El Rambler Ambassador negro
estaba estacionado sobre la calle Salguero frente a la torre de
departamentos del 470 con sus luces
apagadas en esa fría noche de domingo. Su único ocupante sentado en silencio
tras el volante tenía su mirada clavada en el ventanal del segundo piso a la
calle de aquel edificio donde podía observarse un luminoso living bien
amoblado en el cual una bella mujer en sus cuarentas jugaba con sus dos
pequeños hijos, en tanto su marido entraba y salía de la escena hablando con un
teléfono inalámbrico como recorriendo los ambientes de la casa de punta a
punta.
Juan puso un cassette TDK en el estéreo del Rambler y
comenzó a sonar “Repetition” de Information Society. Volvió a dirigir su mirada
hacia aquel living donde ella jugaba con los niños en un clima mucho más cálido
y acogedor que el de la calle y suspiró: “Julieta, te dedico nuestra canción,
la que tanto escuchábamos en esta misma cinta, en este mismo auto”. Pero la
bonita dama del living no podía escucharlo. Ni a él, ni a su viejo tema
musical.
Entonces Juan se dijo a sí mismo: “Todo en orden esta
noche, tengo otras cosas que hacer”. Dio arranque a su motor Tornado y salió
rumbo al Obelisco, atravesando las luces cómplices de la noche más melancólica
de la semana, tomando por Corrientes, para no sentirse tan solo. “La avenida
Corrientes nunca me abandonará. Nunca se apaga”, dijo en voz baja. Cuando cruzó
la 9 de Julio para encontrar un lugar para estacionar sobre mano izquierda. Se
miró en el espejo retrovisor interno y controló que su peinado con gel tirante
hacia atrás como un tanguero fuera de tiempo estuviese correcto. Se bajó de su
auto y caminó hasta el bar que lo esperaba. Juan tiene una misión. Entró al
pequeño Café Parisien de Lavalle y
Carlos Pellegrini a la medianoche de aquel domingo, cuando la gente normal ya
está guardada en su casa viendo resúmenes de fútbol, tratando de anestesiar la
inexorable llegada del lunes.
El Café Parisien
es uno de los bares más minúsculos y estrechos de la ciudad, tanto como el Café del Biógrafo de la avenida San
Juan. Tiene sillas de madera y unos
manteles de cuerina roja son seguramente fáciles de limpiar para las camareras
morochas que lo atienden. Se quitó su piloto impermeable gris de Mc Taylor y lo
dejó en el respaldo de la silla desocupada de la mesa que eligió para sentarse,
junto a la ventana del lado de la peatonal, frente al negocio de cueros truchos
para turistas desprevenidos. Miró hacia afuera y vio a los tarjeteros con sus
holgados equipos de gimnasia imitación Adidas de la selección y sus gorras de
visera recta como reggaetoneros de baja estofa esperando potenciales clientes. Solo
había otras dos mesas ocupadas: en una, unas chicas dominicanas estaban
terminando de cenar unas milanesas con abundante cerveza, hablaban en voz alta
y reían festejándose cada cosa que decían. Un poco más allá, junto al gran
espejo lateral que ocupa una pared entera del bar, una madre con su hijo
adolescente en silla de ruedas tomaban unas Coca Colas –ella Coca Light, él
Coca común–. El chico en su asiento rodante prolijamente estacionado en su mesa
parecía no coordinar bien su motricidad física y con sus ojos extraviados
recorría las luces del techo, haciendo giros semicirculares con su cuello
desarticulado. Tenía un codo sobre el apoyabrazos de su silla y hacía
movimientos anárquicos con su muñeca y su mano izquierda. En tanto, con su mano
derecha se aferraba a su vaso y su madre lo ayudaba a servirse sorbos de su
bebida gaseosa. Juan los observó y percibió un aura luminosa en esa escena, en contraposición
con la carga negativa de la mesa de las dominicanas.
