HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





martes, 15 de noviembre de 2011

CORONADO DE GLORIA


Con mi grupo de amigos habíamos recalado en una oscura discoteca del conurbano. Vaya uno a saber cómo llegamos allí. Creo que de zona sur, jamás recordaré su nombre. Mucho no nos quedamos. Año ’88 quizá ’89. Sonaba “Wonderful life”, de Black, y las parejas bailaban un estilo al que por aquel entonces llamaban “americano”. El boliche era uno de esos tugurios donde para salir a la pista había que saber bailar, y nosotros no sabíamos. Yo pensaba que eran todos unos grasas, con sus zapatos blancos y pantalones pinzados. En aquellos años aún existían esos locales nocturnos donde pasaban distintos ritmos, y había muchas mesas en torno de la pista, y había que tener la técnica para cada estilo musical. Nosotros éramos apenas cuatro pendejos que habíamos llegado hasta allí en el desvencijado Dodge Coronado blanco de mi amigo Rodi al que apodábamos El Dino (por dinosaurio, claro), en un raid que no terminaría allí, ni en el siguiente antro, buscando chicas fáciles. Era el lugar equivocado, las mujeres que allí bailaban americano se veían algo mayores que nosotros, y los tipos vestidos de Angelo Paolo que estaban con ellas realmente sabían bailar aquella “grasada” según mi percepción, pero eran –en definitiva- quienes detentaban a las presas de tacos altos y polleras cortas que nosotros hubiésemos deseado.
Nos fuimos en menos de una hora, justo cuando el DJ empezaba a pasar la infaltable seguidilla de Rick Astley, a quien por ese entonces yo detestaba.
Recuerdo que afuera de la disco había varios Torinos estacionados impecables que parecían mirarnos en silencio con sus inmóviles ojos redondos. No me llamaban mucho la atención en aquellos días donde la novedad eran las cupés Fuego y los 505.
La imagen borrosa de aquel oscuro boliche a veces me visita cuando escucho a Black o a Rick Astley en mi MP3 –es curioso como el tiempo hace que valoremos a los artistas a quienes antes rechazábamos-, pero la música de los ochentas nunca sonará igual que en los ochentas. El mundo que ahora me rodea no tiene la magia negra de aquel tugurio perdido en la bruma de los tiempos donde se bailaba americano y rock`n`roll, y nosotros nos sentíamos como Sonny Crocket, Rico Tubbs, Zwitec y Zito irrumpiendo en la mismísima guarida del líder narco Calderón, rodeado de sus mulatas.
Una primera lectura simplista podría consignar que, en noches como aquella, éramos solo un grupo de chicos de barrio saliendo a divertirse. Yo, a la distancia, por el contrario, me animo a sostener que éramos un puñado de intrépidos exploradores sumergiéndose en las profundidades de lo desconocido.
Alguien alguna vez escribió aquello de “atravesar el viento sin documentos”. Gran línea. Chapeau!, clap hands! como dice Tom Waits. Esa es una de las llaves doradas que abren las puertas de mundos donde la lógica de los horarios y la rutina pierden sus dominios. Una gavilla de desfachatados con el viento frío de la noche dándoles en la cara. Aún creen en el amor, en la velocidad y en el Heavy Metal. Solo miden el aceite, el agua y controlan que a un auto argentino de apellido americano, hecho de hierro y de casi dos toneladas no le falle el encendido: punto de partida para una noche que recordarán por siempre y de la que escucharán sus nietos.
En tiempos en que nuestro patrimonio estaba dado por nuestras colecciones de discos y cassettes, y no había facturas de gas ni resúmenes de tarjetas de crédito llegando a nuestro nombre, ¿Quién podría detenernos?
La carrocería del Dino nos volvió invencibles. Algo oxidado y con un techo vinílico con faltantes, ya era un auto viejo para fines de los ochentas y no cotizaba tanto como las XR4 que se nos ponían a la par, pero era nuestro pasaje a la libertad, o quizá una invitación a las más audaces aventuras de fin de semana después de medianoche en aquel mágico universo donde la vida social se daba en planos reales, bajo las estrellas, y no frente a un teclado usando un nombre falso. Con mis amigos a bordo de aquel Coronado nos habíamos convertido en los forajidos del Far West y hasta recuerdo cuando una noche rescatamos al hermano de uno de los muchachos que venía corriendo a pié perseguido por la Federal, y lo cargamos en el Dino para perdernos en el horizonte de la Avenida del Libertador levantando polvo como si fuésemos Billy the Kid y su pandilla.
En el piso de aquel Coronado, podían encontrarse desde cajas de pizza hasta botellas de cerveza, y menos la bocina, todo hacía ruido en aquel auto, por eso subíamos al máximo el volumen del pasacassette donde sonaba Maiden, a veces Zeppelin. Allí teníamos apasionados debates de temática cinematográfica, donde cada uno exponía sus sólidos fundamentos tratando de respaldar su posición en referencia a si Rambo I había sido o no mejor que Rambo II. Nos poníamos a la par de las chicas más lindas que pasaban, para piropearlas, y ellas nos ignoraban con una frialdad que cortaba el aire, lo cual actuaba como disparador para que Rodi, tras el volante comenzara a proferirles las más atroces guarangadas. Nadie se fijaría en cuatro atorrantes con sus miradas de fuego y de visible mala posición económica (dado el auto destartalado en el cual se desplazaban).
Pero teníamos la inocencia de aquellos que se sienten felices de la vida sin temer a la muerte, cuyo rostro despiadado aún no conocíamos de cerca.
Y luego pasaron los años, y las décadas; y ya no fuimos adolescentes. Y el país se cayó varias veces, y las sucesivas crisis económicas hicieron que la familia de mi amigo Rodi descuidara y dejara caer al mítico Dino, el cual quedó arrumbado junto al cordón de la vereda en la calle Pinzón en La Boca. Un día, dado su abandono, se lo llevó una grúa de la Municipalidad. Esa grúa se llevó nuestros años de inocencia juvenil mientras se marchaba. Me gustaría algún día encontrarla para rescatar al vaqueteado Dodge y a nuestras ilusiones doradas.
De vez en cuando en sueños persigo en vano a ese remolque, mientras se aleja con el Dino perdiéndose en la niebla.
Se solicita a la ciudadanía cualquier dato referente a un móvil de arrastre de la vieja Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires acarreando los restos traqueteantes de un Dodge Coronado blanco con mucho óxido y en aparente estado de abandono. El valor sentimental de ese auto resulta incalculable.

Por CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH