“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y como el aire.” (Jorge Luis Borges –Fervor de Buenos Aires-)
La juzgo tan eterna como el agua y como el aire.” (Jorge Luis Borges –Fervor de Buenos Aires-)
No tiene lógica que ese tipo que vende mochilas, bolsos y camperas
militares en el pasaje subterráneo que va por debajo del obelisco siga allí,
con su mismo puesto con su misma mercadería sin haber envejecido luego de
tantas décadas.
A comienzos de mi secundaria, allá por el ’82, recuerdo que veía a
los pibes más grandes y cancheros que yo, en mi colegio, el Pueyrredón de San
Telmo, que en lugar de llevar sus libros y carpetas en la mano o en algún portafolios, llevaban “morrales” colgando de un hombro en forma vertical (y no
como los malditos posers palermitanos
de hoy, que lo llevan cruzado). Por lo general eran de color verde oliva, y
cuanto más gastados y garabateados con nombres de bandas de rock, escritos en
birome, mejor. Así que no tuve mucho que pensar, y para no ser menos, decidí
obviamente que yo debería tener mi propio morral, y me lo fui a comprar a la
galería subterránea de la 9 de Julio donde el vendedor era justamente este
sujeto de aspecto tan extraño. El tipo parecía una versión siniestra de Larry,
aquel de los tres chiflados, semicalvo y con dos matas de rulos a los costados
de la cabeza como payaso psycho killer. No sonreía ni tenía expresión en
los ojos, y para hablar movía su boca pequeña sin gesticular, con la mirada
perdida como si estuviese repitiendo un libreto de venta de su mercadería, pero
con sus pensamientos en otro lado. Todo eso nos llamó la atención a mí y también a mi compañero de banco del cole, el
gordo Fernando, que me acompañó y se compró también su propio morral. Era fácil
imaginar a aquel puestero con su cara pintarrajeada como un clown decadente y
blandiendo un cuchillo o algún otro elemento punzocortante. Pero, en fin,
tomamos nuestros nuevos morrales vacíos y salimos de la galería bajo el
asfalto, subiendo por la escalera de Carlos Pellegrini, en cuya desembocadura
en aquel entonces se encontraba el inolvidable Supermercado del Disco, un
fantástico megalocal donde vendían vinilos y casetes, y tenían todas las
novedades de aquello que alguna vez se llamó “industria discográfica”.
Luego caminamos por Lavalle, y con las pocas monedas que nos
quedaban hicimos una vaquita para comprar unas “frenys” en Pumper Nic, mientras
discutíamos acerca de si Queen era o no, mejor que Kiss, y viceversa. No nos
pusimos de acuerdo (los fans de Kiss nunca aprenderán). Éramos libres y felices.
Y teníamos nuestros morrales.
Desde entonces y a través de los años, camino a diario por esa zona
de la ciudad, pasando siempre por la vieja galería subterránea que conecta
Pellegrini con Cerrito, y el mismo tipo sigue allí, inmutable e inalterable al
tiempo con su rostro inexpresivo y su mirada en la eternidad. Con los años
comencé a descubrir, en mi andar de rata de microcentro, que ese no era el
único personaje inmune al paso del tiempo que circundaba el área del obelisco,
también está el mozo de cara redonda del bar “La Estrella” de Maipú esquina
Lavalle, o los viejos expertos lustrabotas de la casa de lustre “Argento” de la
calle 25 de mayo (que siempre fueron viejos). Ellos y algunos más, todos con
sus ojos en el vacío, quizá de alguna época en la cual se quedaron para no
cambiar jamás.
