HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





viernes, 15 de octubre de 2010

CHARLA CON UN PUMA


“Si un hombre aspira a una vida correcta, su primer acto de abstinencia es el de lastimar animales” (LEON TOLSTOI)


La página 33 del diario Clarín del 12 de agosto de 2010 traía la noticia ilustrada por la foto de un felino rugiente: “El Ministerio de la Producción de la Provincia de Río Negro ofrecerá 500 pesos por cada ejemplar de puma muerto, debido a que estos animales provocan daños importantes a la ganadería ovina y vacuna”. El artículo del matutino ampliaba la información agregando: “El Director General de Ganadería señaló que los Gobiernos de Chubut y Santa Cruz ofrecen recompensas aún mayores por su caza” y “…los propios ganaderos son los primeros interesados en terminar con esta plaga predadora de ovejas”.
Así, las autoridades gubernamentales, de común acuerdo con el sector de productores de ganadería sellaron un oscuro pacto decidiendo el aniquilamiento del viejo “León Americano”, dueño antiguo de las Pampas, que, agazapado en la oscuridad, ignora la promulgación de la siniestra normativa que ahora dictó su sentencia de muerte por afectar intereses comerciales.
Le han puesto precio a tu cabeza, puma legendario, como en el viejo oeste norteamericano, bajo tu retrato un grupo de obesos burócratas asociados a millonarios hombres de negocios, han colgado la leyenda de “BUSCADO”. Más vale que te ocultes ahora, viejo cazador de la estepa y del monte. La norma no excluye hembras ni crías. Los muy cobardes saldrán a buscarte con armas a repetición y miras nocturnas. Y ellos cazan por dinero.
Déjame hacer un fuego bajo las estrellas de esta noche, y contarte algunas historias antes de que ellos vengan por ti, hermano puma (como podría llamarte el joven de Asís). Los de mi raza dicen que soy buen narrador. No se si sea cierto, pero quizá te ayude a aplacar un poco los nervios entre los grillos y búhos de esta deliciosa oscuridad.
Por motivos fáciles de adivinar, los políticos de turno siempre han tenido una marcada preferencia por los rebaños en detrimento de los espíritus libres de los verdaderos aventureros como vos. Los rebaños son fáciles de manejar, como los autos modernos. Las ovejas que los integran se pueden dominar fácilmente haciendo que vayan en tal o cual dirección. Son muchas, todas iguales y se pueden guardar a presión, comprimidas en un corral cuando su dueño lo decide. Son baratas de alimentar, nunca se revelan, agachan la cabeza y comen siempre las mismas pasturas.
Esas ovejas son tantas y tan parecidas que hasta resulta difícil diferenciar una de otra. Se las saca a pastar todas las mañanas para volverlas a guardar en sus corrales al caer el sol.
¡Pero vos sos tan distinto, querido puma! A través de los siglos nunca dejaste de ser salvaje. El hombre jamás pudo domesticarte. Siempre fuiste una amenaza para los rebaños, cuyos dueños se estremecen al ver tus huellas frescas cerca de sus propiedades. Nadie te quitará nunca tu libertad. Y por sobre todas las cosas, tienes la energía, la fortaleza y la ferocidad necesarias para la más sagrada de las misiones: la cacería nocturna, esa que tanto nos apasiona.
Debes saber, desde ya, que no todos los humanos somos iguales a esos que hoy te persiguen, así que no me consideres tu enemigo. De hecho puedo contarte que conozco grupos de soñadores apasionados por una ilusión. Luchadores incansables y aventureros cultores del viejo rito de la amistad, que salen totalmente del molde del cual salieron los mediocres que ahora vienen a cazarte.
Como recordarás, hace algunas décadas, estas rutas eran surcadas por autos que parecían salidos de un fantástico sueño. Majestuosas naves como el Kaiser Carabela dejaban una estela de magia a su paso por estos caminos con sus líneas sobrenaturales. Chevys de dos y cuatro puertas con amarillos canarias y rojos mandarines iban y venían como flechas con sus bajadas en forma de fastbacks. Fabulosos Falcons de redondos faros y parrillas cromadas cortaban el viento de las Pampas en trazos infinitos. Y una aventura producto de un sueño acelerado con varios carburadores, hacía kilómetros e historia, su nombre: Torino.
Todos ellos, mi amigo, al igual que vos, rugían. Y ese rugido gritaba la proclama patriótica de una vieja canción de valientes: libertad, libertad, libertad.
Desde hace décadas ya habrás notado que casi no se escuchan esos rugidos. Solo las ovejas, solo las ovejas. Esas que no tienen garras, ni colmillos, ni violentos paragolpes de hierro, ni chasis en forma de “H” o de araña, ni cromadas parrillas, ni el espíritu del cazador, ni seis cilindros, ni el aliento agitado del perseguidor de asustadas presas, ni tonelada y media de puro metal, ni los recuerdos de inolvidables cacerías.
¿Así que ahora los muy cobardes pagan por cada puma muerto? Déjalos entonces acercarse y afilemos nuestras garras sobre alguna piedra para el zarpazo yugular de quien sabe pelear en la distancia corta. Esa en la que pelean solo los bravos.
Hoy vienen por ti, mañana quizá lo hagan por mí o por mi carro de combate, que tanto los asusta. Los asusta la fuerza, lo salvaje, el alma del predador que ellos no tendrán jamás.
Vos y yo hemos visto aparecer y morir tantas ovejas a esta altura. Y ya nadie las recuerda, ya sea que estén cubiertas de lana o plásticas carrocerías.
Así que sigamos avivando el fuego en esta noche de estrellas silenciosas y recordemos otras historias de tus cacerías…y de las mías. Antes de que los puntos rojos de las miras se posen sobre nosotros.
Lamento mucho que ahora quieran exterminarte, como alguna vez también lo hicieron con los indios que poblaban estas mismas tierras para luego subdividirlas y repartirlas entre los ancestros de quienes hoy pusieron precio a tu cabeza.
Por último, solo me queda agradecerte, mi “amigo puma”, como alguna vez cantara un ídolo popular de la zona sur. Agradecerte nunca haber cambiado, aunque ello te haya llevado a esta blasfema sentencia de muerte con un precio por tu cabeza. Porque tu nunca perteneciste a esos rebaños que aún sigues atacando.
Si algún día o alguna noche llego a verte con mi Chevy al costado de una ruta de esta Pampa silenciosa, no temas. Solo pararé para hacerte luces a modo de saludo respetuoso y continuar mi camino. Tú sigue con tu leyenda, yo seguiré con la mía.


CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH

viernes, 1 de octubre de 2010

THE SKY IS CRYING


Manejé durante horas por Ruta 9 todo aquel día escuchando el sonido del 250 que servía de soundtrack perfecto para el camino. Baradero, San Pedro, Villa Constitución. Cada pueblo, cada ciudad era una invitación a quedarme, buscar un hotelucho con algo de garaje y hacer base allí para pasar la noche. Cada cartel rutero con nombres conocidos o extraños tenía en mi imaginación un marco de neón destellante y una promotora sexy haciendo dedo, muriéndose de ganas de subir a mi Chevy. Cada café al paso que me tomaba en las estaciones de servicio donde paraba potenciaba más mi absurda inventiva de escritor compulsivo donde surgían héroes y villanos confrontando violentamente en ese magnífico escenario de autovías y rutas provinciales transversales, cuyos kilómetros estaba dispuesto a devorar.
Dicen que los monjes tibetanos encuentran en la soledad de las montañas el lugar ideal para alcanzar el estado mental y espiritual perfecto para meditar. La meditación al estilo tibetano es de las más respetadas y practicadas del mundo. Como no nací ni crecí en el Tíbet sino en Buenos Aires, cerca del Riachuelo, necesito cada tanto salir a la ruta solo y sin destino fijo. Ese es mi retiro espiritual donde puedo olvidarme de mis obligaciones profesionales y problemas cotidianos, y conectarme conmigo mismo y con mi Chevy. Existe una armonía sincrónica muy especial entre los hombres y el motor de sus autos (recomiendo los 6 cilindros) que solo las almas elevadas pueden lograr en la soledad de la ruta. Ese es el punto donde el corazón y la mente se hermanan con los latidos que surgen de las entrañas del dragón bajo el capot. Muchos alcanzan este punto de nirvana a las 3000 RPM, algunos más arriba incluso, no se trata de acelerar al extremo, sino de encontrar el equilibrio único que se da cuando una persona y su auto son uno solo. Esto es muy difícil de lograr en las ciudades en las horas pico, donde hombre y máquina se encuentran a disgusto en el tránsito y ambos tienden a recalentar. Pero la ruta es especial para eso. Allí se encuentra la armonía. Allí le cuento en privado mis historias de triunfos y fracasos a mi Chevy, que a su vez me cuenta las suyas. Desde ya, esto solo puede darse con humanos que tengan historias para contar, y con autos que a su vez tengan las suyas en su pasado, y con personas y coches que sepan escucharse mutuamente. Estos requisitos, desde ya, dejan fuera de toda posibilidad a personas vacías o superficiales, así como a autos nuevos y sin heridas.
Otro requisito fundamental es que el auto en cuestión tenga carrocería de metal con tuercas ajustando hierro en lugar de piezas de plástico encastrado. La vibración que produce un motor de más de 150 burros sobre una coraza metálica a altas revoluciones es inigualable y resulta en definitiva otra de las condiciones para alcanzar ese estado de elevación espiritual y hermandad con la máquina.
Sigo a velocidad crucero por la Ruta 9. Un BMW aparece en mi espejo retrovisor. Unos segundos más tarde me pasa. Al rato veo por delante a un 206, lo veo cada vez más cerca, y esta vez lo paso yo a no más de 140; lo mismo hago enseguida con un Renault 9 que aparece más adelante. Los sujetos van como autómatas.
De repente veo en el horizonte una chata a lo lejos con formas interesantes. Acelero para apreciarla bien y me pongo a la par: va cargadísima, despacio, aún trabaja, es una hermosa C 10, diría yo que `70 o `71. Cuando vamos paralelos el tipo me saluda bajando la cabeza y tocándose la visera de su gorra. Este entiende de qué se trata. En sus ojos adivino la calma y el acero de los guerreros del camino. Señalo su camioneta y levanto mi pulgar derecho. El tipo hace lo mismo. Acelero y lo dejo atrás. No hacen falta palabras. Pertenece al círculo sagrado, y si algún imprevisto me sucediere en el camino, intuyo que sería el primero en parar al costado del camino para dar una mano.

