
“Si un hombre aspira a una vida correcta, su primer acto de abstinencia es el de lastimar animales” (LEON TOLSTOI)
La página 33 del diario Clarín del 12 de agosto de 2010 traía la noticia ilustrada por la foto de un felino rugiente: “El Ministerio de la Producción de la Provincia de Río Negro ofrecerá 500 pesos por cada ejemplar de puma muerto, debido a que estos animales provocan daños importantes a la ganadería ovina y vacuna”. El artículo del matutino ampliaba la información agregando: “El Director General de Ganadería señaló que los Gobiernos de Chubut y Santa Cruz ofrecen recompensas aún mayores por su caza” y “…los propios ganaderos son los primeros interesados en terminar con esta plaga predadora de ovejas”.
Así, las autoridades gubernamentales, de común acuerdo con el sector de productores de ganadería sellaron un oscuro pacto decidiendo el aniquilamiento del viejo “León Americano”, dueño antiguo de las Pampas, que, agazapado en la oscuridad, ignora la promulgación de la siniestra normativa que ahora dictó su sentencia de muerte por afectar intereses comerciales.
Le han puesto precio a tu cabeza, puma legendario, como en el viejo oeste norteamericano, bajo tu retrato un grupo de obesos burócratas asociados a millonarios hombres de negocios, han colgado la leyenda de “BUSCADO”. Más vale que te ocultes ahora, viejo cazador de la estepa y del monte. La norma no excluye hembras ni crías. Los muy cobardes saldrán a buscarte con armas a repetición y miras nocturnas. Y ellos cazan por dinero.
Déjame hacer un fuego bajo las estrellas de esta noche, y contarte algunas historias antes de que ellos vengan por ti, hermano puma (como podría llamarte el joven de Asís). Los de mi raza dicen que soy buen narrador. No se si sea cierto, pero quizá te ayude a aplacar un poco los nervios entre los grillos y búhos de esta deliciosa oscuridad.
Por motivos fáciles de adivinar, los políticos de turno siempre han tenido una marcada preferencia por los rebaños en detrimento de los espíritus libres de los verdaderos aventureros como vos. Los rebaños son fáciles de manejar, como los autos modernos. Las ovejas que los integran se pueden dominar fácilmente haciendo que vayan en tal o cual dirección. Son muchas, todas iguales y se pueden guardar a presión, comprimidas en un corral cuando su dueño lo decide. Son baratas de alimentar, nunca se revelan, agachan la cabeza y comen siempre las mismas pasturas.
Esas ovejas son tantas y tan parecidas que hasta resulta difícil diferenciar una de otra. Se las saca a pastar todas las mañanas para volverlas a guardar en sus corrales al caer el sol.
¡Pero vos sos tan distinto, querido puma! A través de los siglos nunca dejaste de ser salvaje. El hombre jamás pudo domesticarte. Siempre fuiste una amenaza para los rebaños, cuyos dueños se estremecen al ver tus huellas frescas cerca de sus propiedades. Nadie te quitará nunca tu libertad. Y por sobre todas las cosas, tienes la energía, la fortaleza y la ferocidad necesarias para la más sagrada de las misiones: la cacería nocturna, esa que tanto nos apasiona.
Debes saber, desde ya, que no todos los humanos somos iguales a esos que hoy te persiguen, así que no me consideres tu enemigo. De hecho puedo contarte que conozco grupos de soñadores apasionados por una ilusión. Luchadores incansables y aventureros cultores del viejo rito de la amistad, que salen totalmente del molde del cual salieron los mediocres que ahora vienen a cazarte.
Como recordarás, hace algunas décadas, estas rutas eran surcadas por autos que parecían salidos de un fantástico sueño. Majestuosas naves como el Kaiser Carabela dejaban una estela de magia a su paso por estos caminos con sus líneas sobrenaturales. Chevys de dos y cuatro puertas con amarillos canarias y rojos mandarines iban y venían como flechas con sus bajadas en forma de fastbacks. Fabulosos Falcons de redondos faros y parrillas cromadas cortaban el viento de las Pampas en trazos infinitos. Y una aventura producto de un sueño acelerado con varios carburadores, hacía kilómetros e historia, su nombre: Torino.
Todos ellos, mi amigo, al igual que vos, rugían. Y ese rugido gritaba la proclama patriótica de una vieja canción de valientes: libertad, libertad, libertad.