De todos estos extraños seres, quizá el más
llamativo y accesible al diálogo, es ese al que apodan “El Mago”, un tipo con
todo su cuerpo y cara tatuados, de contextura pequeña y pelado, lleno de piercings y cuanta modificación corporal
uno pueda imaginarse que trabaja justamente y según siempre dijo, de tatuador,
y a quien se puede ver a menudo por las galerías de Lavalle en su tramo
peatonal. En una época hablábamos seguido, incluso cuando viví en Mar de Plata
en los noventas, el tipo también estuvo un tiempo allá en La Feliz, escapando
de algo que oportunamente me contó y no viene al caso revelar ahora. Meses
atrás, yo volvía de una cena un jueves a la noche –casi medianoche- y me lo
encontré caminando solo por Carlos Pellegrini, desde Viamonte y en dirección al
obelisco, la vereda estaba desierta, y las luces de neón destellaban en la
avenida. Me le puse a la par y le dije: “Hey, Mago”, y el tipo se dio vuelta.
No sé si me reconoció o si me saludó de compromiso atento a que lo llamé por su
apodo, y me dice: “Hola, ¿Cómo andás?”, “Todo bien”, le contesto, “volviendo a
casa”. “Y si, mañana hay que laburar” me
agrega, “Pero estoy apurado”, dice acelerando el paso, como queriendo
despegarse. Percibí que mi presencia lo incomodaba, así que me despedí de él y
fingí que doblaba por Tucumán a la izquierda.
Luego retomé unos pasos, y al asegurarme de que no miraba para
atrás, lo seguí, pero a una distancia en la que él no pudiera verme, y así
amparado en la noche, fui tras sus
pasos. Cruzó la 9 de Julio, y caminó media cuadra por Corrientes hasta el bar “El
Vesuvio”. Entró. Tras él, entré yo. Como siempre el Vesuvio estaba abierto e
iluminado, vi como los mozos lo saludaban con la cabeza y le daban paso para
que subiera al piso de arriba. Conmigo no fue igual, cuando yo entré los camareros
me miraron como para que me siente en alguna de las mesas de la planta baja (es
sabido que ese bar solo tiene mesas abajo dando a la calle, y arriba solo están
los baños y un gran salón vacío). “Paso al baño y ya vuelvo. Te encargo un café
en jarrito” le dije al mozo que se me acercó. Con un gesto desconfiado, el
mozo, aceptó. Subí rápido y llegué a ver que el Mago en el primer piso se metía
por una puertita al costado de los baños. Todo lo que hay en esa planta son
mesas y sillas arrumbadas y una orquesta inmóvil de muñecos que representan a
figuras emblemáticas del tango como Gardel o Troilo con su bandoneón. Sin
dudarlo esperé unos segundos y atrás me metí yo por la misma entradita por
donde mi perseguido acababa de pasar. Solo había un pasillo oscurísimo y
estrecho. Nada se veía, ni el Mago, ni el final del corredor. Solo oscuridad.
Cerré la puerta a mis espaldas. Tengo mi experiencia en lugares oscuros y me sé
esa técnica de cerrar los ojos y contar hasta diez. Lo hice, y al abrirlos pude
ver algo mejor pero en penumbras. Caminé y caminé con las yemas de mis
dedos tocando las paredes a mis costados,
hasta que de repente del lado derecho percibí que la larga textura del corredor
se interrumpía por la madera de una puerta. Tanteé en la oscuridad y al
encontrar el picaporte lo giré y entré. Allí, había una escalera descendente
algo más iluminada que me llevó hasta otra puerta, a la cual a medida que me
acercaba iba escuchando ya los sonidos de la avenida. Al llegar a esa puerta
pasé y salí a la 9 de Julio nuevamente. Llegué a la vereda y allí parado vi que
algo había cambiado, o todo.
En el medio de la avenida no estaba el amarillo Metrobús, sino que
por el contrario había frondosos árboles que daban un halo de misterio a la
noche. Miré al obelisco y no tenía rejas que lo rodeasen, y agudizando la vista
en dirección a Corrientes logré ver las marquesinas de los teatros que anunciaban
el estreno de una puesta en escena rutilante con el Negro Olmedo en el rol
central: “El Manosanta está cargado”. Algunos taxis eran Falcon, otros eran
Peugeot 404, y se podía escuchar que al acelerar sonaban como autos verdaderos.