Miro al costado del camino y veo la monótona imagen de los campos y los alambrados que pasan. Miro al frente, y el capot de la Chevy me señala como inalcanzable punta de flecha el destino infinito del horizonte. Como alguien cantara alguna vez: “lo importante no es llegar, lo importante es el camino”. Hace tiempo ya que dejé de tenerle miedo a la muerte, imagino que solo será cerrar los ojos, y en un parpadeo, abrirlos de nuevo y ver la ruta, el horizonte, y la trompa de mi Chevy buscando otro pueblo o la mítica Paradise City (where the grass is green and the girls are pretty, ja!). El día que comprendí eso, experimenté una infinita sensación de libertad ante la certeza de que el verdadero espíritu humano está identificado con aquello que lo apasiona. La muerte no implicaría un final por lo tanto, ni un pasaje de la luz a la oscuridad, ni nada por el estilo. Solo cambiarían las rutas, que pasarían a ser infinitas.
Comienza a anochecer y atravieso Rosario, y llego a Bell Ville donde paro en una estación de servicio a comer algo y seguir un poco más. Cuando llegue a Villa María, pienso, voy a entrar a la ciudad y buscar un hotel para dormir y seguir mañana. “¿A cuanto estoy de Villa María? le pregunto a la petisa de gorrita que atiende el minibar, “a unos 60 kilómetros” me contesta ella sonriente con esa simpatía de las que al no ser tan agraciadas necesitan entrar por algún lado. Le agradezco, saludo y sigo camino bajo las estrellas que tan bien se ven en la noche del campo.
En unos 40 minutos debería llegar, pienso, mientras las luces largas me muestran el camino que piso. Pasa una hora y voy a 100, y aún no llego, y pasa otra media hora. Y nada. Solo la noche cerrada y me empiezo a impacientar. No tengo GPS, claro, nunca lo tuve pero ya debería estar en Villa María y solo sigo manejando en línea recta por la ruta sin carteles a los costados.
De repente, veo unas lucecitas de colores sobre mano derecha mas adelante. Me acerco un poco más y ya vislumbro un cartel luminoso destellante en el techo de un local. Desde lejos, pensé que sería uno de esos cabarets baratos para camioneros de la ruta, pero cuando llego y lo veo de cerca veo que es un pub que se llama Voodoo Child. ¡Como el tema de Hendrix!, pensé. El lugar era una suerte de casucha no muy grande construida en madera y chapa contorneada por una guarda de bombitas de luces de colores y un cartel luminoso en el techo con el nombre Voodoo Child en letras rojas sobre fondo negro.
Paré la Chevy al costado de la puerta junto a media docena de motos chopperas y un hot rod con casco de Ford T en muy buen estado. Un poco mas allá se veían otros vehículos estacionados en la oscuridad bajo unos árboles: tres o cuatro chatas bastante vaqueteadas al parecer, entre las que sobresalía una Apache desvencijada pero con carácter, por supuesto. Cuando apagué el motor de mi cupé escuché que desde adentro del pubsito se escuchaba “Black Dog” de Zeppelin. Este es un lugar como para mí, pensé. Puedo entrar, tomar algo, y de paso pregunto cuánto falta para Villa María.
Cuando entré al lugar vi la escenografía típica de varias mesitas de madera llenas de gente tomando litros de cerveza y descascarando maníes, una pequeña barra y un escenario con una pizarra al costado donde se leía en letras grandes que habían pintado: “Hoy Duelo de Guitarras”. Me apoyé en la barra que era el único lugar libre y pedí algo para tomar.
El gordo detrás de la barra tiene una remera de AC/DC y me comenta que ya va a empezar “el duelo”, y que los dos violeros de esa noche eran excelentes. Al parecer y según me cuenta, los desafíos guitarreros se daban cada tanto y eran pretexto para que dos virtuosos toquen cada uno sus mejores trucos y luego como es de esperar termine todo en una zapada.
De repente se apagan las luces y la manada empieza a aplaudir. Los más ruidosos son un grupo de pibes de no más de veinte años que ocupan una mesa cerca de mí y no paran de hacer bardo desde sus asientos.