En el Parisien
tenían sintonizada la radio ASPEN 102.3 y en el aire sonaba un tema de los
Housemartins (Juan recordó parte de la letra). La camarera morocha turno noche
se acercó a su mesa y el pidió un café en jarrito. “Solo café”, aclaró. Cuando
la chica le dio la espalda y se dirigió a buscar el pedido, él la miró irse con
esos pantalones ajustados, por supuesto. No era la “gran cosa”. Pocos minutos
después, un africano vendedor de objetos brillantes entró en el bar con su
caja-muestrario de relojes, cadenas y pulseritas doradas. Pasó frente a las
dominicanas que lo ignoraron, en tanto la madre del chico de la silla de ruedas
le hizo señas como de no querer comprar nada. Entonces el negro alto se acercó
a Juan, quien con una sonrisa le dijo: “No, gracias, amigo”. Pero el inmigrante
en lugar de alejarse, apoyó su caja plegable de mercancías destellantes sobre
la mesa. La camarera morocha también se acercó a servir el café en jarrito, y
el vendedor esperó que la chica se alejase. Entonces mirando fijamente a Juan,
le dijo con acento subsahariano: “Uno de ellos está por venir”. Cerró su
portaobjetos y salió del bar. El solitario hombre engominado consumió su pedido
en tres sorbos, y allí sentado, disimuladamente comenzó a hacer leves
movimientos de elongación de cuello hacia ambos lados. Luego lo mismo con las
muñecas con pequeños giros circulares con las manos. Después, con mayor
discreción aún se tanteó la espalda a la altura del cinturón, y su arma estaba
allí, en su lugar.
De repente, el ambiente del bar pareció congelarse por
una bocanada de aire frío que vino de la calle cuando la puerta se abrió y
entró él. Ese sujeto de ojos achinados y certeros que se paró un instante en la
entrada mirando las mesas para elegir minuciosamente en cuál sentarse. Llevaba
puesto un poncho que resultaba algo llamativo en el centro de la ciudad y su
figura transmitía una aspereza cruda. Recorrió con su gélida mirada a las
dominicanas, a la madre con su hijo en la silla de ruedas y por último detuvo
su visión en Juan, quien a su vez lo observaba atento. Finalmente, se sentó
junto a la mesa del joven y su mamá, al lado de la escalera descendente que va
a los baños. Recién allí sentado se dibujó en su rostro una primer sonrisa como
cruel y burlona con sus labios delgados de expresión mentirosa. Entonces allí,
más cómodo observó a las caribeñas desinteresadamente, luego al adolescente que
intentaba terminar un sorbo de su Coca Cola, y allí esbozó una contenida
carcajada de sorna, todo ello para por último posar sus ojos rasgados sobre
Juan que con su estampa engominada se situaba expectante en la otra punta del
bar. Cuando la camarera se acercó al recién llegado, este solicitó una carta
como para ganar tiempo sin hacer ningún pedido en concreto. Cuando la chica le
dio la espalda, no la miró a ella, ni a la carta y continuó con sus ojitos
clavados en la figura del hombre que solitariamente ocupaba la mesa junto al
ventanal que da a la peatonal Lavalle, quien, peinado para atrás, tomó una
servilleta de papel de su mesa con la cual se secó la frente.
Luego de ello Juan pidió la cuenta y sonrió algo nervioso
a la mesera morocha. Ya no la miró alejarse. Cerró los ojos un instante y la imaginó
a Julieta, pero quizá no a aquella del segundo piso del departamento de Salguero
al 470, sino a “su” Julieta, seguramente la de veinte años atrás bajo el sol en
una playa a cuatrocientos kilómetros de buenos Aires. Cuando volvió a abrir sus
ojos, volvió a la realidad de la mirada achinada y rústica del sujeto sentado a
pocos metros de él. Era la mirada de un rival.
Entonces Juan se levantó, caminó hacia la puerta que baja
a los baños, y pasó junto al tipo del poncho como si el mismo no existiera. Este
lo siguió con esos ojitos certeros hasta que el engominado traspuso esa sobria
entrada hacia las profundidades más céntricas de la ciudad. Entonces, el hombre
de áspera figura, esperó unos segundos apenas, dejó de sonreír, se levantó de
su mesa y emprendió el mismo descenso que su predecesor hacia los baños del
subsuelo.