Caminé unos metros hasta la entrada del Hotel República por Cerrito, y allí lo
vi al Mago nuevamente, mirándome fijo con una sonrisa burlona. “Sabía que me
venías siguiendo”, me dijo. “Y te dejé llegar hasta aquí. Sabía que no me
defraudarías”, agregó. “Hay una Buenos Aires que viviste, y otra que imaginaste
o quizá soñaste. Bienvenido. Este lugar no es para cualquiera”. El mago hablaba
y los tatuajes de su cara parecían cobrar vida. Y siguió: “Un amigo tiene algo
para vos”. Desde el Hotel República, salió entonces aquel vendedor de bolsos
del pasaje subterráneo, quien se me acercó con gesto cómplice con un paquete de
papel envolviendo algo. Vi sonreír a ese tipo por primera vez en mi vida. “Esto
es para vos” me dijo con su cara de Larry. Y me entregó un misterioso regalo,
cuyo envoltorio de papel rompí en cuestión de segundos. Allí había un morral
idéntico a aquel que tuve en mis años de secundaria. Al agarrar mi presente
escuché que algo tintineaba allí dentro. Lo abrí, y había un juego de llaves de
un auto. Me quedé perplejo, y vi como el Mago y el vendedor de morrales me
saludaron con la mano y se alejaron por la avenida perdiéndose en la oscuridad.
Allí estaba yo, parado junto al cordón de la vereda de una extraña
avenida 9 de Julio con un morral colgado del hombro y unas llaves en la mano,
cuando escuché el sonido de un motor americano a mis espaldas y enseguida una
frenada justo al lado mío. Me di vuelta para ver que sucedía, y pegado a mí en
la entrada para autos del Hotel, acababa de estacionar una cupé Chevrolet ’51
color negra con todos sus cromados intactos. Del auto se bajaron dos viejos
personajes conocidos para mí: los lustrabotas de la casa Argento. El que estaba
del lado del conductor dejó su puerta abierta, diciéndome: “Esta es tu noche
pibe”, y también se alejaron entre las luces de la avenida. Inmediatamente y
con las llaves que tenía en mi mano derecha, entré al auto, y en efecto, las
llaves eran las indicadas: medio giro de tambor, una acelerada en punto muerto
y arrancó como coche nuevo.
Esa noche recorrí Buenos Aires en una cupé Chevrolet 1951. Pasé por
el Gran Rex y se anunciaba un show de Soda Stereo presentando “Sueño Stereo”,
bajé hasta Barracas y vi a los compadritos en la vereda de sus patios tangueros
mirarme desafiantes, retomé por la Manzana de las Luces y vi elegantes damas
con vestidos largos subirse a carruajes tirados por caballos de crines
impecables, doblé por Arroyo y lo vi a Ringo Bonavena en la puerta de Mau Mau,
paré a tomar un trago en la barra del Morocco y finalmente, al salir el sol me
fui a desayunar al Open Plaza.
Luego ya con la luz del día, volví con mi cupé 51, esa que muchas
veces había soñado, y la estacioné de
nuevo en la puerta misma del hotel República. Allí la dejé cerrada, pero me
quedé con mi morral y con las llaves de ese auto con el que me habían honrado
aquellos ciudadanos ilustres fuera de tiempo. Y me volví caminando hasta esa
pequeña puerta que, a través de pasillos oscuros me devolvió al primer piso del
bar El Vesuvio. Allí seguía la inmóvil orquesta fantasma y, escaleras abajo,
era una mañana común y corriente. Los mozos me saludaron, y mientras salía uno
de ellos me dijo: “Queda pendiente el café en jarrito”. Detrás de la barra de
esa cafetería, vi una foto-collage en blanco y negro en la cual entre infinitos
rostros me sonreían Pepitito, Tita Merello y Minguito. Al salir a la calle,
todo era normal, con taxis Voyage silenciosos, Metrobús y sin carteles de espectáculos
que valiesen la pena.
