HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





martes, 10 de diciembre de 2013

EL INGLÉS


El 13 de abril de 2012 poco antes de las 9 de la noche, aquel tipo longilíneo, de cara alargada y orejas paradas se bajó de un Valiant II en elevado estado de deterioro exterior, pero cuyo motor sonaba como nuevo. Lo estacionó en la puerta de un pequeño hotel de mala muerte en las afueras de Puerto Madryn, sobre la ruta. El sujeto vestía un impermeable largo gris y zapatos negros con suela de goma. Entró en la recepción donde el mostrador se hallaba vacío y solo observó una suerte de living que funcionaba como lobby o sala de estar con tres sillones de madera con almohadones polvorientos y una vieja televisión encendida que transmitía la programación de un canal local. Era la tanda publicitaria y pasaban propagandas de casas de pesca, pequeñas boutiques y otras tiendas comerciales de la zona de influencia de aquella señal de cable.
Lo único que parecía tener vida en aquella sala era un niño de unos diez años, que cubierto de libros y cuadernos aparentaba estar haciendo sus tareas escolares.
El tipo de la larga gabardina gris le dijo entonces al chico con un acento extraño, separando bien las palabras: “Hay-alguien-en-la-recepción”. Recién entonces el pequeño estudiante que parecía muy concentrado, levantó la mirada de sus cuadernos y le contestó: “Ah, si. Hola. Ya llamo a mi papá”. No fue necesario, un sujeto canoso, con algo de sobrepeso y que vestía un chaleco de lana con cuello en “V”, se apersonó en aquella modesta recepción y poniéndose tras el mostrador dijo en voz alta: “Buenas noches. ¿En que lo puedo ayudar?”. “Necesito quedarme un par de noches” respondió el del sobretodo agregando: “Estoy yo solo”. “Si, tenemos una single. Son 110 pesos y el desayuno se sirve hasta las diez” le contestó el regordete del chaleco con fingida solemnidad, como si se tratase del Hilton. “Está bien, me quedo aquí” consensuó el más delgado asintiendo con la cabeza. El del chaleco, entonces, sacó desde abajo del mostrador una carpeta, y birome en mano comenzó a tomar datos: “Bueno, voy a pedirle su nombre…”. “Wallace Hartley” le dijo el huésped con una pronunciación de inglés impecable. El gordo levantó las cejas, y señalándole con el dedo índice un renglón de la hoja de su carpeta, le solicitó: “Mejor, escríbamelo usted. No entiendo nada de nombres extranjeros…¿usted de donde es?” . “De Inglaterra”, le contestó el tipo delgado. Entonces el hombre del mostrador levantó las cejas y le dijo al chico que seguía en los sillones con sus libros y cuadernos: “Che, Matías, ¡el señor es inglés! Ja ja ja, ya tenés quien te ayude con esa materia del colegio”. El niño puso cara de sorprendido y le hizo un gesto de aprobación con un dedo pulgar para arriba. “Se lo digo en joda, je je je. Es que con esa materia de la escuela, la verdad que mi pibe no la pega…y bueh, tiene a quien salir” le aclaró el del chaleco a su nuevo pasajero, mientras se golpeaba su propia cabeza con el puño cerrado en gesto de ser poco inteligente, o al menos con dificultades para los idiomas.
Una vez que el extranjero estampó su nombre en el libro de huéspedes de aquel hotelucho, pagó las dos noches por adelantado, y el padre de Matías le ordenó a su hijo: “Che, Mati, ayudalo al señor para que entre su equipaje”.
Así fue como Wallace y el niño salieron y se dirigieron al oxidado Valiant, desde cuyo baúl, el inglés extrajo una vieja valija de cuero pequeña con forma rectilínea. Luego abrió el auto y desde el asiento del acompañante sacó un estuche de violín. El chico se animó diciendo: “Yo puedo con todo”. Repentinamente, el europeo, como un acto reflejo, pareció aferrarse a su instrumento musical y le aclaró al pequeño: “No, no. Está bien, gracias, esta la llevo yo”. Así fue como Matías acompañó al nuevo huésped del hotel hasta su habitación, llevándole su viejo baúl de cuero y ahí se lo dejó, dentro del cuarto. Le dio la llave y como contraprestación, el británico le dio un billete de 20 $ como propina diciéndole: “Gracias. Y cuando quieras puedo ayudarte con inglés para tu tarea”.
Esa noche, la familia propietaria de aquel modesto albergue de ruta, escuchó como el extranjero en las afueras del hotel ensayaba en soledad una melodía como practicando con su violín.
A la mañana siguiente Wallace se presentó impecablemente afeitado en el desayunador del hotel (unas seis mesas con manteles a cuadros y vajilla barata). Una señora se le acercó con una jarra de café y le dijo: “¿Café con leche?”. Wallace la miró y contestó: “Don´t drink coffee, I take tea my dear”. La mujer de la jarra le puso cara rara y llamó a su marido: “Miguel, ayuda por favorrr… No entiendo lo que me dicen”. El inglés sonrió y aclaró enseguida con su acento british: “¡No, no! , es una broma, así dice una canción. Sí, café, gracias”. Allí apareció el tipo de la recepción de la noche anterior que resultaba ser el tal Miguel, y le dijo al extranjero: “Buenos días, mi amigo. ¿Como durmió”. “Muy bien” respondió Wallace mientras aquella señora cargaba su taza. Miguel prosiguió, ahora preguntando: “Y digamé, si se puede saber…¿Qué anda haciendo acá por la Patagonia? Es raro, parece turista pero ya vi su auto afuera. Nunca vi un turista extranjero por la ruta en un Valiant”. El inglés miró por la ventana del desayunador, desde la cual se veía su auto y señaló con un dedo diciendo: “Es un auto que volvió de la muerte. Estuvo muchos años abandonado oxidándose…por eso me gustó tanto cuando lo elegí. Es como un auto que nunca muere. Se reparó su motor y ahora sigue andando. Necesitaba un auto así, algo que pueda vencer el tiempo pero que también sea elegante. Un auto con clase, que pueda acompañarte por siempre…” .
Miguel seguía sin entender o quizá entendía ahora menos que antes, pero retomó su pregunta inicial. “Bueno, bueno, ¿pero que anda haciendo por acá? mi hijo me contaba que usted a lo mejor es músico…por el estuche ese digo”. “Si, soy músico” contestó Wallace agregando: “Por si escucharon lo que tocaba anoche, es una pieza llamada Más Cerca de Ti, Dios Mío. Pero bueno…vine hasta este lugar para casarme. En unos días llegará mi novia…y ya saben…, hicimos una promesa …es una larga historia …”. “¡Ah, bueno!” interrumpió el dueño de aquel hotel, “¡parece que todo era una historia romántica, ja ja!”. “Aprendé” le replicó su mujer a Miguel, mientras le cargaba más café al huésped en su taza poniendo su cuota de ironía femenina. Entonces fue ella la que interrogó al británico mientras éste disfrutaba de su desayuno sabiéndose el objeto de la curiosidad de los locales, “¿Y hace mucho que están de novios?”. El inglés resopló y mirando al techo, luego suspiró: “Y…como un siglo, pero ya es tiempo, estuvimos comprometidos años y años…ya es tiempo”. En ese instante Wallace miró hacia abajo y repentinamente sus ojos se llenaron de lágrimas, poniéndose serio. Miguel le hizo con la cabeza un gesto a su mujer y le dijo al extranjero: “lo dejamos que desayune tranquilo, amigo”. Y lo dejaron solo en su mesa con su café, sus medialunas y sus pensamientos.