Desde hace décadas ya habrás notado que casi no se escuchan esos rugidos. Solo las ovejas, solo las ovejas. Esas que no tienen garras, ni colmillos, ni violentos paragolpes de hierro, ni chasis en forma de “H” o de araña, ni cromadas parrillas, ni el espíritu del cazador, ni seis cilindros, ni el aliento agitado del perseguidor de asustadas presas, ni tonelada y media de puro metal, ni los recuerdos de inolvidables cacerías.
¿Así que ahora los muy cobardes pagan por cada puma muerto? Déjalos entonces acercarse y afilemos nuestras garras sobre alguna piedra para el zarpazo yugular de quien sabe pelear en la distancia corta. Esa en la que pelean solo los bravos.
Hoy vienen por ti, mañana quizá lo hagan por mí o por mi carro de combate, que tanto los asusta. Los asusta la fuerza, lo salvaje, el alma del predador que ellos no tendrán jamás.
Vos y yo hemos visto aparecer y morir tantas ovejas a esta altura. Y ya nadie las recuerda, ya sea que estén cubiertas de lana o plásticas carrocerías.
Así que sigamos avivando el fuego en esta noche de estrellas silenciosas y recordemos otras historias de tus cacerías…y de las mías. Antes de que los puntos rojos de las miras se posen sobre nosotros.
Lamento mucho que ahora quieran exterminarte, como alguna vez también lo hicieron con los indios que poblaban estas mismas tierras para luego subdividirlas y repartirlas entre los ancestros de quienes hoy pusieron precio a tu cabeza.
Por último, solo me queda agradecerte, mi “amigo puma”, como alguna vez cantara un ídolo popular de la zona sur. Agradecerte nunca haber cambiado, aunque ello te haya llevado a esta blasfema sentencia de muerte con un precio por tu cabeza. Porque tu nunca perteneciste a esos rebaños que aún sigues atacando.
Si algún día o alguna noche llego a verte con mi Chevy al costado de una ruta de esta Pampa silenciosa, no temas. Solo pararé para hacerte luces a modo de saludo respetuoso y continuar mi camino. Tú sigue con tu leyenda, yo seguiré con la mía.
CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH
La página 33 del diario Clarín del 12 de agosto de 2010 traía la noticia ilustrada por la foto de un felino rugiente: “El Ministerio de la Producción de la Provincia de Río Negro ofrecerá 500 pesos por cada ejemplar de puma muerto, debido a que estos animales provocan daños importantes a la ganadería ovina y vacuna”. El artículo del matutino ampliaba la información agregando: “El Director General de Ganadería señaló que los Gobiernos de Chubut y Santa Cruz ofrecen recompensas aún mayores por su caza” y “…los propios ganaderos son los primeros interesados en terminar con esta plaga predadora de ovejas”.
Así, las autoridades gubernamentales, de común acuerdo con el sector de productores de ganadería sellaron un oscuro pacto decidiendo el aniquilamiento del viejo “León Americano”, dueño antiguo de las Pampas, que, agazapado en la oscuridad, ignora la promulgación de la siniestra normativa que ahora dictó su sentencia de muerte por afectar intereses comerciales.
Le han puesto precio a tu cabeza, puma legendario, como en el viejo oeste norteamericano, bajo tu retrato un grupo de obesos burócratas asociados a millonarios hombres de negocios, han colgado la leyenda de “BUSCADO”. Más vale que te ocultes ahora, viejo cazador de la estepa y del monte. La norma no excluye hembras ni crías. Los muy cobardes saldrán a buscarte con armas a repetición y miras nocturnas. Y ellos cazan por dinero.
Déjame hacer un fuego bajo las estrellas de esta noche, y contarte algunas historias antes de que ellos vengan por ti, hermano puma (como podría llamarte el joven de Asís). Los de mi raza dicen que soy buen narrador. No se si sea cierto, pero quizá te ayude a aplacar un poco los nervios entre los grillos y búhos de esta deliciosa oscuridad.
Por motivos fáciles de adivinar, los políticos de turno siempre han tenido una marcada preferencia por los rebaños en detrimento de los espíritus libres de los verdaderos aventureros como vos. Los rebaños son fáciles de manejar, como los autos modernos. Las ovejas que los integran se pueden dominar fácilmente haciendo que vayan en tal o cual dirección. Son muchas, todas iguales y se pueden guardar a presión, comprimidas en un corral cuando su dueño lo decide. Son baratas de alimentar, nunca se revelan, agachan la cabeza y comen siempre las mismas pasturas.
Esas ovejas son tantas y tan parecidas que hasta resulta difícil diferenciar una de otra. Se las saca a pastar todas las mañanas para volverlas a guardar en sus corrales al caer el sol.
¡Pero vos sos tan distinto, querido puma! A través de los siglos nunca dejaste de ser salvaje. El hombre jamás pudo domesticarte. Siempre fuiste una amenaza para los rebaños, cuyos dueños se estremecen al ver tus huellas frescas cerca de sus propiedades. Nadie te quitará nunca tu libertad. Y por sobre todas las cosas, tienes la energía, la fortaleza y la ferocidad necesarias para la más sagrada de las misiones: la cacería nocturna, esa que tanto nos apasiona.
Debes saber, desde ya, que no todos los humanos somos iguales a esos que hoy te persiguen, así que no me consideres tu enemigo. De hecho puedo contarte que conozco grupos de soñadores apasionados por una ilusión. Luchadores incansables y aventureros cultores del viejo rito de la amistad, que salen totalmente del molde del cual salieron los mediocres que ahora vienen a cazarte.
Como recordarás, hace algunas décadas, estas rutas eran surcadas por autos que parecían salidos de un fantástico sueño. Majestuosas naves como el Kaiser Carabela dejaban una estela de magia a su paso por estos caminos con sus líneas sobrenaturales. Chevys de dos y cuatro puertas con amarillos canarias y rojos mandarines iban y venían como flechas con sus bajadas en forma de fastbacks. Fabulosos Falcons de redondos faros y parrillas cromadas cortaban el viento de las Pampas en trazos infinitos. Y una aventura producto de un sueño acelerado con varios carburadores, hacía kilómetros e historia, su nombre: Torino.
Todos ellos, mi amigo, al igual que vos, rugían. Y ese rugido gritaba la proclama patriótica de una vieja canción de valientes: libertad, libertad, libertad.
Desde hace décadas ya habrás notado que casi no se escuchan esos rugidos. Solo las ovejas, solo las ovejas. Esas que no tienen garras, ni colmillos, ni violentos paragolpes de hierro, ni chasis en forma de “H” o de araña, ni cromadas parrillas, ni el espíritu del cazador, ni seis cilindros, ni el aliento agitado del perseguidor de asustadas presas, ni tonelada y media de puro metal, ni los recuerdos de inolvidables cacerías.
¿Así que ahora los muy cobardes pagan por cada puma muerto? Déjalos entonces acercarse y afilemos nuestras garras sobre alguna piedra para el zarpazo yugular de quien sabe pelear en la distancia corta. Esa en la que pelean solo los bravos.
Hoy vienen por ti, mañana quizá lo hagan por mí o por mi carro de combate, que tanto los asusta. Los asusta la fuerza, lo salvaje, el alma del predador que ellos no tendrán jamás.
Vos y yo hemos visto aparecer y morir tantas ovejas a esta altura. Y ya nadie las recuerda, ya sea que estén cubiertas de lana o plásticas carrocerías.
Así que sigamos avivando el fuego en esta noche de estrellas silenciosas y recordemos otras historias de tus cacerías…y de las mías. Antes de que los puntos rojos de las miras se posen sobre nosotros.
Lamento mucho que ahora quieran exterminarte, como alguna vez también lo hicieron con los indios que poblaban estas mismas tierras para luego subdividirlas y repartirlas entre los ancestros de quienes hoy pusieron precio a tu cabeza.
Por último, solo me queda agradecerte, mi “amigo puma”, como alguna vez cantara un ídolo popular de la zona sur. Agradecerte nunca haber cambiado, aunque ello te haya llevado a esta blasfema sentencia de muerte con un precio por tu cabeza. Porque tu nunca perteneciste a esos rebaños que aún sigues atacando.
Si algún día o alguna noche llego a verte con mi Chevy al costado de una ruta de esta Pampa silenciosa, no temas. Solo pararé para hacerte luces a modo de saludo respetuoso y continuar mi camino. Tú sigue con tu leyenda, yo seguiré con la mía.
CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH