HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





viernes, 28 de mayo de 2010

AFFAIRE




“I’ ve seen things you people people wouldn' t believe. . . All those moments, will get lost in time like tears in the rain”
(Monólogo final del replicante Roy. Blade Runner/1982).

Affaire fue sin dudas uno de los lugares mas maravillosos de los últimos 20 años. Ese templo, vivió sus días de gloria a mediados de la década del 90, cuando resultaba la mejor opción si alguna noche no teníamos el dinero suficiente para los locales top de Recoleta de ese entonces, llámese Black, Play Woman, etc. Y era claramente de mejor nivel que los cabarets de Reconquista.
Allí se llevaron a cabo innumerables festejos y despedidas de solteros como la de mi amigo Juan Carlos, de quien además fui testigo de boda y hoy obviamente, está divorciado.
Allí celebrábamos con los compañeros de la oficina los brindis de fin de año, cuando antes de entrar nos juramentábamos entre todos solo ir a tomar algo y al rato salíamos en estampida grupal como una manada salvaje hacia el Banelco que estaba enfrente para volver a las corridas y quemar alegremente nuestros magros sueldos estatales.
Allí el gordo Tapita, contador él, y reconocido hincha de Lanús se acoderaba al fondo de la barra a beber hasta que cerraban el boliche y prendían todas las luces.
Allí también cada tanto, se hacían las inolvidables fiestas de disfraces donde las chicas sacaban a relucir sus diminutos atuendos de Cow Girl, Gatúbela, Policía, etc. (mención especial para La Diablesa). Aún recuerdo al abogado más casado y más serio de la oficina dirigiéndose rápidamente y sin avisar hacia la salida que conducía al ascensor con una morocha disfrazada de enfermerita. Ese ascensor te llevaba a las habitaciones que quedaban en el edificio contiguo, con lo cual el que quisiese subir con alguna de las señoritas no tenía que pagar hotel aparte.
En la intimidad de esos cuartos y a puertas cerradas claro, las chicas podían además consumir cocaína y otras substancias que llevaban en sus carteritas e intercambiaban con sus compañeras al entrar y salir del famoso ascensor, cosa que no hubiesen podido hacer dentro del “boliche”, por su puesto. Con lo cual las habitaciones de arriba eran “verdaderos” lugares de esparcimiento.
Además Affaire era el lugar ideal para ir pre-dancing o incluso en alguna noche de melancólica soledad.
A raíz del éxito que el lugar tuvo en su momento, se abrió otro local con el mismo nombre en la zona de Recoleta. Pero los del palo sabíamos bien que el legítimo, el verdadero, era el de “Pueyrredón y Paraguay”; que de escuchar solo las coordenadas ya me vuelven las ganas de que sea de noche y arrancar para allá con los secuaces.
Y luego recuerdo que venía el after, esto era, después de las cinco o cinco y media de la mañana, aquellos que habíamos llegado a desarrollar alguna amistad con las chicas de ahí, podíamos ir a Pablo`s, el café de enfrente, que como todo lugar mágico, estaba abierto las 24 horas. Por lo tanto, no importaba adonde hubiésemos ido a tomar algo o a bailar esa noche, tipo seis solíamos caer con mi coequiper Eduardo, a desayunar con las nenas de Affaire y las de La Saison (hoy Madonna), que estaba en la otra cuadra y no competía con Affair por ser aquel marcadamente mas caro. ¡Otra vuelta de café con leche y medialunas!, que como decía la canción: “la vida es un carnaval”.
Sus nombres merecerían el bronce en la vereda de Pueyrredón al mil: Lola, Pocahontas, Maia. Se veían tan bellas producidas bajo los spots de Affaire como con la primera luz del día desayunando en Pablo`s con un equipito de gimnasia, sin maquillaje y estudiando los apuntes de la facu.
Esta tarde pasé de casualidad por allí y me encontré con esta imagen devastadora para nuestros corazones y para el patrimonio cultural de la ciudad de Buenos aires que logré fotografiar. Ha llegado el final. Luego de casi dos décadas, cerraron Affaire y pronto demolerán el edificio, seguramente para construir allí alguna rectilínea torre de departamentos sin ángel alguno. La incesante despersonalización de la ciudad. El negocio de las constructoras, las inmobiliarias y los funcionarios.