Cuando miro al pequeño escenario muy oscuro y sin reflectores que lo enfoquen, veo dos figuras que aparecen en escena. Si bien la iluminación es pobrísima sumado al humo de cigarrillos, lo cual me impide distinguir muchos detalles de sus rostros, alcanzo a ver que uno porta una Strato y el otro una SG, algo así como un Chevrolet vs Ford, pienso, el clásico Gibson vs. Fender.
El de la Gibson es algo mas bajo, con lentes oscuros y ropa de cuero al viejo estilo. En tanto el de la Strato anda con un poncho y un sombrero de ala grande, como salido de un spaghetti western de Sergio Leone.
Arranca el de la SG con un punteo infernal que me pone los pelos de punta, es una variación del solo de guitarra de “Dios Devorador” algo más acelerada, pero tocada con una técnica impecable. Cuando el tipo termina, todo el tugurio estalla en un aplauso. Los pibes de la mesa de al lado mío se ven felices y se paran en las sillas para aclamar al violero que hace una reverencia para darle paso al de la Fender. Entonces este, que mira todo el tiempo hacia abajo con sus sombrero negro y un dejo de tremenda calma, camina dos pasos y alguien le alcanza una botella de Corona vacía. Allí fue donde se hizo un silencio espectral hasta que el muy condenado empezó a tocar con la botella en la modalidad “guitarra slide” las inconfundibles notas de “The Sky is Crying”. Juro que se me puso la piel de gallina con ese himno del blues que me dejó paralizado y con lo ojos llenos de lágrimas. Cuando termina, la merecida aclamación que recibe hace temblar las pobres paredes de madera del local. Y allí nomás sin respiro, los dos guitarristas se unen en una tremenda versión del “Roadhouse Blues” de los Doors mientras todos aplaudimos y algunos coreamos a los gritos cervezas en mano. Los pibes de la mesa de al lado, empiezan a improvisar un pogo que me incluye y terminamos entre todos desparramados por el lugar y abrazados como si fuésemos viejos amigos en esa inexplicable comunión que esas cosas generan.
Así cuando termina el tema y todos aplaudimos y agradecemos, se encienden las luces del escenario. El violero de los lentes oscuros se los quita y el de la Strato se saca el sombrero para saludar al público. Es allí donde me quedo paralizado frente a lo que veo: los dos guitarristas resultan ser los mismísimos Norberto Napolitano y Stevie Ray Vaughan, que sonríen y se dan la mano. Se me eriza la piel y me inunda una emoción y una confusión inexplicables frente a lo que veo, a la vez que las luces de todo el lugar se van encendiendo y me enceguecen poco a poco. Siento que mis fuerzas me abandonan como si fuese a desmayarme, pero antes de perder el sentido, percibo que uno de los chicos con los que hacíamos pogo me toma de una mano y me pregunta: “¿La Chevy que está afuera es tuya?”. “Si” -le respondo confundido-; a lo que el pibe me agrega “Yo también tengo una: La Mejor del Condado, solo que por ahora la maneja mi viejo”. El chico me da un abrazo y me dice confidente: “bueno…yo también la manejo con él”. Los spots son cada vez mas fuertes y esas luces blancas finalmente me enceguecen por completo.

Me despierto en una camilla de hospital con media docena de médicos mirándome a los ojos. “¿Nos escuchás?”, me dice uno. Le digo que sí con la cabeza, y me explica con acento cordobés: “Tuviste un accidente en la ruta a mitad de camino entre Bell Ville y esta ciudad, estás en el Sanatorio Argentino de Villa María. Un tipo de gorrita con una camioneta vieja te rescató y te trajo para acá…”.
“Una C10 `71” le susurro, y el doctor me dice que sí con la cabeza con cara de extrañado: “bueno, no sé el año…de esas viejas, sí”. Y a mí no me sorprende.
Otro de los médicos me dice: “Tenés que dar las gracias por seguir con vida, aunque no lo creas estuviste clínicamente muerto durante 15 segundos, pero entre todo el equipo de emergencias la peleamos y ya estás bien”.
Aún hoy me pregunto cual habrá sido el siguiente tema del Carpo y Stevie Ray.

CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH
Stevie Ray Vaughan "The sky is crying" http://www.youtube.com/watch?v=EI9TS4O5Ww4