Esa tarde Wallace se dedicó a ayudar al pequeño Matías en sus tareas de inglés en los viejos sillones de la recepción. Cuando terminaron el homework, el niño le pidió a su ocasional profesor particular, que le mostrara el misterioso Valiant que fuera del hotel parecía esperar. Así fue como ambos salieron a la puerta del establecimiento donde el auto clásico estaba estacionado junto a la pequeña bicicleta de Matías. Wallace entró al auto y le dio arranque en punto muerto. La vieja carrocería de metal vibraba y el niño abrió grandes sus ojos, frente a un auto que se veía y sonaba como salido de una épica historia de caballería y dragones. Entonces sonriente, el inglés salió del auto estacionado pero en marcha regulando, y le dijo al pequeño Matías: “Y ahora lo mejor”, entonces levantó el capot y le mostró el Slant Six en funcionamiento. Aquella cosa se movía, parecía tener vida, y su sonido acreditaba una mecánica perfecta. Miguel y su mujer salieron a la puerta del pequeño hotel patagónico y desde allí observaban la escena. Entonces, advirtiendo que el auto en funcionamiento era contemplado por la familia completa, el inglés se paró frente al Valiant que seguía con su capot levantado y dijo en voz alta. “Ladies and gentlemen, welcome to the symphony” y de frente al auto comenzó a simular dirigir una orquesta con sus dedos índices que iban y venían.
La escena de un Valiant 62 en marcha en la puerta de un desolado hotelucho de una perdida ruta de provincia con un sujeto longilíneo haciendo de director de una orquesta imaginaria con la única audiencia de una pequeña familia de tres personas, se prolongó por unos mágicos minutos. Luego de ello, el inglés entró nuevamente al auto, giró la llave, y apagó el motor. Miguel, su mujer y el niño Matías se miraron entre sí y comenzaron a aplaudir. Wallace salió del Valiant e hizo una elegante reverencia de agradecimiento diciendo. “Thank you very much”. A esa altura, tanto Miguel como su esposa, no tenían dudas de que su único huésped estaba totalmente loco, pero al menos pagaba su estadía y no dejaba de resultar simpático.
Cuando más tarde cayó la noche, Wallace no bajó para cenar y recién alrededor de las doce bajó a la recepción con su ropa más elegante, algo anticuada por cierto, perfumado con lavanda inglesa y con el pelo engominado. En su mano izquierda tintineaban las llaves del Valiant y bajo su brazo derecho llevaba el estuche de su violín. Miguel y su familia miraban la televisión en los sillones de la recepción. El inglés salió sin decir nada hasta su auto, donde dejó su instrumento en el asiento del acompañante. Luego volvió a entrar al hotel, y frente a la mirada curiosa del trio familiar dijo: “Me voy…”. Allí, Miguel interrumpió diciéndole a su hijo: “Mati, ayudá al señor con su equipaje”, frente a lo cual el niño subió al trote las escaleras hasta el cuarto desde donde enseguida bajó arrastrando la valija de cuero del británico, quien lo acompañó hasta afuera para dejarla entre los dos dentro del baúl del Valiant.
Luego de ello, Wallace volvió a la sala de recepción donde se despidió de la familia que lo había albergado y salió por última vez del pequeño hospedaje sin mirar atrás, entró a su Valiant II y le dio arranque haciendo sonar una vez más aquel Slant Six que quebró el silencio de la noche patagónica, agregando un poco de olor a nafta a la brisa marina que llegaba hasta el lugar. Salió unos metros en reversa, y luego giró en “U” enfilando hacia la ruta lentamente. Mientras lo veían alejarse, Miguel y su mujer advirtieron que tras él, su hijo Matías lo seguía pedaleando en su bicicleta. Llamaron al niño para que volviera, pero el chico no los escuchó (o quizá fingió no escucharlos).
Al cabo de recorrer unos kilómetros por la ruta paralelo a la costa, el Valiant giró en dirección al mar, y entre unos matorrales se metió en la arena por entre los médanos y se detuvo en medio de la playa a unos pocos metros del océano con sus faros encendidos. Matías, que lo seguía de incógnito en su bicicleta, se bajó de su rodado y se tiró cuerpo a tierra en un montículo de arena a observar; su curiosidad era tremenda y quería saber que haría aquel personaje tan misterioso en ese auto a esas horas de la noche en un páramo tan frío y alejado de todo. El Valiant detenido con sus faros encendidos bajo la luna en medio de la soledad de una playa patagónica generaba una luz espectral envuelta en el sonido del viento y las olas en la costa.
De repente Matías observó como Wallace salió del auto violín en mano –era la primera vez que veía aquel instrumento desenfundado- y se sentó en el capot. El inglés miró la luna, luego bajó la mirada, colocó su instrumento en posición y comenzó a efectuar aquella misma pieza musical que había sonado la noche anterior en las afueras del hotel. Así estuvo interpretando esa partitura durante minutos frente a la mirada del niño que lo espiaba desde los matorrales de los médanos nocturnos.
Allí fue cuando Matías se sobresaltó frente a lo que vio a continuación: por la playa se acercaba lentamente la figura estilizada de una mujer vestida de blanco como una novia en su noche de bodas. Su vestido ondeaba con la brisa marina y se aproximaba suavemente hacia el músico que con su instrumento de cuerdas parecía llamarla, o quizá regalarle una música de bienvenida. La mujer caminó y caminó hasta quedar parada frente a Wallace, que por fin bajó su violín y dejó de tocar. El niño vio como ambas figuras se fusionaron en un abrazo y un beso apasionado y prolongado como esos besos que solo se dan los verdaderos enamorados.
El chico se frotaba los ojos y no salía de su asombro. Luego de besarse, vio como Wallace como buen caballero inglés le abrió la puerta del acompañante a aquella misteriosa dama con vestido de novia, que entró al Valiant como quien entra en el auto más lujoso del mundo. Una vez que estuvo sentada, el británico cerró la puerta con delicadeza, pasó por enfrente del auto y entró al Valiant aún con el violín en su mano izquierda.
Desde su oculta posición de observador, el pequeño Matías vio como Wallace, sentado ya en el asiento del conductor dio arranque a aquel oxidado auto, que bajo las estrellas de aquella noche, brillaba quizá como nunca antes.
Y allí Matías, contempló aquello que jamás olvidaría y nunca nadie le creería: el Valiant II con sus luces encendidas en lugar de girar y volver haca la ruta, avanzó lentamente en dirección al mar. Paso a paso la figura de aquel auto inmortal fue sintiendo la arena cada vez más húmeda bajos sus cubiertas, la espuma de las olas comenzó a estallar contra su parrilla y sus paragolpes delanteros y poco a poco se fue metiendo en el océano que terminó por cubrirlo por completo.
Matías entonces olvidó su papel de espía encubierto y bajó corriendo los médanos en dirección al mar gritando: “¡No, Wallace, no!”. Pero ya era demasiado tarde. Al llegar a la orilla vio las luces aún encendidas del Valiant que se hacían cada vez más pequeñas bajo la oscuridad de las aguas hasta desaparecer por completo en un mar negro que pareció tapar como telón de fondo a los enamorados ocupantes de aquel auto clásico devorándolos por siempre bajo las estrellas.
Eran las primeras horas del 14 de abril de 2012. Parado solo en aquella playa nocturna frente al océano, el niño recordó el título de la pieza musical que había escuchado minutos antes: “Mas cerca de ti, Dios Mío”.