Como si esto fuese poco, en lo que hasta ayer fuera el viejo bar Pablo`s acaban de abrir una heladería de plástico y sin encanto que se llama Mascarpone, donde las criaturas del día, que aparentemente hoy la frecuentan –señoras gordas que toman helados y les sirven a sus niños en la boca con cucharitas de colores-, no tienen idea de la riqueza vivencial que esas paredes encierran.
Hace poco leía un reportaje a Fernando Vallejo, autor de “La virgen de los Sicarios”, quien sostenía que nuestro tiempo pasó el día que desaparecen los lugares que nos pertenecen, o cambian de nombre.
Minutos atrás mi amigo Diego me daba su enfoque en otras palabras: “Es una triste noticia. Pero ya encontraremos otro lugar”.
Yo, personalmente, prefiero creer que si todo aquello que tuvo un espíritu, un alma, tiene por lo tanto vida eterna, hay una callejuela en un suburbio del cielo donde acaban de abrir un lugar para tomar unos tragos con ángeles y diablesas. Y luego: ¡todos enfrente a desayunar!-
http://www.youtube.com/watch?v=-C3ibuq3nZk&playnext_from=TL&videos=pLs_JvDTI_s

MANIFIESTO


“Doy gracias a Dios por mi espíritu indomable”, suspiró alguna vez un hombre encarcelado por casi treinta años que un buen día llegó a gobernar al mismo país que lo encerró. Lejos del veneno del resentimiento, su única reflexión fue de agradecimiento y gratitud por poseer esa chispa que separa al soñador del mediocre, al animal salvaje del doméstico.
Los tigres dorados del zoológico de Palermo, o del de Berlín o de cualquier ciudad, van y vienen eterna e incanzablemente de una punta a la otra de sus celdas. Lo harán hasta el día de su muerte porque nunca dejarán de pensar en escapar. Nacieron para ser salvajes. El niño Borges los miraba con fascinación, tal como más tarde lo haría yo en los lejanos años setenta. Justamente en esos días sin Internet ni 200 canales de cable 24 horas, con mis amigos desde una vereda de La Boca nos sentábamos a contemplar los autos que pasaban: ¡Un Torino Lutheral!, ¡Un Fairlane!, ¡Un Chevrón! a la vez que imaginábamos increíbles historias de aventuras a bordo de esas naves. Que para eso habían sido fabricadas, claro.
Recuerdo que una tarde con mi primo Walter mirábamos en una revista Siete Días una publicidad gráfica a doble página de la Serie 2. Aún recuerdo que era naranja y con franjas “remo” negras propias de ese año ’75, cuando de repente mi otro primo Guille –el mayor– entró al cuarto y Walter le dijo: “Este es el auto que quiero tener cuando sea grande”. El mayor miró nuestra revista y nos la devolvió con aire descreído diciendo: “Para cuando vos seas grande, va a haber autos mucho mejores que este”. Su sorpresiva respuesta nos enmudeció y nos invitó a reflexionar: ¿Qué mundo veríamos en el futuro, donde pudieren existir mejores autos que esa maravilla naranja y negra? Nos miramos en silencio con Walter y enseguida empezamos a improvisar una rampa hecha de libros sobre la cual echaríamos luego a rodar en saltos suicidas a nuestros sufridos autitos Matchbox.
Pero crecimos, y pasaron las décadas. Pasó el tiempo, ese enemigo implacable de los sueños. El propio Sábato dijo alguna vez que cuando se abandona la adolescencia el ser humano se “mediocriza” porque deja de soñar con ser estrella de rock mientras hace una cola para una entrevista laboral en una consultora.
¿Pero que pasaría si nos resistimos?, ¿y qué si no nos entregásemos?, ¿por qué no mantener al menos una de esas ilusiones para no traicionar al niño que fuimos? ¿Qué diría ese chico que supimos ser si nos viese llegar a casa estresados y entregados estacionando un electrodoméstico fabricado en Brasil o en Corea con aire acondicionado, doble airbag y asientos reclinables en forma digital o programada en computadoras de a bordo? ¿Acaso aquel niño soñador jugaba a encender un aire acondicionado? La respuesta es un rotundo No. Hacía saltar al Matchbox como los dukes de Hazard por aquella rampa de libros y carpetas hacia el infinito.
Es hora de que Mad Max y Stuntman Mike vuelvan a calzarse sus camperas de cuero. De que Kowalski y Bullit pisen el acelerador una vez más. De que el Ford Torino de Starsky ruja de nuevo por las calles de nuestra niñez extraviada.
