HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





viernes, 1 de octubre de 2010

THE SKY IS CRYING


Manejé durante horas por Ruta 9 todo aquel día escuchando el sonido del 250 que servía de soundtrack perfecto para el camino. Baradero, San Pedro, Villa Constitución. Cada pueblo, cada ciudad era una invitación a quedarme, buscar un hotelucho con algo de garaje y hacer base allí para pasar la noche. Cada cartel rutero con nombres conocidos o extraños tenía en mi imaginación un marco de neón destellante y una promotora sexy haciendo dedo, muriéndose de ganas de subir a mi Chevy. Cada café al paso que me tomaba en las estaciones de servicio donde paraba potenciaba más mi absurda inventiva de escritor compulsivo donde surgían héroes y villanos confrontando violentamente en ese magnífico escenario de autovías y rutas provinciales transversales, cuyos kilómetros estaba dispuesto a devorar.
Dicen que los monjes tibetanos encuentran en la soledad de las montañas el lugar ideal para alcanzar el estado mental y espiritual perfecto para meditar. La meditación al estilo tibetano es de las más respetadas y practicadas del mundo. Como no nací ni crecí en el Tíbet sino en Buenos Aires, cerca del Riachuelo, necesito cada tanto salir a la ruta solo y sin destino fijo. Ese es mi retiro espiritual donde puedo olvidarme de mis obligaciones profesionales y problemas cotidianos, y conectarme conmigo mismo y con mi Chevy. Existe una armonía sincrónica muy especial entre los hombres y el motor de sus autos (recomiendo los 6 cilindros) que solo las almas elevadas pueden lograr en la soledad de la ruta. Ese es el punto donde el corazón y la mente se hermanan con los latidos que surgen de las entrañas del dragón bajo el capot. Muchos alcanzan este punto de nirvana a las 3000 RPM, algunos más arriba incluso, no se trata de acelerar al extremo, sino de encontrar el equilibrio único que se da cuando una persona y su auto son uno solo. Esto es muy difícil de lograr en las ciudades en las horas pico, donde hombre y máquina se encuentran a disgusto en el tránsito y ambos tienden a recalentar. Pero la ruta es especial para eso. Allí se encuentra la armonía. Allí le cuento en privado mis historias de triunfos y fracasos a mi Chevy, que a su vez me cuenta las suyas. Desde ya, esto solo puede darse con humanos que tengan historias para contar, y con autos que a su vez tengan las suyas en su pasado, y con personas y coches que sepan escucharse mutuamente. Estos requisitos, desde ya, dejan fuera de toda posibilidad a personas vacías o superficiales, así como a autos nuevos y sin heridas.
Otro requisito fundamental es que el auto en cuestión tenga carrocería de metal con tuercas ajustando hierro en lugar de piezas de plástico encastrado. La vibración que produce un motor de más de 150 burros sobre una coraza metálica a altas revoluciones es inigualable y resulta en definitiva otra de las condiciones para alcanzar ese estado de elevación espiritual y hermandad con la máquina.
Sigo a velocidad crucero por la Ruta 9. Un BMW aparece en mi espejo retrovisor. Unos segundos más tarde me pasa. Al rato veo por delante a un 206, lo veo cada vez más cerca, y esta vez lo paso yo a no más de 140; lo mismo hago enseguida con un Renault 9 que aparece más adelante. Los sujetos van como autómatas.
De repente veo en el horizonte una chata a lo lejos con formas interesantes. Acelero para apreciarla bien y me pongo a la par: va cargadísima, despacio, aún trabaja, es una hermosa C 10, diría yo que `70 o `71. Cuando vamos paralelos el tipo me saluda bajando la cabeza y tocándose la visera de su gorra. Este entiende de qué se trata. En sus ojos adivino la calma y el acero de los guerreros del camino. Señalo su camioneta y levanto mi pulgar derecho. El tipo hace lo mismo. Acelero y lo dejo atrás. No hacen falta palabras. Pertenece al círculo sagrado, y si algún imprevisto me sucediere en el camino, intuyo que sería el primero en parar al costado del camino para dar una mano.

Miro al costado del camino y veo la monótona imagen de los campos y los alambrados que pasan. Miro al frente, y el capot de la Chevy me señala como inalcanzable punta de flecha el destino infinito del horizonte. Como alguien cantara alguna vez: “lo importante no es llegar, lo importante es el camino”. Hace tiempo ya que dejé de tenerle miedo a la muerte, imagino que solo será cerrar los ojos, y en un parpadeo, abrirlos de nuevo y ver la ruta, el horizonte, y la trompa de mi Chevy buscando otro pueblo o la mítica Paradise City (where the grass is green and the girls are pretty, ja!). El día que comprendí eso, experimenté una infinita sensación de libertad ante la certeza de que el verdadero espíritu humano está identificado con aquello que lo apasiona. La muerte no implicaría un final por lo tanto, ni un pasaje de la luz a la oscuridad, ni nada por el estilo. Solo cambiarían las rutas, que pasarían a ser infinitas.
Comienza a anochecer y atravieso Rosario, y llego a Bell Ville donde paro en una estación de servicio a comer algo y seguir un poco más. Cuando llegue a Villa María, pienso, voy a entrar a la ciudad y buscar un hotel para dormir y seguir mañana. “¿A cuanto estoy de Villa María? le pregunto a la petisa de gorrita que atiende el minibar, “a unos 60 kilómetros” me contesta ella sonriente con esa simpatía de las que al no ser tan agraciadas necesitan entrar por algún lado. Le agradezco, saludo y sigo camino bajo las estrellas que tan bien se ven en la noche del campo.
En unos 40 minutos debería llegar, pienso, mientras las luces largas me muestran el camino que piso. Pasa una hora y voy a 100, y aún no llego, y pasa otra media hora. Y nada. Solo la noche cerrada y me empiezo a impacientar. No tengo GPS, claro, nunca lo tuve pero ya debería estar en Villa María y solo sigo manejando en línea recta por la ruta sin carteles a los costados.
De repente, veo unas lucecitas de colores sobre mano derecha mas adelante. Me acerco un poco más y ya vislumbro un cartel luminoso destellante en el techo de un local. Desde lejos, pensé que sería uno de esos cabarets baratos para camioneros de la ruta, pero cuando llego y lo veo de cerca veo que es un pub que se llama Voodoo Child. ¡Como el tema de Hendrix!, pensé. El lugar era una suerte de casucha no muy grande construida en madera y chapa contorneada por una guarda de bombitas de luces de colores y un cartel luminoso en el techo con el nombre Voodoo Child en letras rojas sobre fondo negro.
Paré la Chevy al costado de la puerta junto a media docena de motos chopperas y un hot rod con casco de Ford T en muy buen estado. Un poco mas allá se veían otros vehículos estacionados en la oscuridad bajo unos árboles: tres o cuatro chatas bastante vaqueteadas al parecer, entre las que sobresalía una Apache desvencijada pero con carácter, por supuesto. Cuando apagué el motor de mi cupé escuché que desde adentro del pubsito se escuchaba “Black Dog” de Zeppelin. Este es un lugar como para mí, pensé. Puedo entrar, tomar algo, y de paso pregunto cuánto falta para Villa María.
Cuando entré al lugar vi la escenografía típica de varias mesitas de madera llenas de gente tomando litros de cerveza y descascarando maníes, una pequeña barra y un escenario con una pizarra al costado donde se leía en letras grandes que habían pintado: “Hoy Duelo de Guitarras”. Me apoyé en la barra que era el único lugar libre y pedí algo para tomar.
El gordo detrás de la barra tiene una remera de AC/DC y me comenta que ya va a empezar “el duelo”, y que los dos violeros de esa noche eran excelentes. Al parecer y según me cuenta, los desafíos guitarreros se daban cada tanto y eran pretexto para que dos virtuosos toquen cada uno sus mejores trucos y luego como es de esperar termine todo en una zapada.
De repente se apagan las luces y la manada empieza a aplaudir. Los más ruidosos son un grupo de pibes de no más de veinte años que ocupan una mesa cerca de mí y no paran de hacer bardo desde sus asientos.
Cuando miro al pequeño escenario muy oscuro y sin reflectores que lo enfoquen, veo dos figuras que aparecen en escena. Si bien la iluminación es pobrísima sumado al humo de cigarrillos, lo cual me impide distinguir muchos detalles de sus rostros, alcanzo a ver que uno porta una Strato y el otro una SG, algo así como un Chevrolet vs Ford, pienso, el clásico Gibson vs. Fender.
El de la Gibson es algo mas bajo, con lentes oscuros y ropa de cuero al viejo estilo. En tanto el de la Strato anda con un poncho y un sombrero de ala grande, como salido de un spaghetti western de Sergio Leone.
Arranca el de la SG con un punteo infernal que me pone los pelos de punta, es una variación del solo de guitarra de “Dios Devorador” algo más acelerada, pero tocada con una técnica impecable. Cuando el tipo termina, todo el tugurio estalla en un aplauso. Los pibes de la mesa de al lado mío se ven felices y se paran en las sillas para aclamar al violero que hace una reverencia para darle paso al de la Fender. Entonces este, que mira todo el tiempo hacia abajo con sus sombrero negro y un dejo de tremenda calma, camina dos pasos y alguien le alcanza una botella de Corona vacía. Allí fue donde se hizo un silencio espectral hasta que el muy condenado empezó a tocar con la botella en la modalidad “guitarra slide” las inconfundibles notas de “The Sky is Crying”. Juro que se me puso la piel de gallina con ese himno del blues que me dejó paralizado y con lo ojos llenos de lágrimas. Cuando termina, la merecida aclamación que recibe hace temblar las pobres paredes de madera del local. Y allí nomás sin respiro, los dos guitarristas se unen en una tremenda versión del “Roadhouse Blues” de los Doors mientras todos aplaudimos y algunos coreamos a los gritos cervezas en mano. Los pibes de la mesa de al lado, empiezan a improvisar un pogo que me incluye y terminamos entre todos desparramados por el lugar y abrazados como si fuésemos viejos amigos en esa inexplicable comunión que esas cosas generan.
Así cuando termina el tema y todos aplaudimos y agradecemos, se encienden las luces del escenario. El violero de los lentes oscuros se los quita y el de la Strato se saca el sombrero para saludar al público. Es allí donde me quedo paralizado frente a lo que veo: los dos guitarristas resultan ser los mismísimos Norberto Napolitano y Stevie Ray Vaughan, que sonríen y se dan la mano. Se me eriza la piel y me inunda una emoción y una confusión inexplicables frente a lo que veo, a la vez que las luces de todo el lugar se van encendiendo y me enceguecen poco a poco. Siento que mis fuerzas me abandonan como si fuese a desmayarme, pero antes de perder el sentido, percibo que uno de los chicos con los que hacíamos pogo me toma de una mano y me pregunta: “¿La Chevy que está afuera es tuya?”. “Si” -le respondo confundido-; a lo que el pibe me agrega “Yo también tengo una: La Mejor del Condado, solo que por ahora la maneja mi viejo”. El chico me da un abrazo y me dice confidente: “bueno…yo también la manejo con él”. Los spots son cada vez mas fuertes y esas luces blancas finalmente me enceguecen por completo.

