su anotación sobre el Necronomicón: de sondear misterios hasta lo más profundo. ¡Y bien profunda que era aquella cueva que latía por debajo de un microcentro que de día ignoraba la existencia de semejante universo en su inframundo!
“Mi Club” respondía a ese canon de cuasi-bailanta (más categoría que una bailanta y menos que una disco) con muchas mesitas, pista de baile, una barra y un escenario donde bandas de cumbia alternaban con el DJ. Como era de esperarse el elemento femenino no era de lo mejor dadas las características del lugar sumado al hecho de ser la noche de un domingo.
Pero al cabo de un rato ya me encontraba bailando en la pista –o dando lástima, dado que era evidente que nunca había bailado cumbia- con una morocha muy sexy que tenía las lolas naturales mas grandes que vi en mucho tiempo. Se llamaba María y curiosamente se veía mucho más linda que el promedio de mujeres del lugar.
María se veía incómoda y tensa, y yo pensaba que era debido a mi constante papelón en la pista de baile, pero de todos modos decidí preguntarle: “¿estás nerviosa por algo? “, le dije, y agregué: “Ya sé, es demasiado evidente que no sé bailar esta música, pero…” entonces ella me interrumpió diciendo tajante: “No, lo que pasa es que tengo novio…”. “Ah, bueno, pero igual si no vino, ¿Qué problema hay?” le dije entonces, a lo que ella respondió con cara de extrema preocupación: “Si vino, ¡y es el cantante del grupo que está tocando!”.
Allí fue cuando giré mi cabeza hacia el escenario donde por única vez en mi vida vi a un grupo de media docena de cumbieros pelilargos tocando y cantando con caras de enfurecidos como si fuesen Metallica. El cantante –por razones obvias- parecía el mas enojado de todos y me miraba fijo señalándome mientras cantaba como diciéndome: “en cuanto termine de cantar, nos bajamos y te matamos”. Para colmo de males, la tal María me dice al oído: “Y tengo malas noticias: este es el último tema y mi novio es re-celoso. Cuando termine el show te van a venir a buscar…perdoname”. Claro que podría perdonarla, pero de seguro, los de arriba del escenario a mi no me perdonarían.
Allí fue cuando mi sentido de supervivencia me indicó que debía retirarme cuanto antes de aquel local en el cual yo resultaba manifiestamente visitante. Y debía hacerlo antes de que la banda de cumbieros a pleno se baje del escenario a aniquilarme. Pero antes de irme, y como velocirraptor que asegura su presa, le dije a María: “ OK, ya me voy. Si querés nos vemos en un rato en el bar de Esmeralda y Lavalle, acá a menos de 2 cuadras, y te invito a desayunar”. La chica me miraba como si estuviera loco. Así fue como me dirigí rápidamente hacia la puerta de “Mi Club” mientras 6 o 7 músicos tropicales todos con sus camisas iguales, me lanzaban dardos con sus ojos amenazantes desde aquel perdido escenario.
Una hora más tarde, estábamos desayunando con la hermosa morena María, que apoyaba sus grandes atributos sobre la mesita del bar indicado, junto a las medialunas. Ella había tomado el riesgo y se había ido del boliche para compartir conmigo aquel café con leche inolvidable. Luego nos subimos al Fairlane y la llevé hasta su casa, que quedaba por Palermo –antes de que ese barrio se transformara en el lugar cool que hoy pretende ser-. Mientras manejaba por avenida Córdoba me sentía como el príncipe de los ladrones.
Luego de dejar a la bonita morocha en su casa, el maldito sol en la cara del lunes a la mañana me lastimó como a un vampiro, y me recordó que en pocas horas debía ir a trabajar otro día sin dormir.
Pasaron muchos años ya desde entonces. Con María no duramos casi nada, como alguien dijera alguna vez: nuestras colecciones de discos eran incompatibles.
Luego de tanto tiempo creo que ya no soy tan joven ni tan inmortal. Pero de vez en cuando en sueños vuelvo a aquella noche y a otras parecidas donde todos esos personajes me visitan. Entonces, al despertarme, extraño a mi Fairlane Mark y a aquellas historias de mutantes, princesas subterráneas y gladiadores de una sola pierna.

CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH

8 comentarios:

  1. Gracias , capo , por regalarnos otro de tus cuentos , yo también viví historias de peleas increíbles y princesas nocturnas , solo que no contaba con un "Mark", o con otras de esas naves que soñaba, y cómo las soñaba.Hoy tengo un viejo Ford que es mi orgullo, y aunque los años pasaron de vez en cuando me mando una aventura de esas, aunque ya las cosas cambiaron, la noche es la noche, maestro! Me hiciste revivir cosas de película , me sentí identificado, seguí dándonos estas alegrías con tus cuentos inolvidables, yo los leo muchas veces y cada vez, me emociono.

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  2. Claro que la noche es la noche, mi amigo! Siempre será uno de los escenarios recurrentes de mis cuentos. Es un lugar que nunca hay que abandonar del todo. Dale para adelante con el Ford.

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  3. Gracias, hermano! Te mandaste un cuentazo! Quién de nosotros que caminó la noche no vivió alguna de esas aventuras , por las calles, en alguno de esos lugares subterráneos que se te agitaba el corazón a medida que bajabas hacia ese templo nocturno! Me pegó fuerte tu cuento, y me hizo revivir tantas cosas! Pero hay que saber contarlo como vos, que lográs que uno se meta en la historia,te felicito man, no pares ! Fede.

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  4. Maravilloso fresco de la noche de Buenos Aires con sus personajes increíbles :el gladiador , capaz de luchar con una eterna sonrisa con una sola pierna , defendiéndose con las muletas a puro coraje y ferocidad ...si...se había ganado la "birra" , era su trofeo de combate, un pasaje inolvidable de tu cuento...y qué decir de la princesa infiel, la novia del cumbiero que se jugó la vida por ese príncipe nocturno y misterioso...y el leal "Mark" esperando a su amo, más que amo, amigo para sacarlo de apuro cuando la aventura su ponía difícil...las obras de arte también se engendran entre las sombras de la noche.Como decía el maestro de música alemán del gran Chopin:"El talento, no anda buscando los barrios elegantes" Adelante con tus cuentos que nos fascinan , un saludo con admiración:Dana.

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  5. eso lo leimos en la escuela y nos lleno de urgullo
    saber que a los autos no solo lo podes tratar como persona si no tambien con muchas carracteristicar bien antiguas y sanas!!!
    buy buenoo

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  6. Voy a hacer un comentario poco usual, como sabes soy abogado penalista, y en la jerga carcelaria existen todo tipo de calificativos para describir a la fauna heterogenea que puebla ese horrendo reservorio humano....entre ella existe la del "mutante", su significado es literalmente "ïnclasificable", es el último de los eslabones de la cadena de la involución de los sub-humanos tumberos. Vendría a ser el famoso "pazzo", que catalogan los mafiosos estadounidenses.Frente a una persona así, nunca estuvo más vigente el anatema de Malcolm X,en aquella belleza filmica de Spike Lee, que retrata su biografía : "Nunca te enfrentes a quien no teme morir". Saludos cordiales César, es un relato brillante.

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    1. Gracias por tu comentario, amigo mío. Opinión autorizada, la tuya. Abrazo.

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  7. Jajaa, quien ese garca penalista, como la parla, porteno seguro, y muy leido parece, muy bueno el cuento, aca te sigo desde Cordoba

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