HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





viernes, 28 de mayo de 2010

LA SEGUNDA CRUZADA


"A simple vista puedes ver como borrachos en la esquina de algún tango a los jóvenes de ayer. ¡Míralos, míralos, están tramando algo!”
(“A los jóvenes de ayer”-Serú Girán-)
“Los expertos en el arte de defenderse saben ocultarse en las profundidades de la tierra; los expertos en el arte de atacar saben lanzarse como rayos desde las alturas del cielo”
(“El arte de la guerra” -Sun Tzu-)

Se dice de una raza de inmortales, cuyo medio natural serían las rutas, que de tanto en tanto suelen organizarse en violentas y sorpresivas demostraciones de poder atronando las calles de la ciudad con sonidos de mecánicas ancestrales hoy en desuso.Un reporte de la prensa oficialista consignaba hacia mediados del año 2030: “No se sabe a ciencia cierta el porqué de tales actos de barbarie vial, que altera el orden establecido en una sociedad civilizada, pero lo cierto es que dichas manifestaciones producen en parte de la ciudadanía un cierto estado de fascinación contemplativa ante su paso, habiéndose incluso registrado espontáneas exteriorizaciones de apoyo a los mismos. Las autoridades de común acuerdo con el sector empresarial ven con suma preocupación este tipo de actos prepotentes, que no hacen más que contaminar el medio ambiente, incluso a niveles auditivos, tratando seguramente de recordar épocas de un pasado ya superado, cuya reivindicación resultaría una inocente utopía de unos pocos. Se estudian medidas al respecto. Ampliaremos”.
Los multimedios difundían el mensaje de temor en el aire y en las redes dado que, como se sabe, el miedo genera rechazo por el otro y justifica la represión.Para el 2030 ya había entrado en vigencia la normativa que prohibía circular por las calles a vehículos particulares que tuviesen más de diez años de antigüedad, y que pesaran más de una tonelada. Reglas de consumo. Prácticamente no se fabricaban autos nafteros de calle y se trataba de estigmatizar a quienes manejasen ese tipo de vehículos como responsables de la polución ambiental. Todo ello a la vez que los polos petroquímicos se multiplicaban a lo largo y ancho del país, volviendo la atmósfera de las grandes ciudades por momentos casi irrespirable. Así, si bien la mayoría del parque automotor era ya de propulsión eléctrica, los niveles de contaminación seguían incrementándose.
Habían pasado ya más de veinte años desde que Thiago junto a su abuelo había contemplado con fascinación aquella caravana de Chevys del cuarenta aniversario. Aquel día había comprendido que las épicas historias de autos majestuosos como tigres que el anciano solía relatarle no eran menos que ciertas. Desde entonces soñó con ser el dueño que algún día mereciera una de estas heroicas naves. Y así creció. Inmerso en un mundo de fantásticas historias que imaginaba donde su abuelo lo nombraba caballero y a modo de forjada Excalibur le entregaba las llaves de su propia Chevy, a la cual dibujaba y garabateaba con torpes trazos en sus cuadernos de escuela. Sus maestros, incluso, manifestaron cierta preocupación citando a sus padres en alguna oportunidad, dado que el menor no prestaba atención en las clases y se mostraba distraído en forma constante. La prueba documental de tales imputaciones fue un compilado de dibujos de autos de otras épocas, previamente decomisado al menor, que tenían franjas y ruedas grandes. Desde ya, los padres aclararon que tales desviaciones se debían a la negativa influencia que sobre Thiago ejercían los viejos y repetidos cuentos de su abuelo, a quien culparon como autor intelectual de tal conducta.
Pero de todos modos, en forma casi clandestina, el nieto siguió pidiéndole a escondidas al anciano que le contara más y más misteriosos relatos de aquellos tiempos en los que había sido joven. Una tarde de verano, incluso, a orillas del río Carabelas en el Delta, en unas vacaciones gasoleras, el abuelo le confesó a su nieto que cierta vez estuvo a punto de poder comprarse su añorada Chevy cero kilómetro, todo un lujo para la época, pero que por un fenómeno económico llamado “rodrigazo” o algo así, sus ahorros no fueron suficientes para tan noble fin. Años más tarde la General Motors se iría del país y el progresivo deterioro de la clase media hizo que ese sueño se volviera imposible.
Fue recién después de cumplir sus treinta años que Thiago pudo comprarse su cupé Chevy SS. Para ese entonces su abuelo ya no estaba. Muchos lo creyeron loco, dado que nadie querría un auto que tuviera prohibición de circular por su antigüedad y su peso, pero, lo cierto es que ni bien le dio arranque a su cuadriga legionaria, con esa soñada llave de cabeza rectangular, escuchó ese sonido que tanto tiempo había imaginado: el rugido cavernario del monstruo primitivo de la planta de San Martín. Y automáticamente vino a su cabeza como un flash parpadeante en película de súper 8, una secuencia de imágenes de un país que el mismo no había vivido: cientos de obreros sonrientes ajustando engranajes y apretando tuercas en prósperas fábricas, hileras interminables de Chevys y 400 saliendo de su planta de fabricación, trabajadores con sus familias festejando navidades con el aguinaldo recibido y el orgullo de ser parte del armado de esos símbolos de la Argentina industrial. Todo ello, claro, fue antes de la partida de las grandes empresas automotrices a San Pablo donde luego comenzaron a ensamblarse componentes sintéticos. Pero Thiago lo vio todo por un instante… alguien se lo habrá contado.
Paralelamente, y con el transcurso de los días, se vio presa de una extraña sintomatología psicosomática: si el auto estaba mal, él se sentía mal, y, por el contrario, si el auto funcionaba bien, él se sentía a pleno e inundado de una extraña sensación de felicidad.Habían pasado ya muchos años desde aquel domingo de la caravana del 2009, cuando la dictadura del plástico había sufrido su primera derrota a manos de los últimos patriotas acorazados en lo que luego se conocería como “La Batalla del Obelisco”, un festejo conmemorativo por los cuarenta años de la Chevy donde esas brutales máquinas de casi dos toneladas desplazaron a su paso a aquellos aterrados plásticos roedores, para saludarse luego fraternales con la caravana de Torinos que a su vez festejaban otro aniversario de su hazaña de Nûrburgring.
Pero Thiago había crecido bajo la influencia de almas superiores que le habían indicado el camino del guerrero. Y supo de combates donde los héroes daban sus vidas por una causa noble. Causas nobles… mística. El mundo necesitaba de eso quizá. Recordó que su abuelo cierta vez lo había llevado a uno de los últimos mágicos cines de Lavalle -antes de que terminaran de transformar esa calle luminosa en una feria de baratijas- para ver una película que contaba la historia de un grupo de Samurais, sostenedores de las viejas tradiciones del Bushido, que en el siglo XIX cargaron en forma suicida con sus katanas afiladas y sus armaduras reflejando el sol, contra el ejército del Japón moderno, infinitamente superior en número y provisto de armas automáticas norteamericanas.Había llegado el momento de librar pues, la segunda batalla. Sería una batalla personal. Su cruzada solitaria Una demostración a sí mismo y a quien lo viera y lo sintiera de que en otros tiempos hubo autos con leyenda propia que no merecían las rejas de la prohibición, sino la libertad. Saldría a las calles a hacer rugir su escape libre cuyo sonido clandestino era la salvaje voz recordatoria de algo que alguna vez se llamó Industria Argentina.
Dibujó su trayecto palmo a palmo sobre un mapa de la ciudad, sería el mismo camino de la caravana de aquel lejano 2009 sólo que esta vez el camino estaría teñido de ilegalidad. Llegaría hasta donde pudiere, hasta donde las fuerzas policiales lo intercepten, lo bloqueen, lo detengan. Pero cada metro recorrido sería un logro dedicado a todos aquellos que soñaron y vivieron aquellas naves.
Planificó su aventura durante semanas, hasta que la noche anterior a su odisea se fue a dormir en silencio, preguntándose aún si su mensaje tendría algún receptor en un mundo sin lugar para utopías. Esa noche se desató una feroz tormenta eléctrica, donde los dioses del trueno le recordaron que ya era tarde para echarse atrás y le confirmaron su misión. Al despertarse a las siete aún lloviznaba y la mañana era gris y llena de fantasmas. El trailer que llevaría su Chevy hasta Parque Roca –su punto de partida- llegó puntual e hizo lo suyo sin que Thiago contestara demasiadas preguntas. Una vez que depositaron la cupé junto a la vereda, mientras el transporte se alejaba, Thiago se sentó en su butaca y se aferró al volante mientras las últimas gotas comenzaban a secarse sobre el casco del auto. Miró la recta que lo llevaría a la autopista desde donde trataría de alcanzar la 9 de Julio. Imaginó al Obelisco guiñándole su ojo de cíclope. Imaginó a su abuelo habilitándole la línea de largada. Giró la llave, una primer acelerada en punto muerto y el 250 sonó afinado y aplastante como ópera Wagneriana. Embrague a fondo, primera y a la carga. ¡Banzai!
La Chevy salió derecha y en cuestión de segundos alcanzó la autopista a la vez que las cámaras de seguridad comenzaron a seguir su recorrido y los sensores de vibración asfáltica alertaban los móviles policiales: un vehículo peligroso se encontraba circulando. Enseguida varios patrulleros de propulsión eléctrica y forma esférica transparente se le pusieron a la par por el carril de la derecha haciéndole amenazadoras señales lumínicas y sonoras que Thiago fingía ignorar lanzado como autista kamikaze.En todos los canales televisivos y en Internet se transmitió en directo la persecución por la autopista donde los ágiles móviles policiales con forma de burbuja acrílica paulatinamente comenzaban a darle alcance e iban rodeando al último caballo criollo que resoplaba en su terminal galope de tracción trasera. Las hienas realistas al ruido de sus sirenas poco a poco fueron cercando al corcel de la planta de San Martín, mientras en sus hogares un país entero veía por TV como el establishment daba cacería a quienes se atreviesen a desafiarlo.
Así, totalmente cercada por delante y los costados, la Chevy de Thiago fue obligada a reducir su velocidad, y a paso de hombre descender de la autopista en la bajada de la 9 de Julio. La televisión mostraba el triste espectáculo del brioso clásico de seis cilindros encarando la avenida más ancha del mundo custodiado por decenas de sirenas luminosas que destellaban sobre las plásticas burbujas, a la vez que la voz en off del Jefe de Gobierno alardeaba en los canales de noticias respecto de la eficiencia del sistema de cámaras y móviles de seguridad urbana.El descenso en la 9 de Julio no fue como Thiago lo había imaginado. Frente a los flashes de la prensa la Chevy fue escoltada hasta la intersección con la avenida Independencia donde aún mas patrulleros transparentes la aguardaban en forma de semicírculo con el tránsito cortado, para finalmente darle la orden de detenerse en medio de la avenida donde el Chevrolet quedó rodeado por medio centenar de vehículos de seguridad que no cesaban en sus destellos luminosos, al tiempo que se le labraba una blasfema acta infraccional que era leída por altoparlantes.
Por orden de las autoridades esa triste imagen de prevención general se mantuvo durante minutos y minutos para que la ciudad y el país la vieran y quizá sirviere de escarmiento popular. Sistemático escarnio público. La feroz cupé ya inmóvil rodeada por los autómatas esbirros que miraban las cámaras con expresión de deber cumplido, recordó a más de uno la última imagen de aquel joven guerrillero yaciente en un camastro de Bolivia franqueado por uniformados. El rebelde había sido capturado…Pero repentinamente los sensores de vibración instalados bajo el asfalto de toda la zona céntrica se pusieron en rojo, y tal como hacía años la ciudad comenzó a temblar, otra vez los edificios comenzaron a temblar. Una atronadora sinfonía guerrera de furiosos escapes comenzó a oírse cada vez mas cerca a la vez que la temperatura del pavimento de la 9 de Julio levantaba temperatura. Cuando los confundidos policías y periodistas miraron hacia sus costados los vieron llegar desde todos los ángulos de ataque. Y allí lo entendieron todo. La batalla, lejos de haber finalizado, apenas comenzaba. La prolongada transmisión televisiva había movilizado sentimientos y corazones en llamas. La blitzkrieg se había desatado. Rock’n’roll.
Por la avenida, desde Barracas, las columnas de chivos con sus parrillas rectilíneas se veían cada vez más cerca. Eran cientos. La metálica caballería había despertado. Pero eso no era todo: por Independencia, desde el río, se vio llegar al ejército de los Torinos que con banderas argentinas hacían tierra arrasada con aquello que pisaran. En tanto desde el norte por 9 de Julio aparecieron increíblemente los Falcon, otrora rivales naturales de las Chevys, reagrupados ahora en el histórico rescate. Los halcones estaban allí, cuestión de códigos. Por último y en contramano por Independencia desde Entre Ríos, nada que pretendiera quedar con vida se ponía en el camino de los blindados carneros de Dodge, que con un Coronado a la cabeza encararon a los patrulleros con destino de colisión.
En esa instancia fue que Thiago advirtió en el habitáculo de su cupé que no estaba solo, que a su lado su abuelo estaba sentado a modo de copiloto, y mirándolo a los ojos lo escuchó decir una vez más: “Sabía que volverían”.
La ciudad nunca había visto un espectáculo semejante. Las cámaras televisivas no paraban de transmitir. El personal policial abandonó sus luminosas burbujas de plástico antes de que éstas estallaran en pedazos al ser embestidas por los cromados hierros setentistas, y fue hasta irónico ver volar por los aires inútiles airbags con los que los carros de combate multimarcas parecían jugar a modo de infantiles globos de kermesse. Seguridad garantizada del habitáculo, claro.Como consecuencia de los brutales impactos el asfalto de la 9 de Julio quedó poblado de incontables restos plásticos que al día siguiente serían prolijamente removidos por el servicio municipal de limpieza urbana.
Viéndose liberado de su cerco electrificado, Thiago miró a su alrededor y entre los sintéticos cadáveres fragmentados de los móviles carceleros, vio a su ejército victorioso, esos rostros desconocidos por el hasta ahora, pero que entendieron su mensaje y no le habían fallado. Hubo un instante de silencio con un colectivo cruce de miradas y entonces no hizo falta decir nada. Y a modo de festejo todos los motores de seis y ocho cilindros comenzaron a rugir acelerando en sus lugares, y las carrocerías –brillantes algunas, oxidadas otras- vibraban por tanta feroz potencia contenida por tanto tiempo. Entonces la victoriosa armada de la nostalgia se ordenó y en caravana desfiló hacia el Obelisco que parecía inclinarse para saludar a viejos conocidos.
El espectáculo del desfile de la victoria por 9 de Julio y Corrientes sería recordado por muchos años, y hasta el propio Jefe de Gobierno, ante la presión popular, lejos de sancionar a los responsables de los destrozos, cambió repentinamente su postura y declaró a la marcha “de interés cultural”.
La columna de crónicas urbanas de un diario independiente señalaría al día siguiente de esos episodios: “No se saben las causas, pero debemos admitir la existencia de ciertos grupos clandestinos que, a partir de su pasión por estos autos, forjan amistades más fuertes que cadenas de acero y que, por el mero hecho de compartir esa adicción, agrupan a personas de distintas edades y niveles de formación para celebrar el ritual de armar y reparar estos vehículos de otros tiempos. Se desconoce cuándo podrían volver a atacar. Ampliaremos”.

3 comentarios:

  1. Muy pero muy bueno, me metí tanto en la historia... Me emocioné cuando llegaron los Falcon, qué buena historia.
    Aguanten nuestros fierros viejos!

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  2. Una historia que emociona , que parece ser creado para que los sueños de muchos se hagan realidad, la hermandad de los soñadores, de los modernos guerreros de carretera. Para no olvidar.

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  3. Qué historia! me metí tanto en el relato que me subí imaginariamente a mi viejo fierro y ayudé en la lucha , y hasta me sentí orgulloso cuando desfilamos alrededor del obelisco venciendo a los malditos plásticos , qué fiesta! Seguí dándonos estas emocines, no pares! te banco a muerte.

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