Cualquiera que haya estado en el Parisien sabe que la bajada a los toilettes es laberíntica,
estrecha y sinuosa, y al final de ese camino se encuentra el minúsculo baño de
hombres. Allí, con la espalda apoyada contra la puerta de la figura del
hombrecito de metal, estaba Juan esperando al forastero con su cuchillo japonés
Cold Steel táctico de acero
quirúrgico en su mano derecha. Su rival llegó hasta enfrentarlo a una distancia
prudencial, se quitó su poncho y lo enrolló alrededor de su antebrazo
izquierdo. Juan le dio tiempo a que terminara su preparativo. Códigos. El
achinado entonces sutilmente llevó la mano a su espalda y desde su cintura sacó
un facón plateado tan largo que parecía nunca terminar. Juan se perfiló, su
contrincante no. Este simplemente adelantó su brazo emponchado izquierdo a modo de defensa o escudo,
entrecerró sus pequeños ojos, emitió un chillido de chancho salvaje o quizá de
hiena, y tiró el primer puntazo apuntando al corazón del hombre de gris que en
puntas de pie, lo esquivó y tiró dos diagonales con su cuchillo táctico como
dibujando una “X” que cortaron las dos yugulares internas del cuello del
villano, que comenzó a sangrar, y como bestia herida se abalanzó resoplando
odio contra Juan, que lo frenó con una patada frontal al pecho.
El achinado cayó de espaldas. Perdía abundante sangre y
ya no tuvo fuerzas para levantarse. Lo último que vio fueron los spots del
techo del angosto pasillo subterráneo.
Segundos más tarde se escucharon los pasos descendentes
cada vez más cercanos del “recolector”. Toc
toc toc, sus pesados zapatos de trabajo Ombú
bajando la escalera resultaban inconfundibles. Al fin asomó su robusta figura
con su uniforme de encargado de edificio: “Recolectooor”, gruñó con la
resignación de quien tiene asumido un trabajo rutinario. El hombre traía una
gran bolsa de consorcio negra con cierre zip. Se detuvo frente al cuerpo sin
vida del cuchillero que yacía sin vida con el cuello ensangrentado con dos
profundos cortes. Lo miró a lo largo, como estudiándolo y se detuvo en los
detalles del poncho y el largo facón plateado. “Este debía tener más de un
siglo en la zona intermedia. Sin
aura… en fin… punto a favor de los buenos,
muchacho”, le dijo a Juan mientras este se retiraba escaleras arriba. Y agregó:
“¿Vos desde cuándo estás?”, “17 años ya”, le contestó el hombre del impermeable
gris sin darse vuelta mientras ascendía
por el angosto pasillo hacia la planta principal del Parisien.
Allí volvió a ver al chico en su silla de ruedas con sus
ojos extraviados que le extendió su mano desarticulada en señal de amistad.
“Buenas noches”, le dijo Juan frente a la sorprendida mirada de la madre
mientras chocaba los cinco con el adolescente.
Luego salió del bar. El Ford Fairlane fúnebre del “recolector”
estaba detenido con las balizas encendidas sobre Pellegrini.
Esa
fría noche de domingo aún no terminaba. Caminó hasta su Rambler Ambassador estacionado sobre Corrientes. Se subió, puso
primera y salió rumbo a la calle Salguero, donde volvería a estacionar a la altura del 470 para custodiar en
silencio una ventana desde la cual jamás
lo verían.
Existen ejércitos de cuchilleros del bien y del mal,
enfrentándose eternamente en la noche de
Buenos Aires esperando su turno para pasar a otros planos. Son invisibles
custodios de almas luminosas u oscuras. Los delincuentes les rezan a los suyos en
altares que levantan en cárceles y en sinestros rincones cuando planifican
algún golpe. En tanto que las buenas personas a veces los reconocen y estrechan
sus manos… y otras veces no saben escucharlos, pero sus ángeles ignorados y
llenos de recuerdos, con sus afiladas armas de seguro estarán allí. Cerca.
César, excelente cuento. Se trata de una narrativa perfecta... La historia es impresionante, te felicito!!! Luciana.
ResponderEliminarUn Cuento que te tiene atrapado hasta el final como pocos, imaginación frondosa, vocabulario rico, no podés dejar la lectura hasta el fin, se siente algo misterioso que te envuelve , gracias hermano, sos un genio!Darío.