Conozco un pasaje clandestino, que me conecta con otra Buenos Aires.
De vez en cuando en noches de luna llena, suelo escaparme por esa puerta oculta
por la que pasan algunos personajes urbanos fuera de tiempo. A pocos metros de
allí me espera un auto legendario en el cual puedo pasear por una ciudad
eterna.
Recomiendo de tanto en tanto, darse una vuelta por el bar El Vesuvio
para tomarse un café comprendiendo ahora, los códigos que encierran su mural de
fotos y sus músicos inmóviles. Y claro, disimuladamente, escaparse un rato por
la puerta secreta subiendo las escaleras. No teman a la oscuridad.
CESAR
RODRIGUEZ BIERWERTH
Qué gran historia! Espero algún dia encontrar esa puerta secreta, y viajar en el tiempo hacia los seres y lugares que amo y ya no existen en este mundo, ahora ya se adónde recurrir!!!Gracias por tu derroche de pasión, sensibilidad y talento!
ResponderEliminarMe encantó!!! Tu poder descriptivo me hizo entrar en ese pasadizo secreto... Gracias!!! Nos invita a recuperar la esencia....
ResponderEliminarExcelente como siempre Cesar, que lindo soñar con una Buenos Aires que alguna vez fue, la hermosa perla del Atlantico. Me cruzo al Mago por Lavale bastante seguido, creo que se que hacer la proxima jjaja
ResponderEliminarabrazo
Ciudad magica y eterna... Buenos aires tan mistica y llena de encanto... Cesar es increible como atrapan tus relatos, te dan la sensacion de estar en esos lugares tan emblematicos y tener enfrente a personajes que ya son parte de la ciudad, que quienes la conocemos sabemos que es tan distinta entre el dia y la noche... Saludos y felicitaciones! Pronto espero coordinar para tener en mis manos la ruta de los inmortales!
ResponderEliminarCuentazo! Me lo hiciste vivir! Grande man!
ResponderEliminarUn cuento que te atrapa y te hace olvidar de tu realidad mientras dura la aventura , entrás en la historia y te olvidás de todo lo que te rodea. te felicito Cesar, Gabriel, de Balvanera.
ResponderEliminarMuy bueno, amigo! felicitaciones , escribís muy bien, entro en tus cuentos y me parece que estoy ahí es muy emocionante.Abrazo. Martín , de Sarandí.
ResponderEliminarGrande maestro! Otra de tus obras, cada vez mejor. Manuel "Tata" , de Capital.
ResponderEliminarMuy buena tu historia, siempre me hacés sentir que estoy ahí, te felicito, y dale para adelante.Darío , desde Córdoba capital.
ResponderEliminarMe gustó mucho este cuento, emocionante! Adriana de Santos Lugares.
ResponderEliminarVamos hermano, cada vez mejor, muy buen cuento, entré en ese lugar , tus historias me emocionan.Saludos desde Burzaco. Tomás.
ResponderEliminarQué buena tu historia, yo quería decirte que me pareció entrar en tu cuento y estar ahí, pero leo los otros comentarios y todos te dicen eso, así que si es lo que querías lograr lo conseguiste! Nos llevaste a vivir tu aventura, y fue muy bueno. Gracias amigo. Jorge , de Parque Patricios.
ResponderEliminarMe llamo Bruno, siempre leo tus cuentos, soy de la argentina tierra adentro, del costado Norte, muy buenas tus historias, tengo una consulta, al vesuvio lo conocí una tarde paseos, pero en un cuento que si mal no recuerdo se llama "atrapasueños" mencionas un bar que se llama "Roma". Puede ser que ese bar este cerca de caminito?
ResponderEliminarHola.i. Si, el bar Roma al que hago referencia en Atrapasueños queda en La Boca a 2 cuadras de Caminito, donde yo viví muchos años. Un saludo.