Me despierto en una camilla de hospital con media docena de médicos mirándome a los ojos. “¿Nos escuchás?”, me dice uno. Le digo que sí con la cabeza, y me explica con acento cordobés: “Tuviste un accidente en la ruta a mitad de camino entre Bell Ville y esta ciudad, estás en el Sanatorio Argentino de Villa María. Un tipo de gorrita con una camioneta vieja te rescató y te trajo para acá…”.
“Una C10 `71” le susurro, y el doctor me dice que sí con la cabeza con cara de extrañado: “bueno, no sé el año…de esas viejas, sí”. Y a mí no me sorprende.
Otro de los médicos me dice: “Tenés que dar las gracias por seguir con vida, aunque no lo creas estuviste clínicamente muerto durante 15 segundos, pero entre todo el equipo de emergencias la peleamos y ya estás bien”.
Aún hoy me pregunto cual habrá sido el siguiente tema del Carpo y Stevie Ray.

CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH
Stevie Ray Vaughan "The sky is crying" http://www.youtube.com/watch?v=EI9TS4O5Ww4

17 comentarios:

  1. CHIVOCAPO33 (Rodo)1 de octubre de 2010, 20:44

    Te felicito!! me encanto!!

    Un abrazo muy grande!

    Espero estacionar ahi con mi 400 y tomar un poco de cerveza junto a los metalicos amigos eternos!

    ResponderEliminar
  2. Incluiste en este cuento lo mejor del metal, Pappo, Stevie Ray Vaughan, las mejores guitarras dl mundo y por sobre todas las cosas muy buen metal, espero algun dia estacionar en un pub de cualquier ruta con mi "chancha" negra...
    Muuuy bueno, la verdad muy bueno!! Un abrazo!

    ResponderEliminar
  3. TERRIBLE CUENTO!!!! me mato como lo terminaste!!! un saludo desde aca, y segui con esto que es lo tuyo ;)

    saludos, guilloss

    ResponderEliminar
  4. Un cuento increíble, la vida y la muerte y esa frontera , esa línea sentida como un duelo de titanes del metal, un final increíble , y siempre los fierros esperandonos al final para seguir la ruta en este mundo, o en el otro.Sos un grande.

    ResponderEliminar
  5. Tremendo cuento! Ahí quiero ir , a esa carretera , y a tomar un trago en ese lugar escuchando los mejores violeros en un duelo increíble , y sentir la union de los que amamos todos eso ...qué poder tenés de hacer sentir la emoción en la piel. Gracias y dale así siempre.Luciana.

    ResponderEliminar
  6. hola cesar como siempre increible historia por un momento me descolgue de la realidad y me fui arriba de esa chevy en ese viaje maravilloso solo los que tenemos un seis cilindros sabemos de que hablas te sigo siempre espero mas historias ,un abrazo!

    ResponderEliminar
  7. Qué historia increíble y hermosa, a pura sensibilidad, llega al corazón, te seguimos, tus relatos tienen misterio, amor, pasión, ruta, violas inmortales, ...qué más? Fuerza amigo, abrazo.Antonio .

    ResponderEliminar
  8. Un amigo me dijo de tus cuentos y me metí a leerlos, me mataste con este, aunque todos están muy ,muy buenos, pero este es algo muy grande, te felicito también por la Crónica de Cuba, cómo me gustaría estar ahí , bueno qué te puedo decir de tus videos, no lo podía creer, desde ahora soy uno más de tus seguidores, hacía mucho que no leía algo que me hiciera emocionar, abrazo y adelante.José, de San Telmo.

    ResponderEliminar
  9. Conmovedor.Felicitaciones, César.Dani

    ResponderEliminar
  10. Emocionante, brillante, te felicito César, seguí escribiendo, en cada cuebto, una emoción distinta, los leo con mis amigos, una abrazo desde Quilmes.Seba.

    ResponderEliminar
  11. Qué grande esta historia, me pegó fuerte, felicitaciones César.Abrazo desde Victoria.Lucio.

    ResponderEliminar
  12. Los mejores metaleros, man, yo quiero estar ahí...dónde queda? te felicito!Me dio mucha emoción tu historia.Flavio.

    ResponderEliminar
  13. chocaste con la chevy??? como quedo?

    y respecto al cuento ya no tengo palabras, acabo de leer la balada del falcon 81,y ahora esta, increible loco.

    yo tengo una flamante 230,4 puertas,modelo 70. me inspiras para todo.

    un abrazo.

    ResponderEliminar
  14. No choqué con la Chevy, amigo. Es una historia ficticia sobre lugares que he recorrido con La Maga; pero con personajes que fueron reales como los 2 grosos guitarristas y el chico que refiere tener una Chevy que maneja su viejo...
    Un abrazo.-

    ResponderEliminar
  15. Felicitaciones Cesar.
    Te vengo leyendo pero este Cuento se me habia escapado.

    Un abrazo, para Los musicos, los pibes que hacian bardo, y sobre todo para Guido.

    A Ale, despues se lo doy en persona.

    ResponderEliminar
  16. La Mejor del Condado, y un maldito 30 de diciembre le arranco las llaves de las manos, excelente Cesar, como siempre

    ResponderEliminar
  17. Muy buen cuento...cuantas realidades y cuantas fantasías que nos encantan a quienes conducimos nuestros fierros por las rutas de nuestra Argentina. Gracias al padre de Guido, dueño de la mejor del condado, que me permitió conocer estas lìneas

    ResponderEliminar