ResponderEliminarGracias, Darío por tus palabras. Tenía ganas desde hace tiempo de escribir una historia de cuchilleros fantasmas en Buenos Aires. Y este cuento lo escribí casi totalmente en el café Parisien frente a una mesa con un pibe en silla de ruedas al que transformé en personaje, tal como otros que aparecen. Un saludo.
EliminarQué buena historia César, me recordó mis años de pibe cuando me leía los libros de Poe , y no me dormía hasta que no los terminaba! Gracias por tanto talento, por darnos estos cuentos tan apasionantes , un abrazo desde Neuquén. Mauro.
ResponderEliminarMuy bueno César, amigo de tantas noches de insomnio leyendo tus cuentos y mirando tus videos con tanto placer, esta vez una historia que te lleva a un abismo entre lo real y lo sobrenatural con esa maestría que tenés que sinceramente te admiro y te felicito.Un abrazo hermano, Luciano de Capital.
ResponderEliminarCon esa mirada inteligente que tenés mezcla de luz y oscuridad, mezcla de real e irreal, de vida y de muerte, de lo temporal y lo eterno, les ponés a tus cuentos algo que es difícil rotular, lo sentí en muchas de tus historias, en "el Inglés", en "El auto fantasma", en "No hay Hoteles en Tortugas", "El Valiant y el Molino","La noche del Impala", y tantos más, (porque los conozco a todos), y ese condimento tan bueno de algo que viene desde el Cielo o del abismo, lo sabés usar con mucho talento hermano, y en "Cuchilleros from Hell" se destaca ese arte tuyo , lo manejás con mano maestra. Te felicito, y gracias César. Te saludo desde Córdoba Capital. Bernardo.
ResponderEliminarGracias, también, Bernardo, por tus palabras y tu conocimiento cercano de mis historias y mi estilo. Un gran abrazo para vos. César.-
EliminarGenio César! Muy buena tu historia, un cuento para no soltarlo hasta la última palabra, sos un gran escritor, siempre te sigo y tus historias y videos me acompañan . Un abrazo hermano! Lucas, de San Telmo.
ResponderEliminarMuy interesante tu cuento César, despues de Balada para un Falcon 71, No hay Hoteles en Tortugas, Convoys y El Inglés, este Cuchilleros from Hell se transformó en uno de mis favoritos. Me iba atrapando a medida que lo leía, y me parecía ver a los personajes misteriosos por lo buenas que son tus descripciones.Te felicito y te auguro , te deseo éxitos. Lorena, de Capital.
ResponderEliminarGracias, Lorena, con tu conocimiento de mis historias. Un saludo!
EliminarMuy bueno este cuento que no podés dejar hasta el fin, y que no podés olvidar.Te recorre un estremecimiento , verdaderamente , te llega. Me impactó mucho cuando el niño discapacitado lo reconoce y se chocan las manos, será por eso que yo creo, que los niños y los que están cerca de la muerte ven cosas que los demás no vemos, y me pegó eso, traspasás todo con tus cuentos , nos hacés meter en tus historias, cosas que les pasa a los buenos escritores. Te saludo desde Godoy Cruz , Mendoza. Bernardo.
ResponderEliminarGracias, Bernardo. Traté de crear en este cuento un clima tenso, propio de la atmósfera que antecede a un duelo a muerte. Donde los personajes resultan finalmente fantasmagóricos, tal como hice en otros de mis relatos. Un saludo.
Eliminar¿Quién podría escribir un cuento como este César? Vos solo, capo! Un grande, me enganchó tanto como El Inglés, The sky is crying, Convoys, La noche del Impala, y tantos otros que tienen como algo fantasmal, sobrenatural, algo que es un misterio, eso vos lo hacés como nadie, gracias y dale, seguí, te merecés ser premiado. Exitos amigo de hierro!Héctor, de Congreso.
ResponderEliminarGracias, Héctor! Si, el cuento tiene mucho de fantasmal como muchos de mis otros relatos. Siempre me encantó escribir en ese tono donde la muerte no es un límite. Gran abrazo.
EliminarCómo me gustó esta historia mi amigo, esos cuchilleros del Más allá , me recordaron las historias que nos contaba un tío que era un genio, fantasmas , almas en pena, como les dicen en el campo, que vuelven para hacer justicia, algunas luchan por el bien, y desaparecen , muchas veces traté de escribir historias así, pero no pude, hay que nacer para eso, un don. Te felicito César, un escritor único. Un abrazo, desde San Miguel del Monte. Ariel.