EliminarOtra historia tuya, capo, te felicito, siempre te sigo, mis cuentos favoritos son No hay Hoteles en Tortugas, La noche del Impala, El inglés, El auto fantasma, y Charla con un puma. Ahora agrego a mis favoritos esta maravilla que es Vesuvio. Todos los que caminamos Buenos Aires y la tenemos en el corazón, entendemos esta historia, los personajes , todo. Un abrazo.Que tengas mucho éxito porque te lo merecés. Domingo, de capital.
ResponderEliminarQué bueno este cuento, tus cuentos son Buenos Aires hermano, vos sos Buenos Aires, yo sigo tu blog desde hace mucho y te vi en tus videos en Londres, en Toledo, todo bien, pero donde ponés tu fuerza, tu alma, es Buenos Aires, es el centro, es calle Corrientes, es la Boca, es el Bar Roma, es el Vesuvio, somos nosotros, los que andamos por ahí, cada uno con su locura, me gusta leerte flaco, te felicito. Marcos , de Capital.
ResponderEliminarGracias, Marcos. Si, mis cuentos encuentran su inspiración en mi ciudad frecuentemente, ya que es donde crecí y donde vivo, y no importa donde vaya, Londres, México o la sierras de Córdoba, siempre será un porteño escribiendo sobre lo que vive en esos lugares.
EliminarExtraordinario tu cuento amigo, estuve en Buenos Aires y recorrí bastante, la calle Corrientes es impresionante , tiene ese clima que vos nos mostrás en tus historias, te sigo desde hace años! Te deso mucho éxito. Adrián, de Villa María , Córdoba.
ResponderEliminarGracias. Cada tanto me doy una vuelta por Villa María con mi Chevy. Tengo buenos amigos por allá. Saludos.
EliminarMuy bueno, tu cuento es capaz de transportarte, siempre me gustan tus historias y cada vez me gustan más.Gracias y te felicito.Pedro, de Remedios de Escalada.
ResponderEliminarME ENCANTÓ TU CUENTO. ESCRIBIS MUY BIEN. PURA MAGIA, LUCIANA.
ResponderEliminarComo siempre amigo , no me voy a dormir sin leer alguna de tus historias, como amante de los autos clásicos, tus cuentos son mis preferidos, especialmente Manifiesto, La Tercera Cruzada, El Escrito de Toledo, La noche del Impala, y todos me gustan , sinceramente, porque son muy buenos, y este último, genial, gracias por tanto tiempo que nos dedicás a tus lectores.Un abrazo desde Lomas. Atilio.
ResponderEliminarTu cuento, como siempre, tan bueno que lo volvés a leer , y te vuelve a emocionar, te felicito, seguí con estas historias que solamente vos podés escribir.Saludos, amigo, Gabriel, de Glew.
ResponderEliminarBuenísimo, pude entrar en tu cuento, y ahora espero el próximo, cada vez mejor, te felicito . Leonardo, de Capital.
ResponderEliminarDesde Colonia Caroya, Córdoba , un saludo y mis felicitaciones por este cuento tan bueno, que me trae recuerdos de mi visita a Buenos Aires y mis paseos por la calle Corrientes , tu cuento me trajo ese paisaje porteño a la memoria, muy interesante , me gustó y lo sentí. Me gustan mucho Manifiesto, Charla con un puma, La Tercera Cruzada, Atrapasueños, El Inglés, y El Escrito de Toledo, en verdad me gustan todos, y El Vesuvio, una historia diferente, muy buena que siempre querés leer una vez más. Te deseo todo el éxito que merecés por ser un escritor , para mi, único.Abrazos amigo! Cayetano.
ResponderEliminarDesde Lomas, un abrazo y mi admiración por este cuento increíble, El Vesuvio. Un acierto la foto que publicaste con el mozo, un verdadero personaje , Felicitaciones. Carlos .
ResponderEliminarSiempre cada cuento tuyo , una sorpresa y una emoción, felicitaciones, y con la foto con el mozo, completaste esa sensación entre la realidad y lo soñado, esa foto vale oro! Abrazo , Diego , de Capital.
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