Gracias a Dios estamos en Argentina y hay buena madera. En el pasado aquí se fabricaron acorazados destinados a no morir jamás. Solo esperan el rescate. A no caer en la trampa del consumismo. Que llegue la hora de la sinfonía infernal de los seis cilindros haciendo hervir el asfalto y derritiendo plásticas mentiras.
¿Ya puedes escucharlos? 250, 221, Slant Six, Tornados. En tiempos en que las guerras las libran anónimos nerds por comandos satelitales y coordenadas ajustadas por computadoras de destrucción masiva, un grupo de dementes comienza a forjar y afilar viejas espadas de acero para la batalla final. ¿Qué pasará cuando se caiga tu sistema y tus equipos e insumos dejen de funcionar? Será la hora del metal.
En la cuna de estos musculosos, muy al norte, desde hace algunos años, grupos de rebeldes recorren graneros de pueblos perdidos buscando viejos cascos de Camaros, GTO`s, Mustangs… leyendas en definitiva. Y donde otros ven óxido arrumbado, ellos ven el patrimonio cultural de un país que alguna vez amó la libertad y escuchaba “Born to be wild”. En México hacen lo propio con sus viejos Mavericks, quizá el único muscle originario del país azteca; y en Brasil los mismos soñadores se dedican a revivir a sus Opalas como forma de resistencia al gigantesco polo industrial de San Pablo que empaqueta y expide diariamente miles de rodados perecederos con fecha de vencimiento para ser vendidos en todo el Mercosur. El llamado a las armas parece entonces, internacional.
Aquí, en pleno siglo XXI, un grupo de amigos se reúne en un taller de Zona Sur cada sábado. Andan entre fierros toda la maldita tarde, toman mate, hacen asados, cada tanto… salen a la ruta. No fueron amigos sino a partir de sus 400, sus Chevys, sus Impalas. Lo mismo hace otra banda de fanáticos del Torino que tomó como base de operaciones alguna estación de servicio al costado de una ruta. Y la misma escena se repite a lo largo y ancho del país, en grandes ciudades y pequeños pueblos perdidos en la carretera. La mística del hierro y la amistad, que se resiste a morir.
Hay quienes dicen que el verdadero enamoramiento con el corazón se da cuando uno elije a la otra persona cada día y esa elección se mantiene a través de toda una vida. No en vano la rima más usada en lengua sajona está dada por los términos “together” y “forever”.
La mística del héroe requiere, pues, de un camino y un viaje como el de Ulises. Un viaje de aventuras y también de autoconocimiento. El camino, ese que los orientales llamaban DO, curioso monosílabo que no por casualidad aparece al final de la denominación de tantas artes marciales. Todo héroe solitario necesita de su carruaje o de su corcel. Qué defraudados nos habríamos sentido de pequeños si nuestros ídolos enmascarados hubiesen vendido a su plateado Silver o a su azabache Tornado en algún capítulo del Llanero o del Zorro. Pero no. Eran inseparables.
Pasaron ya muchos años desde aquella tarde en lo de mis primos. Pero hoy puedo afirmar sin miedo a equivocarme que Guille, mi primo mayor, estaba equivocado: cuando fuimos grandes no aparecieron mejores autos que aquella Chevy naranja de la revista Siete Días. Y de alguna manera pude cumplimentar aquella promesa tácita que nos hicimos con mi primo Walter: ahora que crecí manejo esa cupé de superhéroe que aparecía en página central.
Y aquella fascinación de la niñez que sentíamos en esa vereda de La Boca se repite al paso de cada seis cilindros que ya de tanto en tanto hace temblar alguna calle de barrio, donde algún pibe señala asombrado al dinosaurio preguntándole a su padre qué clase de monstruo es ese.
Brindemos por ello entonces, y a seguir engrasándonos las manos, que el niño que fuiste te está mirando. No lo traiciones, y que rujan los escapes libres.

LA SEGUNDA CRUZADA


"A simple vista puedes ver como borrachos en la esquina de algún tango a los jóvenes de ayer. ¡Míralos, míralos, están tramando algo!”