*Wallace Hartley fue el director de la famosa orquesta del “Titanic”, que continuó tocando hasta último momento mientras el buque se hundió el 14 de abril de 1912. Ninguno de los músicos sobrevivió. El cuerpo de Wallace fue encontrado sin vida congelado en las aguas diez días luego del hundimiento aferrado a su violín, el que fue posteriormente entregado a su prometida María Robinson. El instrumento tenía una placa de bronce regalada al músico por ella misma antes de la partida de la embarcación que decía: “Para Wallys, con motivo de nuestro compromiso”. Tenían planeado casarse a la vuelta del viaje. Se cree que el último tema que ejecutó la orquesta fue “Nearer My God to Thee” (Más cerca de ti, Dios Mío).

Por CÉSAR RODRÍGUEZ BIERWERTH





15 comentarios:

  1. Maravillosa historia de amor y misterio, con esos condimentos que le dan ese sabor a melancolía sin igual, el viejo violín, el elegante Valiant "rescatado de la muerte", como ellos, mismos, los novios fantasmales y bellos, y parece que un místico Coro de Angeles cantara detrás de la escena "más cerca Oh Dios! de Ti, más cerca , si, aunque sea una Cruz , que me lleve a Ti......"

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  2. Sos muy capo César! ¿cómose te pueden ocurrir estas historias? te felicito, hermano, y que vivan los autos clásicos por siempre.Sergio, de Gerli.

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  3. Un cuento buenísimo, el personaje que buscaste increíble, la historia del Titanic , siempre presente en todos, apareció de repente en tu cuento con "el inglés", muy bien llevado, te mantiene esperando a ver qué pasa con el enigmático viajero, me gustó mucho, junto con tantos otros cuentos y videos tuyos ya son parte de mi propia historia.Te felicito , sos un gran escritor y ojala que se te reconozca.marito, de Quilmes.

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  4. Fue muy emocionante y excelente historia,me hizo imaginarme cada parrafo como un niño.

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  5. Qué grande César, te felicito, este cuento me gustó mucho y , para qué negarlo? me emocionaste, Saludos desde Wilde.

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  6. Felicitaciones, qué buen homenaje al director de la Banda de música del Titanic, bien valientes, tocaron hasta que el mar se los llevó, pero vos le diste a este inglés un final diferente, misterioso, sobrenatural, en su Valiant, qué fierro! otra de tus genialidades.Un abrazo, amigo de la ruta.

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  7. Emocionante!!
    La mejor historia de amor por una mujer y por su valiant II.

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  8. Cada cuento tuyo me parece que no lo vas a poder superar, pero vos me demostrás que si, sos como Gardel, que cada dia canta mejor!Fuerte abrazo deJorge, el "Nono", de Parque Patricios.

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  9. Excelente tu cuento, amigo, y muy buena la foto que acompaña la historia! te felicito.Que sigan tus éxitos.

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  10. Muy bueno César! Siempre es un gran momento leer tus historias.Gracias por todo ese tiempo que nos das con tus cuentos, videos y tus temas musicales , todos buenísimos.Espero con ganas tu libro.Mauricio, de Paternal.

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  11. Cuentazo! Muy bueno, hermano, te felicito por tener esa imaginasión que no se agota. Yo tanmbién como Mauricio de Paternal, espero tu libro.Carlos , de Flores.

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  12. Siempre te sigo y este cuento me gustó tanto que lo compartí con amigos y a todos les pareció muy bueno, todos fierreros como nosotros, ya te están siguiendo también.Muy buena esta historia , mucho misterio, muy bueno el final, me emociono , te lo juro, me lo hacés vivir.me pasó con Charla con un Puma, con Manifiesto, The Sky is crying,La Tercera Cruzada, Amigos de Hierro , y tantos que algunos nombres se me escapan pero los leo, y los vuelvo a leer y me siguen emocionando.Felicitaciones, nos vemos en el camino, con nuestros dinosaurios.Silvio, de San Vicente.

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  13. Una historia tan buena que es increíble que tengas tanto talento, hermano, tenés que tener un libro que junte todos estos cuentos , son emocionantes, aunque este tiene algo de verdad, una historia real, y vos le diste el sello con tu cuento, un final como un hecho paranormal, con una historia de amor real que es como si uno al leerlo estuviera viendo una película.Grande César. Tino, de Remedios de Escalada.

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  14. Qué grande César! otro cuento como acostumbrás, excelente, llega al corazón.felicitaciones, amigo.Flavio, de Adrogué.

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  15. Excelente! Tu cuento es buenísimo en todo, y con una historia real detrás que le da más interés, ni hablar de la foto vieja que lo acompaña que está muy buena, grande César! Aguante los autos clásicos! Pato, de Córdoba.

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