ResponderEliminarGracias, también, Ariel. Que bueno que disfrutes de mis cuentos. Un gran abrazo para vos.
EliminarUn cuento que parece retenerte, y no te suelta hasta el final. Es que tiene eso fantasmal que a mi siempre me gustó , y que encuentro en algunas de tus historias; cada vez mejor como escritor, ojalá que tengas mucho éxito , te felicito.Un saludo amigo, Aldo, de Isidro Casanova.
ResponderEliminarGracias, Aldo. Me gusta mucho escribir en ese estilo donde el mundo de los vivos y los muertos se cruza en un ambiente de ciudad o ruta. Un saludo.
EliminarGenio! Una historia muy buena , la leí varias veces para no perder ningún detalle, interesante y muy visual, me parecía estar viendo todo eso como desde la butaca de un Cine! Te felicito. Ornella, de Gerli.
ResponderEliminarGracias, Ornella. Para mí es muy importante lograr ese efecto de hacer que el lector se sienta dentro de la historia.
EliminarTe felicito amigo , por esta historia que como muchas de las tuyas, hace que vivas lo que estás leyendo , como un protagonista más , pero invisible, así yo lo siento, me pasó con Mutantes y Gladiadores, The sky is crying , Atrapasueños,, la Noche del Impala , y la lista sería muy larga, pero tenés esa cualidad de hacer que uno entre en tus historias y las viva, sos un groso César! Un abrazo desde San Telmo.Osvaldo.
ResponderEliminarQué buen cuento amigo César! Gracias por estas emociones. Te felicito y espero que sigas por este camino , genial. Roberto. De Remedios de Escalada.
ResponderEliminarUn lujo como siempre leerte César, muy buena toda tu obra, y este Cuento como de costumbre , asombroso.Te felicito y te saludo desde Villa Giardino, Córdoba. Martín.
ResponderEliminarGracias y un saludo, Martín. Ya volveré a Giardino por la 38 con mi Chevy.
EliminarBuena tarde tengas cesar , antes que nada quisiera agradecer más que nada estos increíbles textos e historias que a todos los amantes de estas fieras de hierro nos hacen vibrar de emoción e identificarnos un grande abrazo desde Monterrey México soy Guillermo , me encantaria que hicieras un video como el de amigos de hierro dedicado al Ford Maverick en honor a todos los hermanos mexicanos que hacemos resurgir a estas bestias de las calles . saludos desde acá y esperó algún día lleguemos a encontrarnos y pasar un buen rato .
ResponderEliminarHola, amigo. Tuve la oportunidad de estar varias veces en Mèxico y pude ver el excelente nivel de Mavericks que tienen por allà. Ya nos veremos. Gran abrazo! Cèsar
EliminarBuena tarde tengas cesar , antes que nada quisiera agradecer más que nada estos increíbles textos e historias que a todos los amantes de estas fieras de hierro nos hacen vibrar de emoción e identificarnos un grande abrazo desde Monterrey México soy Guillermo , me encantaria que hicieras un video como el de amigos de hierro dedicado al Ford Maverick en honor a todos los hermanos mexicanos que hacemos resurgir a estas bestias de las calles . saludos desde acá y esperó algún día lleguemos a encontrarnos y pasar un buen rato .
ResponderEliminarBuena tarde tengas cesar , antes que nada quisiera agradecer más que nada estos increíbles textos e historias que a todos los amantes de estas fieras de hierro nos hacen vibrar de emoción e identificarnos un grande abrazo desde Monterrey México soy Guillermo , me encantaria que hicieras un video como el de amigos de hierro dedicado al Ford Maverick en honor a todos los hermanos mexicanos que hacemos resurgir a estas bestias de las calles . saludos desde acá y esperó algún día lleguemos a encontrarnos y pasar un buen rato .
ResponderEliminarHola Cesar! Muy buen cuento. Me gusta mucho la narración y los detalles de ambiente y de escena que especificas en cada momento. Te felicito!! :)
ResponderEliminarIMPRESIONANTE, TE METE LA HISTORIA POR LAS VENAS, GENIAL!!!!!
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