(“A los jóvenes de ayer”-Serú Girán-)
“Los expertos en el arte de defenderse saben ocultarse en las profundidades de la tierra; los expertos en el arte de atacar saben lanzarse como rayos desde las alturas del cielo”
(“El arte de la guerra” -Sun Tzu-)

Se dice de una raza de inmortales, cuyo medio natural serían las rutas, que de tanto en tanto suelen organizarse en violentas y sorpresivas demostraciones de poder atronando las calles de la ciudad con sonidos de mecánicas ancestrales hoy en desuso.Un reporte de la prensa oficialista consignaba hacia mediados del año 2030: “No se sabe a ciencia cierta el porqué de tales actos de barbarie vial, que altera el orden establecido en una sociedad civilizada, pero lo cierto es que dichas manifestaciones producen en parte de la ciudadanía un cierto estado de fascinación contemplativa ante su paso, habiéndose incluso registrado espontáneas exteriorizaciones de apoyo a los mismos. Las autoridades de común acuerdo con el sector empresarial ven con suma preocupación este tipo de actos prepotentes, que no hacen más que contaminar el medio ambiente, incluso a niveles auditivos, tratando seguramente de recordar épocas de un pasado ya superado, cuya reivindicación resultaría una inocente utopía de unos pocos. Se estudian medidas al respecto. Ampliaremos”.
Los multimedios difundían el mensaje de temor en el aire y en las redes dado que, como se sabe, el miedo genera rechazo por el otro y justifica la represión.Para el 2030 ya había entrado en vigencia la normativa que prohibía circular por las calles a vehículos particulares que tuviesen más de diez años de antigüedad, y que pesaran más de una tonelada. Reglas de consumo. Prácticamente no se fabricaban autos nafteros de calle y se trataba de estigmatizar a quienes manejasen ese tipo de vehículos como responsables de la polución ambiental. Todo ello a la vez que los polos petroquímicos se multiplicaban a lo largo y ancho del país, volviendo la atmósfera de las grandes ciudades por momentos casi irrespirable. Así, si bien la mayoría del parque automotor era ya de propulsión eléctrica, los niveles de contaminación seguían incrementándose.
Habían pasado ya más de veinte años desde que Thiago junto a su abuelo había contemplado con fascinación aquella caravana de Chevys del cuarenta aniversario. Aquel día había comprendido que las épicas historias de autos majestuosos como tigres que el anciano solía relatarle no eran menos que ciertas. Desde entonces soñó con ser el dueño que algún día mereciera una de estas heroicas naves. Y así creció. Inmerso en un mundo de fantásticas historias que imaginaba donde su abuelo lo nombraba caballero y a modo de forjada Excalibur le entregaba las llaves de su propia Chevy, a la cual dibujaba y garabateaba con torpes trazos en sus cuadernos de escuela. Sus maestros, incluso, manifestaron cierta preocupación citando a sus padres en alguna oportunidad, dado que el menor no prestaba atención en las clases y se mostraba distraído en forma constante. La prueba documental de tales imputaciones fue un compilado de dibujos de autos de otras épocas, previamente decomisado al menor, que tenían franjas y ruedas grandes. Desde ya, los padres aclararon que tales desviaciones se debían a la negativa influencia que sobre Thiago ejercían los viejos y repetidos cuentos de su abuelo, a quien culparon como autor intelectual de tal conducta.
Pero de todos modos, en forma casi clandestina, el nieto siguió pidiéndole a escondidas al anciano que le contara más y más misteriosos relatos de aquellos tiempos en los que había sido joven. Una tarde de verano, incluso, a orillas del río Carabelas en el Delta, en unas vacaciones gasoleras, el abuelo le confesó a su nieto que cierta vez estuvo a punto de poder comprarse su añorada Chevy cero kilómetro, todo un lujo para la época, pero que por un fenómeno económico llamado “rodrigazo” o algo así, sus ahorros no fueron suficientes para tan noble fin. Años más tarde la General Motors se iría del país y el progresivo deterioro de la clase media hizo que ese sueño se volviera imposible.
Fue recién después de cumplir sus treinta años que Thiago pudo comprarse su cupé Chevy SS. Para ese entonces su abuelo ya no estaba. Muchos lo creyeron loco, dado que nadie querría un auto que tuviera prohibición de circular por su antigüedad y su peso, pero, lo cierto es que ni bien le dio arranque a su cuadriga legionaria, con esa soñada llave de cabeza rectangular, escuchó ese sonido que tanto tiempo había imaginado: el rugido cavernario del monstruo primitivo de la planta de San Martín. Y automáticamente vino a su cabeza como un flash parpadeante en película de súper 8, una secuencia de imágenes de un país que el mismo no había vivido: cientos de obreros sonrientes ajustando engranajes y apretando tuercas en prósperas fábricas, hileras interminables de Chevys y 400 saliendo de su planta de fabricación, trabajadores con sus familias festejando navidades con el aguinaldo recibido y el orgullo de ser parte del armado de esos símbolos de la Argentina industrial. Todo ello, claro, fue antes de la partida de las grandes empresas automotrices a San Pablo donde luego comenzaron a ensamblarse componentes sintéticos. Pero Thiago lo vio todo por un instante… alguien se lo habrá contado.
Paralelamente, y con el transcurso de los días, se vio presa de una extraña sintomatología psicosomática: si el auto estaba mal, él se sentía mal, y, por el contrario, si el auto funcionaba bien, él se sentía a pleno e inundado de una extraña sensación de felicidad.Habían pasado ya muchos años desde aquel domingo de la caravana del 2009, cuando la dictadura del plástico había sufrido su primera derrota a manos de los últimos patriotas acorazados en lo que luego se conocería como “La Batalla del Obelisco”, un festejo conmemorativo por los cuarenta años de la Chevy donde esas brutales máquinas de casi dos toneladas desplazaron a su paso a aquellos aterrados plásticos roedores, para saludarse luego fraternales con la caravana de Torinos que a su vez festejaban otro aniversario de su hazaña de Nûrburgring.
Pero Thiago había crecido bajo la influencia de almas superiores que le habían indicado el camino del guerrero. Y supo de combates donde los héroes daban sus vidas por una causa noble. Causas nobles… mística. El mundo necesitaba de eso quizá. Recordó que su abuelo cierta vez lo había llevado a uno de los últimos mágicos cines de Lavalle -antes de que terminaran de transformar esa calle luminosa en una feria de baratijas- para ver una película que contaba la historia de un grupo de Samurais, sostenedores de las viejas tradiciones del Bushido, que en el siglo XIX cargaron en forma suicida con sus katanas afiladas y sus armaduras reflejando el sol, contra el ejército del Japón moderno, infinitamente superior en número y provisto de armas automáticas norteamericanas.Había llegado el momento de librar pues, la segunda batalla. Sería una batalla personal. Su cruzada solitaria Una demostración a sí mismo y a quien lo viera y lo sintiera de que en otros tiempos hubo autos con leyenda propia que no merecían las rejas de la prohibición, sino la libertad. Saldría a las calles a hacer rugir su escape libre cuyo sonido clandestino era la salvaje voz recordatoria de algo que alguna vez se llamó Industria Argentina.
Dibujó su trayecto palmo a palmo sobre un mapa de la ciudad, sería el mismo camino de la caravana de aquel lejano 2009 sólo que esta vez el camino estaría teñido de ilegalidad. Llegaría hasta donde pudiere, hasta donde las fuerzas policiales lo intercepten, lo bloqueen, lo detengan. Pero cada metro recorrido sería un logro dedicado a todos aquellos que soñaron y vivieron aquellas naves.
Planificó su aventura durante semanas, hasta que la noche anterior a su odisea se fue a dormir en silencio, preguntándose aún si su mensaje tendría algún receptor en un mundo sin lugar para utopías. Esa noche se desató una feroz tormenta eléctrica, donde los dioses del trueno le recordaron que ya era tarde para echarse atrás y le confirmaron su misión. Al despertarse a las siete aún lloviznaba y la mañana era gris y llena de fantasmas. El trailer que llevaría su Chevy hasta Parque Roca –su punto de partida- llegó puntual e hizo lo suyo sin que Thiago contestara demasiadas preguntas. Una vez que depositaron la cupé junto a la vereda, mientras el transporte se alejaba, Thiago se sentó en su butaca y se aferró al volante mientras las últimas gotas comenzaban a secarse sobre el casco del auto. Miró la recta que lo llevaría a la autopista desde donde trataría de alcanzar la 9 de Julio. Imaginó al Obelisco guiñándole su ojo de cíclope. Imaginó a su abuelo habilitándole la línea de largada. Giró la llave, una primer acelerada en punto muerto y el 250 sonó afinado y aplastante como ópera Wagneriana. Embrague a fondo, primera y a la carga. ¡Banzai!
La Chevy salió derecha y en cuestión de segundos alcanzó la autopista a la vez que las cámaras de seguridad comenzaron a seguir su recorrido y los sensores de vibración asfáltica alertaban los móviles policiales: un vehículo peligroso se encontraba circulando. Enseguida varios patrulleros de propulsión eléctrica y forma esférica transparente se le pusieron a la par por el carril de la derecha haciéndole amenazadoras señales lumínicas y sonoras que Thiago fingía ignorar lanzado como autista kamikaze.En todos los canales televisivos y en Internet se transmitió en directo la persecución por la autopista donde los ágiles móviles policiales con forma de burbuja acrílica paulatinamente comenzaban a darle alcance e iban rodeando al último caballo criollo que resoplaba en su terminal galope de tracción trasera. Las hienas realistas al ruido de sus sirenas poco a poco fueron cercando al corcel de la planta de San Martín, mientras en sus hogares un país entero veía por TV como el establishment daba cacería a quienes se atreviesen a desafiarlo.
Así, totalmente cercada por delante y los costados, la Chevy de Thiago fue obligada a reducir su velocidad, y a paso de hombre descender de la autopista en la bajada de la 9 de Julio. La televisión mostraba el triste espectáculo del brioso clásico de seis cilindros encarando la avenida más ancha del mundo custodiado por decenas de sirenas luminosas que destellaban sobre las plásticas burbujas, a la vez que la voz en off del Jefe de Gobierno alardeaba en los canales de noticias respecto de la eficiencia del sistema de cámaras y móviles de seguridad urbana.El descenso en la 9 de Julio no fue como Thiago lo había imaginado. Frente a los flashes de la prensa la Chevy fue escoltada hasta la intersección con la avenida Independencia donde aún mas patrulleros transparentes la aguardaban en forma de semicírculo con el tránsito cortado, para finalmente darle la orden de detenerse en medio de la avenida donde el Chevrolet quedó rodeado por medio centenar de vehículos de seguridad que no cesaban en sus destellos luminosos, al tiempo que se le labraba una blasfema acta infraccional que era leída por altoparlantes.
Por orden de las autoridades esa triste imagen de prevención general se mantuvo durante minutos y minutos para que la ciudad y el país la vieran y quizá sirviere de escarmiento popular. Sistemático escarnio público. La feroz cupé ya inmóvil rodeada por los autómatas esbirros que miraban las cámaras con expresión de deber cumplido, recordó a más de uno la última imagen de aquel joven guerrillero yaciente en un camastro de Bolivia franqueado por uniformados. El rebelde había sido capturado…Pero repentinamente los sensores de vibración instalados bajo el asfalto de toda la zona céntrica se pusieron en rojo, y tal como hacía años la ciudad comenzó a temblar, otra vez los edificios comenzaron a temblar. Una atronadora sinfonía guerrera de furiosos escapes comenzó a oírse cada vez mas cerca a la vez que la temperatura del pavimento de la 9 de Julio levantaba temperatura. Cuando los confundidos policías y periodistas miraron hacia sus costados los vieron llegar desde todos los ángulos de ataque. Y allí lo entendieron todo. La batalla, lejos de haber finalizado, apenas comenzaba. La prolongada transmisión televisiva había movilizado sentimientos y corazones en llamas. La blitzkrieg se había desatado. Rock’n’roll.
Por la avenida, desde Barracas, las columnas de chivos con sus parrillas rectilíneas se veían cada vez más cerca. Eran cientos. La metálica caballería había despertado. Pero eso no era todo: por Independencia, desde el río, se vio llegar al ejército de los Torinos que con banderas argentinas hacían tierra arrasada con aquello que pisaran. En tanto desde el norte por 9 de Julio aparecieron increíblemente los Falcon, otrora rivales naturales de las Chevys, reagrupados ahora en el histórico rescate. Los halcones estaban allí, cuestión de códigos. Por último y en contramano por Independencia desde Entre Ríos, nada que pretendiera quedar con vida se ponía en el camino de los blindados carneros de Dodge, que con un Coronado a la cabeza encararon a los patrulleros con destino de colisión.
En esa instancia fue que Thiago advirtió en el habitáculo de su cupé que no estaba solo, que a su lado su abuelo estaba sentado a modo de copiloto, y mirándolo a los ojos lo escuchó decir una vez más: “Sabía que volverían”.
La ciudad nunca había visto un espectáculo semejante. Las cámaras televisivas no paraban de transmitir. El personal policial abandonó sus luminosas burbujas de plástico antes de que éstas estallaran en pedazos al ser embestidas por los cromados hierros setentistas, y fue hasta irónico ver volar por los aires inútiles airbags con los que los carros de combate multimarcas parecían jugar a modo de infantiles globos de kermesse. Seguridad garantizada del habitáculo, claro.Como consecuencia de los brutales impactos el asfalto de la 9 de Julio quedó poblado de incontables restos plásticos que al día siguiente serían prolijamente removidos por el servicio municipal de limpieza urbana.
Viéndose liberado de su cerco electrificado, Thiago miró a su alrededor y entre los sintéticos cadáveres fragmentados de los móviles carceleros, vio a su ejército victorioso, esos rostros desconocidos por el hasta ahora, pero que entendieron su mensaje y no le habían fallado. Hubo un instante de silencio con un colectivo cruce de miradas y entonces no hizo falta decir nada. Y a modo de festejo todos los motores de seis y ocho cilindros comenzaron a rugir acelerando en sus lugares, y las carrocerías –brillantes algunas, oxidadas otras- vibraban por tanta feroz potencia contenida por tanto tiempo. Entonces la victoriosa armada de la nostalgia se ordenó y en caravana desfiló hacia el Obelisco que parecía inclinarse para saludar a viejos conocidos.
El espectáculo del desfile de la victoria por 9 de Julio y Corrientes sería recordado por muchos años, y hasta el propio Jefe de Gobierno, ante la presión popular, lejos de sancionar a los responsables de los destrozos, cambió repentinamente su postura y declaró a la marcha “de interés cultural”.
La columna de crónicas urbanas de un diario independiente señalaría al día siguiente de esos episodios: “No se saben las causas, pero debemos admitir la existencia de ciertos grupos clandestinos que, a partir de su pasión por estos autos, forjan amistades más fuertes que cadenas de acero y que, por el mero hecho de compartir esa adicción, agrupan a personas de distintas edades y niveles de formación para celebrar el ritual de armar y reparar estos vehículos de otros tiempos. Se desconoce cuándo podrían volver a atacar. Ampliaremos”.

CARAVANA DE CHEVYS

El domingo 23 de agosto de 2009, más de 150 Chevys fabricadas en el país entre 1969 y 1978 marcharon conducidas por sus dueños en caravana rodeando el Obelisco y bajando por Corrientes hacia la Costanera, como festejo conmemorativo por el 40ª aniversario del comienzo de la producción de ese clásico auto en Argentina. El evento fue declarado de interés cultural por el Gobierno de la Cuidad de Buenos Aires.

“-¡Ah, tío, que coche tan maravilloso!-suspiraba Dean-. Piensa lo que podríamos hacer tú y yo si tuviéramos un coche como éste. ¿Sabes que hay una carretera que baja hasta México y luego sigue hasta Panamá…? y quizá continúe hasta el final de América del Sur donde los indios miden más de dos metros y mascan coca en las montañas. ¡Sí! Tú y yo, Sal, recorreríamos el mundo entero en un coche como éste, porque, tío, en definitiva la carretera, tiene que dar la vuelta al mundo entero. ¿Adónde va a ir si no? ¿No es así?…”Jack Kerouac – On the road -
El abuelo insistía y caminaba por Corrientes una y otra vez en la tarde del domingo, desde Callao hasta Suipacha de la mano de su cada vez más escéptico nieto, y le aseguraba en vano: “Te juro que estaba por acá el Cine Los Ángeles donde pasaban las películas de `Gual´ Disney”. Y el nieto ya resoplaba descreído, tanto de eso como de las historias que el anciano solía contarle donde recurrentemente aparecían figuras legendarias y autos legendarios.
En un tiempo los autos tenían vida propia. Tenían nombre, sobrenombre, corazón, latidos. Rugían. No hablaban, eso sí, pero sabían escuchar. Hacían caso, y a veces se revelaban.
La Brava, el Coche Rana, el Jean sobre Ruedas, la Gran Tentación, y otros dinosaurios poblaron estas tierras en épocas prehistóricas –la década del 70– antes de la llegada de las computadoras de a bordo, la inyección electrónica, los chips de potencia y los ABS.
Cuando se sentían mal, todo el instrumental necesario para lograr una mejoría y seguir adelante era un juego llaves que a modo de botiquín, sus propietarios debían llevar en una cajita en el baúl. No había que recurrir el service oficial especializado de una gran corporación para una reprogramación del software original. Porque al levantar el capó, uno se encontraba con un irresistible desafío de metales, tuercas y engranajes que invitaba al ajuste; aún cuando éste resultara innecesario. Tu mecánico era un tipo rústico que se veía como tal –de manos gruesas y llenas de grasa– que entre mate y mate ponía a punto… regulaba.
Hoy anónimos personajes de impecable guardapolvo blanco y lentes, con numerosas lapiceras en bolsillos externos, con aspecto de científicos, chequean datos que aparecen en pantalla de asépticas notebooks en centros oficiales de diagnóstico computarizado. Bajo los capós de los vehículos actuales, oscuras placas de plástico cubren corazones artificiales con sobrias leyendas que advierten: “warning” –no tocar–, “authorized service only”. Entonces quien fuera niño intrépido, deviene en adulto cauto, asustado y buen pagador. Retrocede.
Pero aquellos dinosaurios, Chevys, Toros, Valiants, se resisten a desaparecer por completo. Ni siquiera el fallido crimen del Plan Canje de los noventas pudo con ellos. Un dueño merecedor de semejantes clásicos no caería fácilmente en el engaño de entregar “fierro” a cambió de plástico, industria argentina por producto en serie del Mercosur, una leyenda a cambio de un medio de transporte en envase no retornable. Esos envases que no sirvieron para pagar deudas en dólares al llegar la crisis del 2001. Mientras las Chevys -metálicos carruajes- observaban en silencio sin entender cuando fue que la Argentina dejó de ser un país industrial.
Y así fue que los viejos clásicos, esos que no fueron abandonados, sobrevivieron una vez más a otro período glaciar.Pero fue en aquellos viejos tiempos rupestres, los setentas, donde reinó la Chevy. Franjas remo, franjas escorpión, techos vinílicos, Serie 2, rojo mandarín, verde tempestad. Surcaban como cometas las rutas argentinas. Hasta el fin, claro.
A bordo de ellas nacieron y estallaron miles de historias de amor y pasión que las Chevys atesoran en sus habitáculos en forma silenciosa, ya que como dijéramos, jamás hablarán –rugen–. Y una casta de guerreros templarios es la que se ocupa y tiene la sagrada misión de proteger y restaurar eternamente estos caballos de metal. Y ese mandato se transmite a modo de código secreto de generación en generación, en garages suburbanos con paredes pobladas de valkirias insinuantes.Hoy en día las calles ya no están hechas para las Chevys, sus potentes motores consumen mucho combustible, y el pesadillesco tránsito hace que las temperaturas suban. Además los estacionamientos repletos, con subidas caracol y capacidades colapsadas solo admiten autos pequeños o con direcciones asistidas. El lugar que ocuparía un clásico setentista ideado en Detroit puede ser ocupado por dos o hasta tres vehículos de nueva generación maniobrables casi en forma digital.
Pero imprevistamente, un domingo de 2009 el asfalto comenzó a temblar. Edificios y monumentos comenzaron a temblar. Y las calles de Buenos Aires se poblaron de cientos de Chevys. Llegaron en columnas como ejércitos desde Parque Roca –columna sur– y Parque Sarmiento –columna norte–, para encontrarse en el Obelisco y desfilar resplandecientes, en caravana hasta Puerto Madero y la Costanera. Y la ciudad se pobló nuevamente de franjas, ruedas patonas y bramantes escapes que parecían echar fuego como dragones. Y los plásticos roedores en cuotas que poblaban las calles, se hicieron a un lado, temerosos ante el avance de la metálica caballería.
Y los mozos de los bares de Corrientes salieron a saludarlas a su paso como el pueblo orgulloso a sus vistosos granaderos volviendo a través de la historia.
Fue entonces, ante el paso de la caravana, donde el nieto boquiabierto le escuchó decir a su abuelo con la mirada iluminada: “Sabía que volverían”.
La crónica periodística señalaría luego que fue una demostración conmemorativa por el 40ª aniversario del comienzo de la fabricación de la versión argentina del Chevrolet Nova. Consultado que fue uno de los pilotos, deslizó en tono familiar: “Estamos festejando el cumpleaños de la Chevy”.